Polonia / Eslovaquia / Rumanía, 3 de junio de 2022 – “Una mujer llegó hace poco tiempo y dijo que no tenía adónde ir. Necesitaba de un lugar para poder quedarse y señaló que no le importaba dónde”, relata Julia. “Se reía pero puedo asegurarles que no se estaba divirtiendo”.

La guerra en Ucrania ha forzado a escapar a todo tipo de personas. Julia, quien trabaja como Asistente de Información en la OIM en Polonia, ve cómo personas ricas y pobres llegan por igual a la frontera cada día, todos ellos escapando de los mismos horrores.

Julia es originaria de Zhytomyr, que queda a unos 100 kilómetros de Kyiv, capital de Ucrania. Su ciudad natal solía ser tranquila y calma, pero dejó de ser un lugar seguro. Cuando la guerra empezó, su hermana logró escapar a República Checa pero sus padres aún siguen en Ucrania. Su madre le dijo días atrás que era la primera vez en mucho tiempo que las sirenas no sonaban. Estaba feliz de poder nuevamente conciliar el sueño.

“Polonia se ha convertido en mi hogar”, dice Julia, quien se mudó desde Ucrania hace siete años cuando la compañía para la cual trabajaba abrió una sucursal en Polonia. “Cuando conocí a quien ahora es mi marido, él tenía una hija y yo también y ahora tenemos un hijo en común. Como decimos en ucraniano: ‘tviy, miyinash’, lo tuyo, lo mío y lo nuestro – todos viviendo juntos bajo el mismo techo”.

Julia comparte con la gente información sobre el peligro de la trata de personas y sobre los servicios jurídicos, bolsa de trabajo y acceso a salud y educación. Foto: OIM /Jorge Galindo

Cuando la guerra empezó, Julia decidió acortar su licencia por maternidad porque quería ayudar. “He vivido aquí por muchos años y hablo polaco, de modo que yo sabía que podía ayudar a algunas personas que escapaban de la guerra”, explica. Su trabajo ahora consiste en brindar información confiable a las personas que llegan al punto de cruce fronterizo en Hrebenne, al sudeste de Polonia.

Desde que se unió a la OIM, Julia ha escuchado un sinfín de historias. Recientemente conoció a una mujer de Chernihiv que le contó que la ciudad había estado bajo ataque por tres semanas y que las personas que aún vivían allí no tenían acceso a instalaciones sanitarias ni a agua potable.

“La totalidad de su vecindario fue destruido. Ella escapó con su madre y su hijo que sufre de epilepsia. Cuando llegaron a Polonia ella preguntó si su hijo podría acceder a tratamiento médico. Me largué a llorar cuando me contó su historia”.

Trabajar en Hrebenne no es fácil pero Julia dice que es reconfortante poder hacerlo. Sin embargo, sabe que a diferencia de lo que ocurre con ella misma, muchos ucranianos van a querer retornar a sus hogares cuando la guerra haya terminado.

“Estos días pienso mucho en esa mujer de Chernihiv. Antes de vernos por última vez, ella me dijo: ‘Vamos a reconstruir nuestras ciudades, vamos a reconstruir a Ucrania’ – y yo estoy convencida de que así será”.

Yelyzaveta solía trabajar como profesora de inglés antes de la guerra. Ahora usa las mismas habilidades para transmitir información a otras personas. Foto: OIM/Miko Alazas

Cuando Yelyzaveta se despertó el 24 de febrero y escuchó en las noticias que Ucrania había sido invadida, la primera cosa que hizo fue buscar su maleta. “No sabíamos qué esperar, pero quería estar preparada por si teníamos que huir”, explica.

Estaba viviendo en Zaporizhzhia, al sudeste de Ucrania, junto a su madre y a sus abuelos, quienes no sabían si debían o no abandonar el país. Apenas si lograban dormir y no tenían tiempo ni para comer, porque a la hora de la comida empezaban a sonar las sirenas y tenían que salir corriendo a buscar refugio en el bunker.

“Cada día que pasaba, yo me estaba volviendo más ansiosa, nerviosa, temerosa”, señala Yelyzaveta. Tras cinco días en ese estado, decidió partir rumbo a Eslovaquia, en donde trabajaba su padre. Debía separarse de su madre y abuelos. “Mis abuelos no querían irse. En el caso de las personas mayores, la casa es la casa”.

Yelyzaveta dice que las personas que llegan a Eslovaquia siempre buscan personas que hablen ucraniano, de modo que ella se siente feliz de poder ayudar a sus compatriotas. Foto: OIM/Miko Alazas

Tras tres días y varios viajes en tren, llegó a Nitra, Eslovaquia. La compañía para la cual su padre trabajaba estaba ayudando al personal ucraniano y a sus familias, asegurándose de que contaran con un lugar seguro en el cual quedarse. Halina pasó las dos semanas siguientes en un dormitorio, pensando una y otra vez cuáles iban a ser los próximos pasos a dar.

