Colchane, 29 de Agosto de 2022 – Jhonny, de 26 años, junto a su esposa Cribsel, de 19, embarazada de seis meses, están sentados junto a sus dos hijos en un centro de recepción de migrantes. Quemados por el sol y recuperando el aliento, sin duda alguna la altitud de 3.700 metros y las heladas condiciones climáticas han pasado factura a esta joven familia de cuatro integrantes.
Caminaron durante cinco horas de Bolivia a Chile. Desde que partieron de Venezuela hace dos meses, y después de 5.000 kilómetros, han tenido que atravesar cinco cruces fronterizos. “Nos exponíamos al clima frío por primera vez. Eso fue quizás lo más difícil”, dice Jhonny con los labios cuarteados y los pies lastimados. Y no estábamos bien preparados con frazadas o abrigos de invierno”.
Este trabajador de la construcción había perdido su puesto de trabajo en Venezuela y por este motivo cubrir las necesidades básicas de toda la familia se había vuelto imposible. Decidieron irse de su ciudad natal Aragua con tan solo 450 dólares EEUU y una mochila con elementos básicos, para aventurarse por los largos senderos a través de las tierras altas de los Andes, primero cruzando a Colombia y más tarde a Ecuador, Perú y Bolivia, durmiendo en las calles en la mayor parte de su travesía.
Su historia dista mucho de ser un caso aislado. A menudo en pequeños grupos, personas extenuadas se desplazan a lo largo de una de las más extensas rutas migratorias del planeta, embarcándose principalmente a pie con intervalos periódicos en autobuses, taxis, y otras formas de transporte. Para los venezolanos que viajan a Chile, el último gran obstáculo es el duro Desierto de Atacama, la planicie más seca y de mayor altura del mundo, ubicada a casi 4.000 metros por encima del nivel del mar y con temperaturas que descienden hasta alcanzar los -10° C.
Muchos migrantes y refugiados viajan de forma irregular a través de estas rutas, debiendo enfrentar peligros como el robo y el riesgo de explotación y de abuso sexual de parte de grupos criminales. Según los Servicios Médicos Legales, siete personas han perdido la vida desde inicios del 2022, ya sea por exposición a condiciones climáticas extremas o por complicaciones de salud surgidas de condiciones médicas pre-existentes exacerbadas por el terreno tan inhóspito del Desierto de Atacama.
Cerca de la ciudad chilena de Colchane y al amanecer, en el momento de cruzar la frontera compartida con Bolivia, la familia de Jhonny y otros migrantes se sienten aliviados de haber encontrado la tan necesaria y vital asistencia humanitaria. Llegan hambrientos y con hipotermia y deshidratación, además de descompuestos por la altura.
Al mes de julio de 2022, había aproximadamente 127.000 migrantes que habían ingresado a Chile en cruces irregulares, de acuerdo con estimaciones de las autoridades chilenas. Muchos ingresan a Chile cada día a través de Colchane, un pequeño pueblo de menos de 500 habitantes, de los cuales un 85% es población indígena. Muchos a menudo son impulsados por el deseo de la reunificación familiar y de contribuir con sus comunidades de acogida.
“Nuestro objetivo es trabajar y hacer algo constructivo. Quiero que la gente me vea como un venezolano que tiene algo positivo para dar. Esto ayudará a cambiar la percepción que se tiene sobre nosotros”, agrega Jhonny.
Las condiciones invernales extremas aumentan los padecimientos
Desde su llegada a Chile, durante meses Francisco y su familia han tenido que superar numerosos desafíos, entre ellos el de vivir en las calles de la Ciudad de Iquique en condiciones de muy bajas temperaturas, una gran diferencia con el clima tropical de su ciudad de origen. La familia de cinco integrantes ha encontrado ahora alojamiento en un albergue temporal financiado y gestionado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
“Dormíamos bajo una frazada, abrazándonos los unos a los otros para darnos calor, y esa frazada por lo común terminaba cubierta de hielo. Debíamos usar nuestras mochilas como almohadas para evitar también los robos durante las noches”.
María, de 18 años, ha finalmente logrado cierto grado de estabilidad después de haber dado a luz a un niño muy saludable en Chile. Cuenta con un lugar para vivir en Iquique y es una de los cientos de personas que reciben asistencia humanitaria de parte de la OIM en forma de “vouchers” en efectivo, los cuales han sido repartidos entre las familias vulnerables para que dispongan de los medios necesarios para la compra de alimentos, productos de higiene y ropa de abrigo.
En todo Chile, la OIM ha incrementado su presencia y la provisión de asistencia humanitaria para responder de forma directa a las necesidades de los migrantes y refugiados que llegan a ese país.
“Seguimos proveyendo alimentos, agua, cuidados médicos, albergues y artículos básicos de socorro como frazadas y ropa de invierno entregada por ONG”, dijo la Asistente de Proyecto de la OIM en Colchane Susan Saavedra. Asimismo, la OIM ha desplegado un equipo médico que brinda cuidados de primeros auxilios, una intervención que beneficia a los migrantes y a las comunidades de acogida por igual.
Desde que empezó la pandemia de COVID-19, la OIM en Chile ha estacionado personal de terreno en Colchane de modo tal de permitir una veloz coordinación e implementación de la asistencia humanitaria.
En coordinación con las autoridades y organizaciones de la sociedad civil, la OIM ha puesto en práctica la infraestructura necesaria para albergar temporalmente a la población migrante en tránsito, y atender con premura sus acuciantes necesidades humanitarias. Desde 2014, más de 6,8 millones de venezolanos han salido de su país; alrededor de 450.000 viven en Chile.
Buscando una cuerda salvavidas
Janeth Pérez, de 36 años, nunca pensó que un día iba a tener que irse de su amado hogar. En su Venezuela natal trabajaba como profesora de secundaria, enseñando física y matemáticas, pero su situación financiera la obligó a abandonar su vida y profesión. Comenzó el largo camino hacia Chile con la esperanza de poder recomenzar su vida en ese país.
Tras un arduo viaje de 11 días en autobús, llegó recientemente a Chile y tomó la determinación de ir hasta la ciudad portuaria de Valparaíso, a aproximadamente 2.000 kilómetros al sur de la frontera entre Bolivia y Chile, con el objetivo de reunirse con su hermana y comenzar una nueva vida trabajando en un supermercado.
“Con este nuevo trabajo podré mantener a mi hijo de 15 años y a mi madre, a quienes dejé atrás en mi ciudad natal de Barinas. Estoy muy contenta con esta nueva oportunidad y con este nuevo comienzo”, dijo al llegar a Chile muy cansada tras una caminata final de diez horas.
A pesar de todos estos desafíos, Janeth y muchos otros están muy agradecidos por la oportunidad de poder trabajar y ayudar a sus familias, tanto en Chile como en su hogar en Venezuela. Sueña con poder regularizar su estatus migratorio, validar su diploma universitario y trabajar como profesora, que es su pasión.
“El futuro que imagino para mi es uno en el que yo pueda nuevamente enseñar para hacer suficiente dinero como para poder comprarme una casa y regresar a mi lugar de origen con mi hijo y mi madre para vivir juntos en paz”.
Esta historia fue escrita por Gema Cortés, Unidad de Prensa de la OIM, Oficina del Enviado Especial para la Respuesta Regional a la Situación en Venezuela.