Ouanaminthe, Haiti – En la frontera de Ouanaminthe, al norte de Haití, Guerson caminaba al lado de su compañera, Roselène, con su hija menor en brazos. El hijo de cuatro años Kenson lo hacía sosteniendo con fuerza la mano de su madre, quien mantenía fija la mirada en el camino a seguir. La familia, que alguna vez residiera en la República Dominicana, había sido retornada por la fuerza a Haití – un lugar que, después de años en el exterior, se sentía como extraño y más incierto que nunca.
Guerson y Roselène habían pasado más de una década en la República Dominicana, reconstruyendo sus vidas en Loma de Cabrera. Guerson encontró trabajo como mecánico en un garaje pequeño, donde pasaba muchas horas reparando coches, motos, y equipamiento agrícola. Sus manos, a menudo sucias de grasa, lo enorgullecían. “Las personas me confiaban sus vehículos”, señaló. “Era un trabajo pesado, pero me servía para sostener a mi familia”.
Roselène, mientras tanto, se encargaba de manejar su modesto hogar. Preparaba comidas y vendía patés y plátano frito a los vecinos, con lo cual incrementaba los ingresos familiares. Su vida cotidiana era simple pero estable: mañanas llenas del zumbido de las herramientas del garaje de Guerson, el aroma de banan peze (plátanos verdes de Haití fritos) friéndose en la cocina de Roselène, y la risa de sus hijos jugando afuera. Kenson concurría a una escuela preparatoria, y Roselène contó lo orgullosa que se sintió cuando vio que había aprendido a escribir su nombre.
“Teníamos una rutina. Teníamos sueños”, reflexionó Roselène. “No siempre era fácil, pero era una vida a la cual nos aferrábamos”.
Luego llegaron las autoridades de la República Dominicana. “Mis hijos no lo entendían, Kenson preguntaba si nos íbamos de viaje. Yo no sabía qué responder”.
La familia fue subida a un camión. “Sostuve a mi bebé con mucha fuerza. Tenía miedo de no poder sobrevivir al viaje”, recordó Guerson.
Al cruzar la frontera rumbo a Haití la sensación fue como de estar sumergiéndose en el caos. Ouanaminthe, que ya estaba luchando con un fuerte aumento en las deportaciones, no contaba con la capacidad necesaria para ofrecer respuesta a una crisis cada vez peor. Las familias se quedaban paradas en caminos polvorientos, sosteniendo bolsos y a sus hijos, sin saber muy bien hacia dónde ir. La familia de Guerson era una de ellas. “Nos quedamos ahí por horas, perdidos”, dijo Roselène. “Nuestros hijos estaban hambrientos. No sabía cómo calmarlos ya que no tenía nada para darles de comer”.
Las organizaciones humanitarias, sobre todo la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) brindan asistencia esencial cuando las personas deportadas llegan a Haití. Eso ocurrió con la familia de Guerson que recibió kits de higiene, alimentos, cuidados médicos y apoyo psicosocial. Pero las necesidades existentes superan con creces los recursos disponibles.
Una crisis dentro de otra
Haití, país que ya estaba tambaleándose por la violencia de las pandillas, el colapso económico y la inestabilidad política, enfrenta una severa crisis humanitaria. Grupos armados controlan ahora grandes porciones del país, incluyendo rutas claves dentro y fuera de la capital, Puerto Príncipe. Casi 5,5 millones de personas – la mitad de la población de Haití – necesitan asistencia humanitaria para poder sobrevivir. Los años de violencia han desplazado a más de 700.000 personas, forzando a las familias a vivir en albergues precarios como escuelas e iglesias abandonadas. En estos lugares, el acceso a alimentos, agua y cuidados de la salud es limitado y muchas personas quedan en situación de vulnerabilidad.
Además de todos estos desafíos, el influjo de familias deportadas como la de Guerson ha ejercido una gran presión sobre los magros recursos. Tan solo en 2024, más de 200.000 haitianos fueron retornados forzosamente al país. Muchos como Guerson y Roselène llegan apenas con lo puesto.
“Allá nosotros teníamos un futuro”, dijo Guerson. “Aquí ni siquiera sabemos si tendremos un mañana”. La familia, al igual que muchas otras, se siente desplazada y olvidada en un país que lucha para poder paliar sus necesidades más básicas.
La OIM junto a las autoridades y sus asociados sigue brindando apoyo vital, incluyendo servicios médicos y kits de higiene. Pero las instalaciones de recepción existentes están sujetas a una gran presión y no pueden alojar a todas las personas con necesidades. Sin un mayor apoyo internacional, las brechas en la asistencia seguirán haciéndose más amplias y las familias como la de Guerson seguirán sufriendo.
La urgente necesidad de pasar a la acción
Los rostros de las personas deportadas en frontera cuentan una historia de fortaleza a pesar de la dura realidad de su situación. En cierta manera Guerson y Roselène mantienen la esperanza de que algún día podrán regresar. “Mientras tanto encontraré la manera de trabajar”, dice Guerson con voz tranquila, si bien sus palabras contienen también cierta dosis de incertidumbre. “Por mis hijos”.
La crisis humanitaria en Haití no es una cuestión nacional sino mundial. El apoyo internacional es crucial para abordar las causas de origen de la migración y para encontrar soluciones sostenibles a largo plazo para familias como la de Guerson. Sin ese apoyo, el ciclo de desesperación continuará y expandirá. Mientras las crisis se multiplican, garantizar que las personas deportadas tengan acceso a cuidados en condiciones de dignidad sigue siendo un imperativo humanitario.
*Los nombres han sido cambiados. Todas las personas en las fotos fueron informadas del uso que se les daría y dieron su consentimiento.
Esta historia fue escrita por Antoine Lemonnier, Oficial de Comunicaciones de la OIM, Haití.