Santiago, 24 de octubre de 2022 – Como joven mujer, Ana Marvez nunca imaginó que su formación en música clásica le daría tanta felicidad al dedicarse a la enseñanza de música a menores muy lejos de su hogar.
Mientras ella crecía, en Venezuela florecía un programa de educación musical muy popular llamado El Sistema. Esta maestra de música y directora de coro de 36 años de edad se fue de su país siete años atrás, a la búsqueda de una mejor vida en Chile.
“Uno de los aspectos más complejos de tener que irte de tu país es el de renunciar a tu profesión”, dice. “Pero yo me considero muy privilegiada de poder trabajar ahora en lo que más amo en la vida: la música”.
Cuando descubrió que muchos músicos venezolanos se encontraban en la misma situación, decidió poner este capital humano tan impresionante al servicio de la comunidad a través de la Fundación Música para la Integración, un grupo compuesto en su gran mayoría por refugiados y migrantes de Venezuela, pero que también incluye a chilenos y a otros integrantes de Colombia, Perú y Cuba.
“Es un sueño que se ha convertido en realidad; hace cinco años encontré a 30 músicos, ahora somos 400”, recuerda sentada en su oficina en la nueva sede de la Fundación en Santiago, capital de Chile.
Ana es una de los 7,1 millones de migrantes y refugiados de Venezuela en el mundo, de los cuales unos 450.000 se han establecido en Chile desde 2016. Se ha sentido fascinada por la música desde niña y valora la manera en que las personas se conectan entre sí a través de la música y el modo en que aprenden y desarrollan su personalidad.
"La música es una buena manera de integrarse porque no se detiene cuando las cosas se complican. El arte puede siempre ser una fuerza impulsora del desarrollo social, cultural y económico”, señala.
La inclusión temprana de migrantes y refugiados, incluyendo la inclusión en la vida social y cultural de las comunidades de acogida, es crucial para el éxito a largo plazo de las políticas de integración. El reconocimiento de las capacidades de los migrantes y el diseño de políticas y medidas que empoderen a los recién llegados para que puedan aportar sus perspectivas y cultura, pueden contribuir para progresar en la cohesión social y sacar partido de la innovación.
El Sistema Nacional de Orquestas y Coros de Niños, Niñas y Jóvenes de Venezuela, conocido como “El Sistema”, es uno de los programas de educación musical más prestigioso de todo el mundo. Ha brindado educación musical sin cargo a más de un millón de niños y niñas de Venezuela, con una red de orquestas que producen músicos profesionales de nivel mundial, muchos de los cuales ahora están viviendo en el exterior.
A 5.000 kilómetros de su hogar
La mayor parte de los músicos que tocan en la Fundación están trabajando en empleos no relacionados con la música – como camareros, niñeras, empleados de tiendas – y comparten historias comunes de sus luchas en las calles de Santiago antes de que sus talentos los uniera.
Rodrigo Rodríguez tiene 27 años, toca la viola y es hijo de músicos. Solía tocar en una orquesta de El Sistema en Apure, Venezuela y llegó a Chile en 2019. Hizo el viaje de 5.000 km en bus, con la viola en su espalda, sin ninguna intención de separarse de su amado instrumento ni siquiera por un instante por temor a que le fuera robado.
Logró arreglárselas y obtener un ingreso tocando en las estaciones de metro y trabajando como guía turístico, antes de toparse con la Fundación. Explicó que como la música que tocaba en las estaciones de metro era realmente muy atrayente, mucha gente que se dirigía hacia las salidas se detenía para escucharlo.
“La gente que me escuchaba realmente apreciaba lo que yo tocaba, recibía aplausos muy entusiastas, además de monedas y billetes que depositaban en la caja donde guardo la viola”, dice Rodrigo recordando sus primeros días en Chile.
Rodrigo enfatizó que las prácticas orquestales de El Sistema – cuyo método enfatiza el trabajo intenso, la perseverancia y la disciplina – lo prepararon para vencer los desafíos que la vida le planteaba, en especial los relacionados con la migración, y que él pudo volver a descubrir el placer de la música que está en la esencia de su identidad.
“Estar en la orquesta es sentirse músico otra vez. No existe un momento más feliz en mi vida cotidiana que aquel en el que estoy hacienda lo que más amo hacer”, dice.
Rodrigo también siente un gran agradecimiento porque su formación le permite hacer dinero y apoyar a sus padres y hermana que han quedado en Venezuela.
Otros han afirmado que la música les ha dado las capacidades necesarias para poder enfrentar sus difíciles travesías migratorias y los ha dotado de un sentido de identidad para poder trascender los desafíos materiales, sociales y emocionales de la migración, además de un sentido personal de integridad.
“Nos han acogido muy cálidamente aquí; los chilenos nos han demostrado muchos valores humanos, como darnos la bienvenida y mostrar solidaridad. Como contrapartida les damos nuestra música y talento como forma de mostrar nuestra gratitud”, dice Rodrigo mientras habla en una de las aulas de la Fundación, un lugar que según él “se ha convertido en uno de nuestros hogares”.
Esta historia fue escrita por Gema Cortés, Unidad de Prensa de la OIM, Oficina del Enviado Especial para la Respuesta Regional a la Situación en Venezuela.