Ciudad de Benín, 29 de agosto de 2022 – “Volver a empezar no fue fácil. No lo fue en ese momento, pero yo logré vencer otras cosas similares, de modo que estoy bien. Estoy mejorando”.
Chinedu se sienta frente a su máquina de coser, rodeada de pilas de telas coloridas y bobinas de hilo. Está terminando las costuras de un vestido floreado en el pequeño negocio de costura ubicado en un agitado distrito comercial de la ciudad de Benín, al sur de Nigeria.
Tras seis meses de trabajo, ha logrado hacerse una clientela y ahora está intentando cancelar las deudas que contrajo desde 2018 cuando un hombre la engañó con la promesa de un un trabajo mejor y de un matrimonio.
Chinedu* tomó la determinación de irse y fue engañada por el hombre que decía ser su novio, quien le prometió una vida de casados junto a él en Alemania. Todo lo que ella debía hacer era subirse a un autobús y seguir las instrucciones de los hombres “encargados de las conexiones”. En lugar de llevarla “directamente a Alemania” como ella pensó que ocurriría, Chinedu fue conducida a Libia, donde el tratante la amenazó con venderla si ella no pagaba una suma de dinero.
“Llamé a quien decía ser mi novio y le dije: ‘Mira en qué me has metido’, pero fue en ese momento que todo terminó; nunca volví a recibir noticias suyas”, recuerda Chinedu.
Presionada por sus tratantes para pagar si quería evitar ser vendida, Chinedu no tuvo más opción que la de recurrir a su madre para pedirle ayuda.
“Ella me envió 90.000 NGN (equivalentes a poco más de 200 dólares EEUU) en ese momento, dinero que yo le envié a él [el tratante]. Pero después de haber recibido el dinero no me liberó, sino que me llevó a Trípoli”. Allí, Chinedu se unió a otras mujeres obligadas a realizar trabajo sexual forzoso.
Durante un año y medio fue retenida contra su voluntad y obligada a ejercer trabajo sexual forzoso en Libia antes de lograr escapar, terminando luego en un centro de detención tras haber sido interceptada por las autoridades libias en el Mediterráneo.
Chinedu es una de las muchas víctimas de la trata. Las mujeres jóvenes y los menores suelen ser el blanco de este delito en Nigeria, en donde más de una de cada ocho (83%) de las 1.470 víctimas de trata rescatadas en 2021 eran de sexo femenino, según datos de la Agencia Nacional para la Prohibición de la Trata de Personas (NAPTIP).
Los tratantes apuntan principalmente a las mujeres. Siempre es más fácil para los hombres viajar por cuenta propia, puesto que las mujeres dependen más de los intermediarios que las ayudan a identificar oportunidades en el exterior y a organizar sus viajes. El reclutamiento de estas jóvenes mujeres destinadas a trabajos sexuales forzosos a menudo se da después del abuso de sus creencias religiosas y culturales. Suelen utilizarse maldiciones o “jujus” para vincular a las mujeres al tratante, para asegurar que no escapen o los delaten.
“Hay fuertes creencias en las tradiciones y la cultura de la tierra y los tratantes las usan para manipular a estas víctimas haciéndoles hacer juramentos justo antes de salir del país. A las víctimas se las fuerza a conjugar una serie de maleficios contra ellas mismas”, explica Ayo Amen Ediae, funcionario de lucha contra la trata de personas en la OIM Benín. “Si las llevan a Europa o a algún otro país, sin importar cuáles sean los desafíos que deben enfrentar, no pueden escapar porque recuerdan estos juramentos o maldiciones realizados antes de abandonar el país. Los tratantes son conscientes de esto y lo usan para manipular a sus víctimas”.
Fue en Libia donde Chinedu conoció al personal de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) que asiste a migrantes varados para que puedan retornar a sus hogares desde centros de detención de migrantes. “Un día después de llegar allí, conocí a un hombre, nos dio una serie de formularios que debíamos completar; también nos entregó ropa, calzado y medicamentos en la prisión”.
Chinedu pasó una semana en el centro de detención antes de que la OIM la ayudara a retornar a Nigeria donde está reconstruyendo su vida.
Un estudio realizado por el Centro de Gestión del Conocimiento de la OIM (KMH) descubrió que los desafíos emocionales por experiencias negativas durante los viajes por situaciones de trata, incluyendo la violencia de género o la prostitución forzosa, eran obstáculos para la reintegración de las mujeres.
Recomenzar no fue nada fácil para Chinedu.
“No podía salir; siempre estaba adentro. Todo por mis propios medios hasta que finalmente pude liberarme”, dice ella refiriéndose a su condición mental en el momento en el que regresó.
“Me sentía avergonzada. Regresar para retomar otra vez todo lo que había hecho antes, volver para repetirlo todo… Lo que ahora hago, este trabajo, ya lo había hecho por más de dos años antes de viajar a Libia, y después regresar otra vez para hacerlo nuevamente, parecía como que yo estaba volviendo atrás en el tiempo. No fue para nada fácil”.
Muchas de las mujeres que fueron entrevistadas para este estudio tuvieron que enfrentar la exclusión de parte de sus comunidades y de sus familias. Chinedu se encontró con enojo y falta de comprensión cuando regresó al hogar familiar. Su madre estaba enojada porque la había advertido para que no fuera. “Ella se oponía totalmente; fui yo la que la persuadió, la forcé a que me diera su consentimiento”, dice Chinedu. “Ahora ella ha tenido que gastar la totalidad de sus ahorros, su dinero y el resto, y aún así, no pude llegar a Europa. Mi hermana menor se burlaba de mí”.
Con la ayuda del Programa de Retorno Voluntario Asistido y Reintegración (AVRR) de la OIM, Chinedu compró una máquina de coser, alquiló un negocio y pudo volver a establecerse como modista, lo cual le ha permitido obtener un ingreso para ella misma y para que su hermana menor pueda asistir a la escuela.
* El nombre ha sido cambiado para proteger su identidad.
Esta historia fue escrita por Kim Winkler, Editora en la OIM de África Central y Occidental.