Bosaso, 13 de diciembre de 2021–Jafar tenía dos deseos. El primero era volver a ver a su familia. No podía recordar en qué momento se había ido de Etiopía; quizás ocho meses antes, tal vez un año.
Los problemas financieros en la ciudad de origen del adolescente lo convencieron de que llegar a Arabia Saudita iba a ser su mejor apuesta para poder tener una vida mejor. Algunos de sus vecinos ya lo habían hecho, permitiendo a su vez que los miembros de sus familias pudieran reacondicionar sus casas y abrir nuevos negocios.
El segundo deseo de Jafar era el de conseguir un empleo estable, uno que le permitiera finalizar sus estudios y brindar apoyo a sus seres más queridos.
Jafar había quedado varado en Bosaso, una ciudad costera al norte de Somalia y un punto clave de tránsito para migrantes que se dirigen a los Estados del Golfo. “Yo había completado el octavo grado en la escuela. Trabajaba de peón y contaba solamente conmigo mismo para avanzar con mi educación", señala, recordando cómo era su vida en Etiopía.
Como miles de migrantes que hicieron lo mismo antes que él, este joven de 17 años de edad dejó todo atrás para perseguir su sueño de tener una vida mejor. Lo que no sabía era que el camino por delante iba a estar lleno de peligros.
Viajó por parajes inhóspitos en Etiopía y Somalia, cubriendo más de 1.000 kilómetros bajo temperaturas que a veces alcanzaban los 40 grados Celsius.
“Un traficante me llevó desde donde yo vivía en Arsi a Adama, luego a Chiro y a Jijiga. Después de Jijiga, nos dirigimos a un bosque y tuvimos que viajar durante dos horas de a pie”, relata. “Más tarde, el traficante alquiló un coche para nosotros y se suponía que deberíamos pagar dinero en algunos puntos de control”.
El tono y los ojos cansados de Jafar sugieren que no todo fue fácil. Durante semanas de viaje apenas si tuvieron agua para beber o alimentos y no tuvo más opción que la de dormir a cielo abierto. Afortunadamente, los traficantes con los cuales viajaba no eran tan malos como otros.
“No tuve ningún problema con el traficante que me trajo hasta aquí. Pero hay otros que son muy complicados. Suelen golpear a los jóvenes a los que están traficando. Alguien falleció en Laas Anood tras haber sido golpeado”, relata.
Inmediatamente después de haber llegado a Bosaso, la salud de Jafar comenzó a deteriorarse. Tras un control médico, llegó una mala noticia. “Tenía tuberculosis. Me llevaron al hospital y ahí comencé el tratamiento”.
Tras seis meses de cuidados médicos y gracias a medicamentos fuertes, logró recuperarse.
La odisea de Jafar sirve para ilustrar la historia de cientos de miles de migrantes que viajan entre el Cuerno de África y Yemen cada año a la búsqueda de oportunidades laborales en los Estados del Golfo. Este corredor migratorio se conoce con el nombre de Ruta Oriental, que es más usada que la ruta del Mediterráneo hacia Europa por las personas que parten desde el Cuerno de África.
“La falta de rutas migratorias regulares y las complejas realidades en una región en la que muchos sufren las peores consecuencias de los conflictos y del cambio climático siguen forzando a las personas a embarcarse en estos arriesgados viajes por el desierto, el mar y por Yemen, un país asolado por la guerra”, dice el Jefe de Misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Somalia Richard Danziger.
La Matriz de Seguimiento de Desplazamiento de la OIM registró este año que cerca de 14.611 migrantes llegaron a la costa de Yemen procedentes de Somalia y Djibouti entre los meses de enero y octubre. De acuerdo con la publicación de la OIM de mediados de año, Informe sobre Una Región en Movimiento 2021, un 76% por ciento de los migrantes eran hombres de Etiopía y un 14% eran mujeres.
Safia, de 27 años, también se fue de Etiopía con la intención de viajar al Reino de Arabia Saudita, para conseguir un mejor empleo. Eso ocurrió siete años atrás pero ella nunca logró su objetivo. “Llegué a Bosaso con un grupo de mujeres e intentamos viajar a Yemen. Parte de mi grupo fue llevada a la zona montañosa de noche, pues desde allí parten los botes”, dice.
