“La vida puede ser muy difícil”

Zimbabuenses no videntes sobreviven gracias a sus redes de contacto,
a la mendicidad y algunos emprendimientos

Gift Mupambiki en Yeoville.

Sentado sobre la acera en la calle Raleigh, la calle principal de Yeoville, a pesar del bullicio de los peatones que al final de la tarde pasan caminando a su lado, Gift Mupambiki parece no sentirse perturbado por el ruido que lo rodea mientras improvisa una sesión de música con su teclado.

A pesar del ruido de los coches y los taxis y el ajetreo de la vida cotidiana y los transeúntes, la repetitiva melodía electrónica de Mupambiki se escucha con claridad. Cerca de allí, un grupo de hombres sale de una taberna para escucharlo tocar. La mayor parte de las personas simplemente pasan, pero hay un niño que acompaña a su padre y que no puede contener la curiosidad y por eso intenta detenerse, al menos un instante, para escucharlo.

Mupambiki ha estado viniendo a este lugar cerca de la  biblioteca durante años, casi todos los días. Es ciego de ambos ojos, con el tapabocas tan levantado que casi le cubre los ojos. Toca sus alegres melodías con el teclado y espera que alguien le tire unas monedas en la lata que tiene enfrente. Sus melodías improvisadas, combinadas con la mendicidad, han sido su medio de vida en las calles de Johannesburgo por más de una década.

Originario de Masvingo en Zimbabwe, Mupambiki se encontró con muchos otros zimbabuenses no videntes en Johannesburgo luego de que un amigo en su lugar de origen lo alentara para ir a Sudáfrica. “Estoy intentando juntar dinero para volver a la escuela y finalizar mis estudios. Yo estaba ocupado cursando una licenciatura en educación para personas con necesidades especiales, pero me quedé sin dinero”, dijo en un momento en que dejó de tocar el teclado.

Desde este lugar que ocupa regularmente en la acera en Yeoville, se encuentra solamente a unos 2 km de distancia el edificio oscuro y dilapidado en la zona marginal de Johannesburgo donde vive con docenas de migrantes de Zimbabwe que también son no videntes.

John Zindandi, de 38 años, considerado líder de esta comunidad, ha estado viviendo allí desde 2010. Ha estado en Sudáfrica por un periodo mucho mayor, pero vivió en la Misión Central Metodista en el Distrito Comercial Central de Johannesburgo por un tiempo tras los violentos ataques xenófobos de 2008 en los cuales más de 60 personas fueron asesinadas.

“Yo normalmente logro sobrevivir gracias a la limosna. Son días son muy duros amigo”, dice Zindandi. Durante la mayor parte de 2020, él y los compatriotas que viven en ese edificio y en otros parecidos han luchado para poder sobrevivir mientras la COVID-19 y los confinamientos han restringido sus movimientos.

John Zindandi es considerado líder.

“Es muy duro. No tenemos nada, y no hay nadie que nos ayude”, dijo. La pandemia ha empeorado la situación, y agrega el hecho de que los automovilistas no quieren abrir la ventanilla de los coches para interactuar con los mendigos o darles dinero.

De acuerdo con investigaciones realizadas por el Centre Africano para la Migración y la Sociedad (ACMS) de la Universidad de Wits la mayor parte de los mendigos ciegos que se encuentran en las calles de Gauteng, al igual que las mujeres que mendigan junto a sus hijos, son migrantes de Zimbabwe.

De acuerdo con el documento de investigación, “El fenómeno de la mendicidad en las calles por parte de los migrantes con discapacidades fue descripto como muy común y fácilmente detectable en la mayor parte de las ciudades de Sudáfrica, pero aun así se los considera como población oculta y a la cual es difícil llegar”.

Edmore Machingura en su habitación en un edificio oscuro de Johannesburgo. Hasta hace poco se dedicaba a mendigar para juntar algo de dinero, pero tuvo que parar por su condición de salud tan precaria. Su hija Eugenia de 20 años lo está cuidando ahora.

Los migrantes son excluidos de los subsidios y de otros tipos de asistencia de la Agencia Sudafricana de Seguridad Social (SASSA), e incluso hay casos en los que los refugiados y residentes permanentes reúnen los requisitos para acceder a tal asistencia y aun así deben luchar para que les sea otorgada.

“Tengo muchos problemas cuando voy al hospital. No me brindan ayuda porque no tengo los papeles en regla”.

El informe descubrió que la pandemia de COVID-19 había exacerbado el impacto de esta exclusión de los migrantes con discapacidades, con independencia de cuál fuera su condición en cuanto a documentos en el país.

