Bucarest, 24 de junio de 2022 – Anastasia siempre había querido hijos, de modo que se sintió en el paraíso cuando se dio cuenta de que estaba embarazada de su segundo hijo en noviembre pasado. Ella y su marido habían orado para que Artem, de cinco años, tuviera finalmente un hermano o hermana con quien jugar. Ahora ella lleva 27 semanas de embarazo pero aún no ha decidido cuál será el nombre de la criatura.

Sin embargo, ya sabe que será un varón; Artem puede estar feliz, piensa ella. Ahora el feto pesa un kilogramo – el tamaño de un melón, según le han dicho. Está feliz de que el bebé esté creciendo al ritmo adecuado – el crecimiento normal de cualquier feto, como dicen los expertos – pero tiene muchas dudas acerca del mundo al cual ella traerá a ese bebé.

Junto a amigos y parientes lejanos debió soportar 44 días de bombardeos y sirenas de ataques aéreos tras el inicio de la guerra. Refugiándose en el estacionamiento del edificio en el cual vivían en Kharkiv, la familia esperó durante días que la guerra tuviera una pausa para poder finalmente regresar a su casa. Pero cada día que pasaba la situación simplemente empeoraba mientras el embarazo de Anastasia avanzaba.

“No pude hacer consultas médicas ni acceder a ultrasonido durante etapas muy importantes de mi embarazo”, dijo la mujer de 26 años, que apenas si podía conciliar el sueño por las noches mientras estaba recostada sobre el colchón en el frío estacionamiento, luchando para hacer oídos sordos al bombardeo que ocurría en el exterior. “La guerra me estaba ya pasando factura y apenas si podía imaginarme qué podía provocarle todo eso al pequeño ser que estaba creciendo dentro de mí”.

Yuliia, traductora de la OIM, y el médico Hussam, ayudan a Anastasia a evacuar sus consultas para que pueda comprender mejor cuáles son sus necesidades de salud. Foto: OIM/Mónica Chiriac

La noche que se fueron tuvieron temor de que el bombardeo partiera en dos el estacionamiento. Empacaron algo de ropa de invierno y se fueron rápidamente. “Ni siquiera sabía que debía empacar primero o qué era lo importante. En medio de tanto caos terminé llevándome una fuente de cocina”, recuerda Anastasia.

Luego con rapidez y pena tuvieron que despedirse de las personas que habían decidido quedarse y de quienes no tenían más opción que la de permanecer en Ucrania. Su suegro logró meter a 22 personas, 10 de ellas menores, en un minibús y los condujo a través de la frontera rumbo a la República de Moldova.

Algunas personas se consolaban al pensar que si se quedaban en Moldova, no iban a estar tan lejos de su hogar, en tanto que otros querían irse lo más lejos posible de Ucrania y cruzaron desde Moldova a Rumania. Anastasia, Artem, y su hermana mayor Ksenia fueron algunos de los pocos que procuraron seguridad en Rumania.

Después de ponerse en contacto con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Rumania, Anastasia logró acudir a una consulta médica con el Dr. Hussam, médico de la OIM, quien la derivó de inmediato a una OB-GYN en el Hospital de Clínicas Dr. Ion Cantacuzino, próximo a las instalaciones de la OIM.

Acompañada por su hermana Ksenia, Anastasia llegó a su primera cita médica con algo de aprehensión, temiendo lo peor. Foto: OIM/Mónica Chiriac

Acompañada por su hermana Anastasia llegó a su primera cita médica con algo de aprehensión, mortificada por temor a encontrarse con el peor escenario posible. Yuliia, miembro del personal de la OIM, se vio forzada a escapar de Ucrania junto a su hija tan solo un par de meses antes, de modo que se tomó el tiempo de explicarle a Anastasia en ucraniano cómo sería el procedimiento y qué podía esperar del mismo. Después de que le avisaron que el bebé estaba perfectamente saludable, Anastasia sintió un gran alivio y una gran emoción.