“Dos mujeres fueron violadas esa noche. Se suponía que yo debía ir allí por la mañana pero cuando me enteré de ese incidente, cancelé mis planes”. Eventualmente sus amigos llegaron a Yemen pero ella perdió todo tipo de contacto con ellos.
Este no es un incidente aislado. Los migrantes a menudo se van de sus hogares desconociendo los peligros que los esperan. Miles de testimonios de migrantes compilados a lo largo de los años han mostrado que la Ruta Oriental es una de las rutas migratorias más riesgosas – y con frecuencia una de las más subestimadas- en el mundo.
Las mujeres y las jóvenes se encuentran expuestas a un alto riesgo de sufrir violencia basada en género, en tanto que los menores que viajan solos también están sujetos a graves peligros por parte de los delincuentes que pueden apresarlos contra su voluntad, obligarlos a trabajo forzoso, quedar en situación de detención o vivir en las calles en condiciones deplorables.
“He sido testigo de cómo muchas mujeres y jóvenes fueron violadas y quedaron en una condición de extrema gravedad”, dice Safia.
Se cree que cientos de vidas se han perdido a lo largo de la ruta y sobre todo en el mar en el Golfo de Adén. Entre enero y octubre de 2021 el Proyecto Migrantes Desaparecidos de la OIM registró 64 muertes de migrantes en el Golfo de Adén. Se cree que las cifras son superiores, pero la falta de fondos para llevar a cabo más investigaciones y las dificultades para el acceso a algunas de las rutas migratorias – que están controladas por redes de traficantes y por grupos armados – complican la tarea de recopilar datos.
A diferencia de Jafar y de Safia, algunos migrantes logran llegar al Reino de Arabia Saudita, pero muchos otros se quedan varados a lo largo de la ruta, sobre todo en Yemen. Tras haber perdido su dinero en manos de los traficantes, usualmente no pueden continuar ni tampoco pueden retornar en condiciones seguras. Incluso los que finalmente logran llegar a destino son con frecuencia detenidos y retornados forzosamente a sus países de origen.
A pesar de los mejores esfuerzos de parte de la OIM y de otros asociados, no se cuenta con fondos suficientes como para brindar apoyo a todos los que emprenden el viaje, incluyendo a los cientos de somalíes que han sido retornados forzosamente desde los Estados del Golfo en los últimos años.
“Se necesita cuanto antes contar con mayor cantidad de fondos para poner fin al padecimiento de estas personas y hacer que sus viajes migratorios sean más seguros”, dice Danziger. “Tenemos que dar prioridad a los programas que brindan soluciones a largo plazo para fortalecer su resiliencia, de modo que antes que nada no se vean forzados a dejar sus comunidades de origen”.
La OIM brinda asistencia a mujeres, hombres y menores por medio de una red de Centros de Respuesta a Migrantes (MRC) diseminados a lo largo de las principales vías migratorias como la Ruta Oriental y otras. Safia ahora trabaja como traductora en el MRC en Bosaso. Desde 2019, casi 4.000 migrantes han accedido a asistencia en ese centro.
En Bosaso la OIM también apoya a otros centros y casas seguras que brindan cuidados a los migrantes en peligro. Uno de ellos es el Centro Comunitario Etíope en donde Jafar se quedó antes de su retorno a Etiopía por medio del apoyo de la OIM para retorno voluntario y reintegración. Su retorno fue posible gracias a fondos aportados por la Iniciativa Conjunta UE-OIM para la Protección y Reintegración de Migrantes. Casi 1.430 migrantes han sido asistidos para que pudieran retornar a sus hogares desde Somalia, sobre todo a Etiopía, desde que el programa inició sus actividades en el país en 2017.
La asistencia dispensada a Jafar y a otros migrantes con necesidades también forma parte del Plan Regional de Respuesta a Migrantes para el Cuerno de África y Yemen; 2021–2024, el cual brinda una respuesta coordinada para 39 asociados para el abordaje de las necesidades humanitarias y de protección de los migrantes.
Esta historia fue escrita por Claudia Barrios Rosel, Oficial de Comunicaciones de la OIM Somalia.