Otro buen ejemplo de los habitantes del edificio es el de Margret Maushe, de 35 años. Ella pasa gran parte de su tiempo mendigando cerca de Maboneng, un distrito de moda en la zona sudeste del centro de Johannesburgo, y lo hace acompañada por sus hijos. Es también originaria de Masvingo y nació con una gran giba en su espalda. Nunca le dieron un diagnóstico oficial acerca de lo que tiene en la espalda, a lo cual ella se refiere usando la palabra ru tsinga — que en lengua Shona refiere a “bulto en la espalda”.

Margret Maushe con sus hijas Angela (de 4 años) y Thabile (de 9).

Cuando era una niña en Zimbabwe, le diagnosticaron cáncer y le tuvieron que amputar la pierna a los 12 años. “Debido a la amputación, tuve que dejar la escuela cuando estaba en quinto grado. Después de eso, incluso mis amigos no me entendían ni tampoco me apoyaban. Era realmente difícil hacer amigos”, dijo.

Maushe y su marido Tafadzwa Munyiki, discapacitado visual, viven ahora en un edificio que no tiene lavabos ni agua corriente, y solo a veces tienen servicio de electricidad. Pero a pesar de eso andan con facilidad por los pequeños y oscuros corredores del edificio y por las escaleras a las que les faltan algunos escalones.

Maushe y su marido tienen que criar a sus tres hijos con lo poco que obtienen por medio de la mendicidad o vendiendo cerveza a sus vecinos del edificio. Su hijo del medio, Thabile, de 9 años, también es discapacitado visual y padece un desorden de salud mental. Ninguno de los hijos estaba yendo a la escuela al momento de la entrevista y la familia tenía la esperanza de poder enviar a Thabile de vuelta a Zimbabwe para que pudiera asistir a una escuela para niños ciegos.

Muchos zimbabuenses como Maushe están indocumentados. Algunos llegaron a Sudáfrica, solicitaron asilo que les fue concedido pero sus permisos luego vencieron y no pudieron acceder a permisos permanentes. Muchos otros ingresaron irregularmente a Sudáfrica y eso hizo que el acceso a los servicios se volviera aún más difícil.

Matthew Wilhelm-Solomon, un conferencista en antropología de la Universidad de Witwatersrand e investigador asociado del Proyecto sobre Salud y Migración en Sudáfrica, ha estudiado hondamente el edificio en donde Maushe vive, al igual que otros edificios similares.

“Pienso que muchas de las redes entre las personas no videntes, o discapacitadas, que son migrantes en Johannesburgo, son una continuación de las comunidades que se habían formado en Zimbabwe.”

Wilhelm-Solomon dijo que las condiciones de vida de los migrantes no videntes y discapacitados no difieren de las que deben enfrentar otros sudafricanos de la clase trabajadora que se encuentran en situación de pobreza, los cuales tienen acceso esporádicamente a servicios de agua, electricidad y saneamiento.

“Por ese motivo es que los migrantes no videntes o discapacitados de las comunidades de la diáspora a menudo se reúnen y se ayudan mutualmente para encontrar alojamiento en determinados espacios”.

Kenneth Kamanga, de 48 años, que vive con su esposa y dos de sus hijos en una pequeña habitación en otro edificio de la zona marginal, se encarga de atender un pequeño negocio desde su cuarto, en el cual vende vegetales, dulces y otros snacks a quienes residen en el edificio.

Kamanga perdió la vista en su niñez por haber contraído sarampión.  

Kenneth Kamanga perdió la vista de niño, tras haber contraído sarampión.

Con la venta de esos alimentos y snacks, además de algunas donaciones que reciben, la idea de Kamanga y su esposa es reunir algo de dinero cada mes para poder enviar a sus hijos a la escuela, pagar la renta y enviar otro poco a la familia que quedó en Zimbabwe.

“Tener una discapacidad no quiere decir que no tengamos ninguna capacidad. Somos personas con capacidades”, dijo. “Aún si estamos mendigando, sé muy bien que no deberíamos [tener que] hacer eso. Tengo un buen nivel educativo. Pero algunas personas no pueden entenderlo. La vida puede ser muy difícil. De un momento para el otro, uno puede terminar tirado o mendigando en una calle”.

Fotografía de James Oatway — Texto de Jan Willem Bornman

El Viaje Interminable

Historias de migración y de coraje. Este proyecto fue realizado en sociedad con el Centro Africano para la Migración y la Sociedad (ACMS) de la Universidad de Wits y con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) con fondos aportados por la Embajada de Irlanda.

SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES
SDG 1 - FIN DE LA POBREZA
SDG 3 - SALUD Y BIENESTAR