A medida que pasaban los días, la parte más complicada fue la de aceptar que, al menos por ahora, ella no iba a poder alcanzar todas las metas que se había planteado. Incluso si la guerra terminaba al día siguiente y ella regresaba a Ucrania, los efectos de la guerra iban a durar por mucho tiempo.

Cuenta que de a poco ella se va adaptando a esta nueva realidad, pero que algunos días son más difíciles que otros. “A veces, siento que tengo la culpa del que pudo sobrevivir – que estoy aquí sintiéndome segura mientras otros todavía lo siguen pasando mal”.

Un día, mientras estaba buscando empleo, vio en un sitio de Internet en Eslovaquia que estaban contratando personas – sobre todo que hablaran ucraniano – para brindar información y asesoramiento a las personas que estaban escapando de la guerra. Yelyzaveta anhelaba hacer algo para ayudar a los demás y esta parecía ser la oportunidad perfecta. Ella ahora forma parte del equipo de la OIM que va rotando periódicamente entre los tres principales puntos fronterizos y Michalovce, en donde se encuentra el centro de registro a mayor escala.

“A veces siento cierta soledad. No tengo amigos ni pasatiempos, y emocionalmente es todo un desafío tener que escuchar las historias que la gente cuenta”, dice. “Sin embargo, es también muy reconfortante. Estoy aquí para tender una mano a quienes necesitan procesar todo aquello que tuvieron que vivir”.

Yana dice que planea regresar un día pero no sabe muy bien con qué se va a encontrar cuando regrese. Foto: OIM /Mónica Chiriac

Yana dice que la guerra no le es extraña y mucho menos esta. “Los bombardeos, el bunker, las sirenas aéreas…es muy loco ver cómo uno se acostumbra tan rápidamente a todo esto, como todo esto de repente se convierte en la nueva normalidad”.

Cuando la guerra se extendió a la región de Donbas en Ucrania en 2014, Yana escapó a Odessa. Su madre, que vivía en otra ciudad en la región que ahora ha sido ocupada por Rusia, se dio cuenta de que ella y su hija habían quedado completamente separadas. Debido a que la infraestructura y las telecomunicaciones habían sido dañadas, no había manera de que Yana se comunicara con su madre o de que su madre se comunicara con ella.

“Estuvimos sin hablarnos por un mes; no tenía idea de lo que le había ocurrido”, recuerda Yana.

Después de que se le terminaron los suministros de alimentos y una vez que las telecomunicaciones volvieron a funcionar, la madre de Yana finalmente llegó a Odessa en donde Yana había, mientras tanto, encontrado un apartamento para vivir y tenía un trabajo.

De modo que cuando las cosas volvieron a empeorar en febrero pasado, Yana tomó la determinación de no volver a vivir las mismas cosas. “Uno conoce bien esa sensación de estar esperando que algo ocurra, porque algo realmente va a ocurrir, pero uno no sabe cuándo”.

Yana y sus colegas de la OIM a menudo organizan sesiones grupales para difundir información precisa y actualizada a quienes han encontrado refugio en Rumania. Foto: OIM /Lucian Ştirb

Muy rápidamente armó sus bolsos y le pidió a una amiga que la llevara a la frontera con la República de Moldova, junto a su madre de 61 años y a su dachshund. Después de haber cruzado a Palanca, en la frontera entre Moldova y Ucrania, Yana abordó uno de los  autobuses por vía rápida de la OIM con destino Rumania. El mismo día en que Yana estaba viajando, un grupo del personal de la OIM de Rumania también estaba visitando Palanca para evaluar la situación en terreno y lanzar oficialmente el traslado por vía rápida.

Con fluidez en inglés, Yana se ofreció para traducir y explicó a sus compañeros de viaje en qué consistía la asistencia a la que podían acceder. El personal se sintió muy impresionado no solamente con las habilidades lingüísticas de Yana sino también con sus habilidades para interactuar con las personas.

Un par de días después ella comenzó su nuevo trabajo en la OIM. Como parte de ese trabajo, ella ahora realiza regularmente entrevistas a las personas que han logrado escapar de la guerra para brindarles asistencia a medida y alojamiento por medio de la alianza que la OIM tiene con Airbnb.org.

“Cada día yo aprendo algo nuevo sobre mis propios derechos y de qué servicios dispongo”. Yana siente que la gente está mucho más abierta para expresar cuáles son sus necesidades sabiendo que ella también ha escapado del mismo lugar del que ellos tuvieron que huir.

Hace algunos días, ella encontró alojamiento para una familia que había llegado a Rumania sin otra cosa que algunas prendas sobre sus espaldas. Su hija de 19 años sufre parálisis cerebral y su hijo, quien se había quedado atrás para luchar en la guerra, fue recientemente herido de gravedad. “Yo realmente quería hacer algo por ellos – cualquier cosa – para que todo mejorara al menos un poco”, explica Yana.

Historia escrita por Jorge Galindo, Miko Alazas y Mónica Chiriac

SDG 3 - SALUD Y BIENESTAR
SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES
SDG 16 - PAZ, JUSTICIA E INSTITUCIONES SÓLIDAS