Etiopía, 9 de octubre de 2023 – Después de que su padre falleciera trágicamente el año pasado, la familia de Tarig recurrió a él buscando apoyo y orientación. “Todos esperan que hagas lo correcto y que tomes la decisión adecuada – es una gran responsabilidad”, explica.
Mientras el año nuevo se desarrollaba sus vidas parecían tomar un cariz de normalidad hasta un día tranquilo de abril, momento en el que Tarig y su familia comenzaron a prepararse para reunirse y celebrar, como cada año, la Fiesta del Fin del Ayuno o Eid en Jartum, Sudán. A pesar de las tensiones acumuladas, la familia tenía la esperanza de que la situación iba a normalizarse muy pronto.
“Nos habíamos cruzado con un nivel de violencia muy alto, algo que nunca nos hubiéramos imaginado”, dice Tarig, reflexionando acerca de los eventos que iban a alterar su vida para siempre.
Cuando se estaba preparando para irse de su lugar de trabajo en la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Níger para poder reunirse con su familia, los planes de Tarig dieron un giro dramático con un llamado telefónico de su hermano, Mohammed. La noticia fue devastadora: el patio de la casa en Jartum se había convertido en un campo de batalla y las balas iban y venían. Las instrucciones de Tarig a Mohammed fueron muy claras: “Busca a tus hermanas y salgan de allí de inmediato”.
Varado en medio de los enfrentamientos, Mohammed se encerró con pocas provisiones o recursos, esperando que la situación mejorara pronto. Sin acceso a electricidad, tuvo que correr hacia la casa de enfrente para poder cargar su teléfono y poder seguir en contacto con su familia. Pero sin ninguna solución a la vista, decidió subirse a un triciclo motorizado y cruzar la zona de los enfrentamientos para poder recoger a sus hijos y escapar.
Tras varias semanas en medio del conflicto, las dos hermanas de Tarig y sus ocho hijos se embarcaron en un viaje muy complicado por cuenta propia, esperando poder refugiarse en Egipto. Estuvieron esperando un día entero en la frontera, que luego se hicieron tres puesto que no les quedó más opción que unirse a la fila de 55 autobuses llenos de personas que buscaban seguridad en la frontera. Con la responsabilidad de cuidar a sus hijos y un acceso mínimo a instalaciones, la situación muy pronto se volvió insostenible. Bajo el abrasador sol de abril, bebían tan poca agua como les era posible y rezaban pidiendo un milagro.
Para algunas personas la agónica espera se extendió por semanas en tanto que otros siguen atrapados en ese calvario hasta el día de hoy, sin posibilidad alguna de escapar. Desde que la crisis comenzó, más de 4,2 millones de personas han sido desplazadas internamente en Sudán y 1,1 millones más han escapado a través de las fronteras hacia países vecinos, de acuerdo con las cifras más recientes de la Matriz de Seguimiento de Desplazamiento de la OIM (DTM).
Reconociendo la gravedad de la situación, Tarig se consoló pensando que sus hermanas e hijos habían podido irse de inmediato, evitando así las peores atrocidades. Cuando la familia finalmente se reunió en el Reino de Arabia Saudita un par de semanas más tarde, el calvario que había vivido era más que evidente. “Cuando los vi, sentí una mezcla de emociones: por un lado, estaba feliz y aliviado de volver a verlos, pero por otra parte, mi corazón estaba partido en dos pensando en todo el sufrimiento que vivieron para poder escapar tal como lo habían hecho”, recuerda Tarig.
Inmediatamente después se enteraron de que su casa en Sudán había sido saqueada y todas sus pertenencias habían sido robadas. “Mi padre había construido esa casa con un esfuerzo enorme”, explica. Más tarde, un amigo lo llamó para contarle que el área a pocos metros de esa casa estaba llena de cadáveres. “Jartum es una ciudad fantasma; quienes aún siguen estando allí, están encerrados en sus casas, rezando”.
“Cuando finalmente sentí que mi familia estaba a salvo y que se habían podido acomodar, la situación en Níger comenzó a agravarse”.
Mientras asistía a un taller en Senegal, recibió la alarmante noticia acerca de la agitación política en Níger, que derivó en protestas y disturbios y al cierre del espacio aéreo de ese país y de las fronteras con la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (ECOWAS). Mientras esperaban que Tarig regresara a Níger, su esposa y sus hijos se habían estado preparando para su inminente mudanza a Etiopía, en donde Tarig iba a comenzar a trabajar en un nuevo puesto de trabajo.
Viendo el rápido deterioro de la situación, Tarig urgió a su esposa para que se fueran. “Si bien ambos estábamos extremadamente preocupados, ella nunca lo demostró e intentó calmarme en los momentos más complicados”.
Afortunadamente su familia pudo escapar del país tan pronto como las restricciones fueron brevemente flexibilizadas. Ni bien la familia llegó a Etiopía, las autoridades cerraron nuevamente el espacio aéreo y las fronteras en Níger, las cuales siguieron estando cerradas hasta principios de septiembre.
A pesar de todas las tragedias que ocurrieron en la vida de Tarig, él siempre se mantuvo entero y siguió trabajando como siempre, o tal vez mucho más. “Con miles de migrantes varados en Níger, todos ellos con los mismos problemas, he tenido que trabajar duro para fortalecer aún más el apoyo y las soluciones que les ofrecemos”, explica.
Tarig ha estado trabajando en TIC en la OIM por casi dos décadas en Sudán, Níger y más recientemente Etiopía. En todos esos años, ha llegado a conocer el singular vínculo que se desarrolla entre los miembros del personal de la OIM, que según él cree ha sido fundamental para la supervivencia de su familia. Está totalmente convencido de que seguirían varados en Sudán o Níger de no haber sido por el apoyo crucial que ambas misiones les brindaron.
Tarig imagina un futuro en el que finalmente podrá regresar a Sudán y reconstruir su país y la casa que su padre construyó. “Siempre creímos que Sudán sabía cómo conservar la paz, pero mírennos ahora”, reflexiona Tarig. “Va a llevarnos un tiempo hasta que podamos volver a ser nosotros mismos otra vez”.
Después de esta reunión tan emotiva, la esposa de Tarig empezó a abrirse un poco más respecto de las desafiantes experiencias que había tenido que vivir en Níger y en Sudán, cosa que despertó la admiración de Tarig. “Mi esposa es una mujer fuerte y sabia y estoy muy orgulloso del modo en que ella manejó la situación y protegió a nuestros hijos”, explica Tarig. “No entienden muy bien por qué tuvieron que irse, sólo saben que debían irse de inmediato”.
Cuando vio a Cila, que tiene cuatro años y que habla francés con fluidez además de manejar un poco las lenguas locales, la niña le dijo con alegría: “¡Yalla, papá! ¡Vayámonos a casa!”. Cuando llegó a Níger por primera vez, Cila tenía solamente un mes y por ende no conoce ningún otro hogar más allá de las fronteras de Níger.
Historia escrita por Mónica Chiriac, amiga de Tarig.