Bajo Chiquito, 22 de mayo de 2023 – Empapado en sudor y llevando consigo una bolsa con una tienda dentro, Wilmer, granjero venezolano de 26 años, llega en una embarcación angosta de madera a Bajo Chiquito, Panamá, después de un viaje de cinco días a través de una de las más peligrosas y abrumadoras rutas migratorias de todo el mundo: el Tapón del Darién.
Atrás y adelante de Wilmer puede verse una veintena de embarcaciones en fila india con unos 16 hombres, mujeres y menores a bordo, emergiendo de la selva a lo largo de las aguas fangosas del río Turquesa. Estos botes han hecho un recorrido de aproximadamente 10.000 millas cuadradas de selva, montañas irregulares, ríos embravecidos, pantanos y picaduras de insectos que se extienden a ambos lados de la frontera entre Colombia y Panamá.
Incluso para Wilmer, que es joven y se encuentra en buen estado físico, la travesía fue verdaderamente una prueba de resistencia. “El viaje fue extremadamente difícil; apenas si pude dormir. Mírame, estoy en buen estado físico y aún así mi vida corrió peligro. Imagínate lo que es para las mujeres embarazadas o los menores. Es un desafío extremo. No recomiendo cruzarlo de a pie”, dice mientras recuerda el momento en el que saltó a un río turbulento para rescatar a un niño haitiano que había sido tragado por la corriente.
Wilmer se fue de Maracaibo, en la costa caribeña de Venezuela, con cinco amigos y 450 dólares EE.UU., suma equivalente a los ahorros familiares de todo un año, esperando conseguir un trabajo mejor en el norte y poder ayudar a sus padres y tres hermanos que había dejado atrás.
Cada persona migrante representa una vida llena de dificultades. Durante la larga travesía por la selva, los menores y las familias quedan expuestos a múltiples formas de violencia, incluyendo el abuso sexual y la explotación, la falta de agua potable y alimentos, ataques de animales salvajes y ríos desbordados.
Incrementando los esfuerzos
De acuerdo con estadísticas del Gobierno de Panamá, desde enero a abril de 2023 una cifra record de 148.000 personas cruzaron el Darién. Sea que estén huyendo de la violencia o de la pobreza, con el sueño de una vida mejor, un buen empleo y la oportunidad de enviar dinero de regreso a su hogar a los parientes que han dejado atrás, todo eso los impulsa a embarcarse en este peligroso viaje a pesar de los incontables riesgos que les espera.
A lo largo de los años el Darién se ha convertido en un punto habitual de tránsito para los migrantes que se dirigen al norte. Las cifras más recientes de 2023 sobrepasan ampliamente los altos números del 2022, año en el que 258.000 personas lo cruzaron. Muchos están equipados muy precariamente para el viaje que suele durar de dos a diez días y en el que al menos 137 migrantes fallecieron o desaparecieron el año pasado, de acuerdo con datos del Proyecto Migrantes Desaparecidos.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) trabaja con el gobierno panameño y está redoblando sus esfuerzos para brindar asistencia humanitaria, protección e información a las personas en tránsito. La Organización también apoya a las comunidades indígenas remotas que reciben a esas personas, aumentando su presencia en las fronteras con Colombia y Costa Rica, además de la Ciudad de Panamá.
“La cifra de personas migrantes que cruzan el Tapón del Darién ha superado todas las marcas este año. Enfrentan muchos riesgos durante su viaje a través de la selva, con frecuencia mostrando señales de trauma físico y mental. La OIM está allí para apoyar al Gobierno de Panamá en la tarea de cubrir las necesidades básicas de los migrantes, como las de alojamiento, protección, información y apoyo psicosocial”, dijo Etzaida Rios, Oficial de Divulgación Comunitaria de la OIM en Darién.
A pesar de los desafíos que implica recibirlas, las personas migrantes son bienvenidas en las comunidades por las cuales pasan. “El flujo de migrantes ha sobrepasado la capacidad de la comunidad en cuanto a brindar servicios básicos en respuesta a sus necesidades específicas, pero hacemos lo que podemos para ayudar a esas personas”, dice Nelson Aji, Líder Comunitario en Bajo Chiquito, una comunidad indígena Embera-Wounaan de Panamá con poco más de 300 personas que actualmente recibe a más de 1.000 personas migrantes en tránsito por día; sin embargo, los flujos varían a lo largo del año.
