Este artículo fue publicado por primera vez el 4 de junio de 2021 en el Portal de Migración Ambiental.
Tijuana - Decenas de miles de personas migrantes llegan cada año a la ciudad Mexicana de Tijuana, fronteriza con Estados Unidos, para tratar de cambiar de vida en ese país. Emigran solos o en grandes grupos, y por multiples razones: huir de la pobreza, de la violencia, de la discriminación, pero cada vez más, se desplazan para dejar atrás desastres causados por enómenos climáticos extremos que han devastado sus comunidades.
Un equipo de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) conversó con varios de ellos. Tienen en común que lo perdieron todo por el paso de los huracanes “Eta” e “Iota” en noviembre de 2020. Son “migrantes climáticos”, personas, familias enteras cuyos testimonios evidencian cómo las migraciones en todo el mundo dependen cada vez más de las consecuencias de inundaciones, huracanes y tormentas.
Huir de la naturaleza
La región centroamericana ha sido caracterizada como particularmente vulnerable a los impactos de cambios ambientales y climáticos. En el Corredor Seco, un espacio árido que ocupa amplias porciones de Guatemala, Honduras y El Salvador, la agricultura de subsistencia se ve regularmente afectada por la sequía. En este escenario, desastres repentinos como los que acontecieron en noviembre de 2020 acaban de sobrepasar la capacidad de resiliencia de los hogares.
Marvin, Jenny y Carlos no se conocen, pero los tres son centroamericanos. Están en Tijuana por la misma causa: lo perdieron todo a fines del pasado año como consecuencia de los huracanes “Eta” e “Iota”.
Los tres están varados, expectantes, en una de las ciudades de la frontera México-EEUU con más tránsito diario. Desean poder pasar de alguna manera del otro lado y dejar atrás el momento de sus vidas en que la naturaleza aniquiló sus propiedades y sueños.
Marvin: “El río Motagua es destructor”
Marvin ronda los treinta años. Ha migrado con Karen, su esposa, y sus dos hijos. Viene del departamento de Izabal (Guatemala). Lo que dejó atrás es una pesadilla.
En noviembre de 2020 los huracanes “Eta” e “Iota”, de categorías 4 y 5 respectivamente en la escala Saffir-Simpson, arrasaron América Central y dejaron a 7 millones de personas damnificadas en diez países, entre ellos centroamericanos, caribeños y México.
La Matriz de Seguimiento del Desplazamiento (DTM) de OIM, un estudioque se hizo para evaluar el impacto de aquella contingencia detalló que Guatemala fue uno de los países más afectados por los huracanes junto con Honduras y Nicaragua. Según el Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno, “Eta” e “Iota” causaron 1.7 millones de nuevos desplazamientos, especialmente en Nicaragua, Guatemala y Honduras.
Marvin y los suyos lo vivieron de cerca: “Cuando a nosotros nos dijeron que venía ‘la llena’ (la crecida del río) no lo creímos. Llovía poco pero no sabíamos que en el occidente del país estabangrandes tormentas, unríoque vienede Honduras se llenópor completo, terminóde llenar el río Motagua”, relata el agricultor.
“Yo tenía un animalito, un caballo, para jalar el producto, el maíz, la yuca...me salía trabajo también de jornalear para sacar productos para sacarlos afuera del campo, al camino para agarrar el autobús o el carro para sacar el producto a los mercados, y también se lo llevó (la inundación), se murió el animalito, lo perdimos, se perdieron cercos, se perdió todo”, agrega.
En la zona había una empresa bananera donde Marvin trabajaba con contratos de no más de dos meses: “La compañía se vino abajo, despidió a toda su gente, prácticamente dependemos de ellos porque si nohay trabajo ahí notenemos cómoseguirtrabajandonosotros latierra, cómocomprar las semillas, abonos, líquidos que se necesitan”, cuenta Marvin.
Junto a él, su esposa Karen Patricia completa la historia de lo difícil que fue aquel momento y explica cómo emigrar se convirtió en su única alternativa de vida: “Mis niños querían comer y no teníamos nada. Era muy duro pasar eso y tomamos la decisión de salir de ahí; no teníamos otra opción”, señala la madre migrante.
Cruzar México no fue fácil. Ahorran detalles, pero dejan claro que el camino también ha estado lleno de penalidades.
“Yo lo que quiero es que mis hijos no pasen por lo que nosotros estamos pasando. Es muy duro que ellos vuelvan a vivir esto”, indica Marvin, quien guarda un reproche contra las autoridades de su país: jamás les dieron aviso de que llegaba “Eta”.
Jenny: “Con ‘Mitch’ (1998) nos tuvieron que sacar en lanchas para un cerro. Ahora, con ‘Eta’ e ‘Iota’ (2020), quedó todo perdido”.