Habiéndose ido de Siria poco antes de que toda la incertidumbre comenzara en 2011, el Dr. Hussam comprende mejor que nadie lo que significa tener que irse del propio país y dejar a tus seres queridos atrás. Tras haber completado sus estudios en la Facultad de Medicina en Rumania, obtuvo su ciudadanía y comenzó a trabajar en calidad de mediador cultural de la OIM y luego como médico.

Su carga laboral ha sido siempre muy intensa, pero la situación actual no tiene precedentes, explica. Trabajando como médico en la respuesta a Ucrania, su teléfono no para de sonar y debe responder a cada llamado – sea de día o de noche. Es agotador, lo admite, pero a pesar de eso no duda en ponerse esa tarea sobre los hombros, sabiendo que su trabajo es crucial y que algunas veces un minuto puede marcar una diferencia entre la vida y la muerte.

Hussam ha atendido cientos de consultas médicas y realizado derivaciones desde que la guerra comenzó. Foto: OIM/Mónica Chiriac

Hussam ha logrado acopiar medicamentos en la oficina de la OIM, e intenta reponer las existencias cada vez que puede. Cuando acompaña a los equipos de concientización de la OIM para visitas en terreno a los centros de recepción de refugiados, siempre se asegura de llevar consigo algunas medicinas básicas y las distribuye entre quienes las necesitan.

La OIM se ha asociado con diferentes hospitales, clínicas y asociaciones privadas para atender las diversas necesidades de los pacientes. A veces los acompaña hasta el hospital y en otras ocasiones organiza los traslados médicos.

También a veces durante las visitas a terreno lleva a cabo evaluaciones rápidas y deriva a las personas para consultas más específicas o a hospitales, todo ello sin cargo. Nadie debe ser dejado atrás en términos de acceso a los cuidados de la salud.

“Hay muchas personas mayores entre quienes necesitan ayuda, pacientes que requieren de tratamientos oncológicos u otros con enfermedades crónicas que requieren de atención inmediata y prolongada”, explica Hussam. Junto a información sobre asistencia legal, protección temporal y derechos, el equipo con frecuencia también da a conocer el apoyo sanitario al cual las personas pueden acceder.

La OIM está fortaleciendo y facilitando el acceso a servicios sanitarios y de derivaciones a través de sus sesiones de concientización. Foto: OIM/Mónica Chiriac

El esposo de Anastasia se encuentra todavía en Kharkiv, refugiado en un bunker y trabajando como voluntario en bancos locales de alimentos. Ella lo llama a diario para saber lo que está ocurriendo allí y lo más importante de todo, según ella misma lo dice, para constatar que aún sigue con vida. En cada llamada ella siente alegría al poder escuchar su voz, pero cuando oye también el ulular de las sirenas por los ataques aéreos a lo lejos, esa felicidad se termina rápidamente.

Ella espera el bebé para agosto y trata de hacerse a la idea de que su marido no estará a su lado al momento del parto, y además se perderá el primer llanto del niño, y posiblemente otros primeros momentos. A veces ella fantasea con el hecho de que volverá a Ucrania al momento del alumbramiento.

Mientras tanto intenta crear un entorno estable para Artem y sus primos en Rumania, pero la normalidad pareciera ser algo del pasado, reconoce. “Los chicos empiezan a llorar cada vez que escuchan truenos; es por todo lo que han vivido…todo eso los va a perseguir por mucho tiempo”.

Con regularidad le envía actualizaciones a su esposo acerca de Artem y fotos de ultrasonido del bebé, para mantenerlo al tanto de lo que ocurre. Como contrapartida, él le manda actualizaciones sobre lo que está pasando en Ucrania. “No me queda claro cuál de los dos está más preocupado”, dice ella, “pero intentamos seguir unidos para estar bien los dos y no perder la esperanza, pues es lo único que nos queda”.

Hay todavía una luz de esperanza en medio de la oscuridad, dice Anastasia. Foto: OIM/Mónica Chiriac

La respuesta sanitaria de la OIM en Rumania es posible gracias al apoyo del Gobierno de Japón.

Historia escrita por Mónica Chiriac

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