Bajo un sol abrasador, decenas de migrantes agotados encuentran algo de alivio al momento de instalar sus tiendas en la comunidad y encender las cocinas en los campings para cocinarse algo, mientras que otros se zambullen en el río cercano y se quitan el lodo de brazos, los pies y las piernas.
“Fue una verdadera pesadilla pero lo he logrado. Logré sobrevivir a la selva del Darién pero muchas otras personas no lo lograron. El olor a cuerpos en descomposición…ese olor, no puedo olvidarlo. Me robaron. En mi grupo una mujer fue asesinada por haberse resistido a una violación. No pude hacer nada para ayudarla”, dijo Antonio, de 56 años, transpirando mucho y aún con poco aliento mientras daba sus últimos pasos antes de ingresar a la comunidad, exhausto, hambriento y deshidratado, arrastrando una mochila pesada a través de la selva. Se fue de Haití escapando de la violencia y la pobreza y espera poder reencontrarse un día con una de sus hijas que está viviendo en Miami.
Los sueños y las esperanzas de personas migrantes de tres continentes convergen en esta peligrosa selva, unidas por un mismo destino. Algunas de esas personas se fueron de sus casas hace años para comenzar una nueva vida en América del Sur. Pero por disparidades socioeconómicas, limitado acceso a alternativas de regularización, estigmatización, discriminación y las consecuencias de la pandemia de COVID-19 perdieron sus puestos de trabajo. Ahora están enfrentando opciones no viables, como por ejemplo la de volver a migrar.
Entre los migrantes que acaban de llegar se encuentra Angelis, de 22 años, madre ecuatoriana que viaja con José, su esposo venezolano, y con un niño de un año. Vendieron todo lo que tenían para poder comprar alimentos y tuvieron que pedir aventón desde Ecuador en una buena parte del trayecto.
“Nuestro guía nos dejó solos después de que le pagamos. Caminamos solos con un bebé por 12 horas cada día. Aún tenemos un largo camino por delante y ya no nos queda dinero”, dijo ella entre lágrimas recordando la travesía de la familia a través de la selva tropical. “No le aconsejaría a nadie cruzar esa selva, sin importar cuán grandes sean sus sueños. Y mucho menos que lo hagan con una criatura. Una cosa es lo que te cuentan y otra cosa es vivirlo en carne propia”. Ellos esperan poder reunirse con familiares que ya están viviendo en los Estados Unidos.
Hay también un grupo de jóvenes de Pakistán. Su viaje comenzó hace tres meses; se fueron de la capital de Pakistán por vía aérea. “Es un viaje largo”, señaló Chaudhry, agregando que aspira a reunirse con sus otros hermanos que ya están viviendo en California. “Es complicado vivir en Pakistán, y no hay oportunidades para los jóvenes”, dice él conmovido.
Fikru, un trabajador de la construcción de 38 años de Eritrea, trabajó en Brasil como pintor por varios años antes de tomar la decisión de dirigirse al norte. Espera poder conseguir un empleo mejor y enviar dinero para ayudar a su familia. “Mis sueño americano es el de ayudar a mi familia para que mis hijos puedan cumplir sus sueños”, dijo.
Personas migrantes de más de 40 nacionalidades han cruzado el Tapón del Darién este año. Provienen de naciones americanas, asiáticas y africanas como Venezuela, Haití, Ecuador, China, India, Afganistán, Camerún y Somalia. La mayor parte de estos migrantes son de Venezuela pero ha habido un aumento en la cifra de haitianos, ecuatorianos y chinos.
“Hay mejores oportunidades fuera de mi país. Todos buscamos prosperar y la posibilidad de una mejor vida está allí. Mi objetivo es comprar una casa en Haití para mi esposa y mis hijos”, dijo Antonio mientras descansaba en la ribera del río y pensaba acerca de las próximas etapas de su viaje.
Esta historia fue escrita por Gema Cortes, Unidad de Prensa de la OIM, Oficina del Enviado Especial para la Respuesta Regional a la Situación en Venezuela.