Jenny es hondureña, de una zona del Departamento de Cortés llamada Bajos de Choloma. En 2020 trabajaba en una empresa costurera, pero por la pandemia de COVID-19 se quedó sin empleo, como muchas otras personas.
En su caso, la experiencia la conectó con un momento traumático de su vida: el paso del huracán “Mitch” por su comunidad hace 23 años.
“Cuando pasó lo del huracán ‘Mitch’ (octubre-noviembre 1998) a nosotros nos tuvieron que sacar en lanchas para un cerro y de ahí, gracias a Dios, mi papá y mi mamá lo volvimos a superar, pero ahora lo de los huracanes ‘Eta’ e ‘Iota’ nos dejó más, o sea, quedó prácticamente todo perdido, horrible, horrible todo ahí”, explica al borde del llanto.
La zona donde vive está rodeada de “bordos” (diques de contención) que, cuando hay lluvias intensas como en esta ocasión, se rompen y su desborde es la causa de inundaciones y de destrucción. Cuenta cómo la familia se salvó, pero perdió sus enseres.
Al volver a la aldea se cumplieron sus peores temores: “se perdieron las casas, el agua se llevó todo, todo, todo. Entonces era triste para nosotros llegar y no hallar nada de lo que teníamos, y que de tantos años haber luchado para tener las cosas y quedar sin nada”, señala.
Carlos: “Fue algo doloroso ver cómo uno perdía lo poquito que tenía”
“Soy campesino, me dedicaba a la agricultura en mi país, pero con el paso de los huracanes perdí todo y decidí emigrar para los Estados Unidos”, cuenta este agricultor originario de la comunidad de El Belloto, departamento de Lempira (Honduras), que ha emigrado con su hijo de 5 años.
La zona montañosa donde vivía no es noble para la agricultura, pero daba para sembrar café, maíz y frijoles, cultivos básicos en Centroamérica.
“Vivíamos bien, no nos faltaba de nada. Después de los huracanes se nos cayó la casa, perdimos la parcela donde trabajábamos: quedamos mal”, relata.
Fueron varias semanas de lluvia y el resultado de todo aquello, “quedar con las manos vacías” y que mucha gente acabara en las calles, sin empleo, sin manera de ganarse un jornal o de cultivar nada. Sin opciones de sostener económicamente a su familia pensó que la mejor opción era partir.
El 1 de febrero padre e hijo se pusieron en ruta y el 19 de marzo llegaron a Tijuana. La decisión no le pesa: “Es tremendo quedarse sin nada uno de la noche a la mañana. Uno queda como ido de la mente, no hay nada que hacer en ese momento. Y bueno, a mí se me ocurrió emigrar para acá, para Estados Unidos, porque es la única manera”, agrega.
Con su hijo, Carlos Alfredo, recuerda lo que dejaron atrás y le insiste en que, pase lo que pase, volverán a su comunidad. Le advierte yaal pequeño de que lascosas ya no serán lo mismo. “Yo digo que la enseñanza que le dejará (el haber migrado) es que, aunque uno esté con adversidades, siempre puede levantarse, por mucho que cueste. Él se va a dar cuenta de lo que perdimos y que, primero Dios, lo vamos a recuperar algún día, ¿verdad? Y gracias a Dios qué él anda viviendo la aventura conmigo aquí”, comparte.
La OIM lleva décadas trabajando en los vínculos entre migración, medio ambiente y cambio climático. En esta labor ayuda a las personas y a los gobiernos a prepararse para los efectos adversos del cambio climático en la migración. También lleva a cabo programas de reducción del riesgo de catástrofes y de estabilización comunitaria para ayudar a las personas a permanecer en sus hogares y evitar la migración forzosa.
Cuando la migración es la única opción, la OIM promueve vías seguras, ordenadas y regulares para hacerla, y ofrece ayuda a quienes se ven obligados a huir de sus hogares. La OIM ha publicado con la Secretaría del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) un estudio reciente sobre la relación entre migración, desastres y cambio climático en Centroamérica. También apoya el desarrollo de políticas adecuadas para prevenir la migración forzada y atender las necesidades de los migrantes climáticos.
Fotos: Alejandro Cartagena y Cesia Chavarría
Autores: Cesia Chavarría, Alejandro Cartagena y Alberto Cabezas trabajan en la Unidad de Comunicación de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en México, y Pablo Escribano es el Especialista Temático Regional en Migración, Medio Ambiente y Cambio Climático en la Oficina Regional para Centroamérica, Norteamérica y el Caribe de la OIM.
El artículo se basa en dos documentos recientes:
Línea base - Vulnerabilidad y sequía: Corredor Seco, Honduras, noviembre 2020, Oficina Regional de la OIM para Centroamérica, Norteamérica y el Caribe.
DTM Perspectiva Regional - Impacto de los huracanes Eta e Iota en países de Latinoamérica y El Caribe, diciembre 2020, Oficina Regional de la OIM para Centroamérica, Norteamérica y el Caribe.