Phangnga, Tailandia – Phangnga, Tailandia – “¡Gol!” grita Muhammed* de 18 años mientras su hermano de 14 y compañero de equipo Riyad* anota otro gol y asegura el triunfo para su equipo en un partido jugado temprano en la mañana en un albergue para menores y sus familias en Phangnga, Tailandia. Juegan contra su hermano Ahmed* de 16 y su primo de 15.
Cada día, los cuatro muchachos se levantan antes del amanecer para no sufrir el calor y realizan deporte, como por ejemplo jugar al fútbol. La pasión que comparten por los deportes floreció en su ciudad natal y sigue uniéndolos a través de las fronteras.
El silbato final se hace eco en el campo de juego. Sultan y Ahmed, a pesar de que hoy han perdido, muestran un verdadero espíritu deportivo y se unen a Muhammed y Riyad en un abrazo de celebración. Estos partidos de fútbol que se juegan justo antes del amanecer son mucho más que una forma práctica de escapar del calor para estos cuatro jóvenes rohingya; son también un recordatorio del hogar, una fuente de tranquilidad y un campo de entrenamiento para los desafíos que tienen por delante.
Fue en 2022 que los tres hermanos rohingya y sus primos escaparon de Myanmar junto a sus padres. La familia buscó refugio en uno de los asentamientos para refugiados más grandes del mundo en Cox’s Bazar, Bangladesh, que alberga a más de un millón de rohingyas.
Ellos creían haber llegado al paraíso. Pero en lugar de eso, la restricción a sus movimientos, el acceso limitado a educación y a oportunidades laborales, junto a un dejo de hostilidad de parte de la comunidad de acogida, hicieron desaparecer su deseo de reconstruir sus vidas en ese campamento.
"Los miembros de la comunidad temían que pudiéramos quitarles los trabajos si nos aventurábamos fuera del campamento”, explica Muhammed. "Lo que nosotros queríamos era una oportunidad de vivir una vida normal, una oportunidad de aprender cosas”.
La educación, un derecho fundamental para muchos, era un sueño muy distante para estos jóvenes. Firme en su decisión de brindarles a sus tres hijos y a su sobrino un mejor futuro, el padre decidió embarcarse en otro viaje marítimo aún más peligroso, en este caso a Malasia.
“Habíamos escuchado relatos de nuestros amigos acerca de rohingyas que estaban viviendo en comunidades urbanas de Malasia, desplazándose con total libertad y sin estar confinados en un campamento”, recuerda Sultan.
Sin embargo, su embarcación naufragó trágicamente en el mar durante el viaje. Tras haber estado varados por 15 días, fueron rescatados por la Armada Real de Tailandia y trasladados allí.
“Nos llevaron a un centro de detención para migrantes, en el que tuvimos que compartir una pequeña habitación con otras 14 personas”, dijo Muhammed. “Este centro de detención fue otra experiencia muy desafiante para nosotros. Deshidratados y extenuados después de haber quedado varados en alta mar por dos semanas. El miedo, siempre presente desde que nos fuimos de casa, se transformó en estrés y ansiedad, dejándonos con permanentes jaquecas”.
La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) apoyó el traslado de los cuatro jóvenes desde el centro de detención para migrantes a un albergue para adolescentes y niños gestionado por el Gobierno en Phangnga.
“Al principio nos sentimos abrumados por el entorno que era muy poco familiar y tuvimos miedo porque fuimos separados de nuestro padre”, dice Ahmed. El dolor de haber perdido a su padre, que fue enviado a otro centro de detención de migrantes, y de encontrarse a cientos de miles de kilómetros de su madre que se quedó en Cox Bazaar, Bangladesh, fue extremadamente difícil para los muchachos.
Lo bueno es que encontraron tranquilidad en la mutua compañía y en la amabilidad del personal del albergue.
“Cuando conocí a los muchachos, instantáneamente me di cuenta de que sentían miedo y dolor”, recuerda Narongsak, quien estuvo trabajando en el albergue de Phangnga los últimos 11 años y ha asistido a más de 500 menores no acompañados.
Junto a la OIM, los funcionarios del albergue enseñan a los menores el idioma tailandés, permitiéndoles desarrollar amistades significativas con el personal.
"Para todos nosotros en el albergue, cada niño merece igual tratamiento y oportunidades, sin que importe el lugar del cual proviene, su religión o etnicidad”, explica Narongsak. "Hacemos todo lo que está a nuestro alcance para crear un entorno propicio que les ayude a sanar las experiencias traumáticas”.
La OIM organiza regularmente actividades artísticas y de alfabetización en el albergue, con el propósito de ofrecer un espacio seguro para los menores rohingya en el que puedan expresar sus emociones y sueños – y de tal modo empoderarlos y mejorar su bienestar mental.
“La salud mental y el apoyo psicosocial siguen siendo un componente crucial de nuestra asistencia humanitaria para los refugiados rohingya, además de la provisión inmediata de alimentos y otros artículos esenciales, y los chequeos regulares de salud”, dice Kiana Tabakova, Encargada de Preparación, Respuesta y Recuperación en la OIM Tailandia.
"Nuestro objetivo es empoderar a estos menores”, agrega Narongsak. "Tal vez no podemos ofrecerles educación formal, pero podemos transmitirles valiosas enseñazas como la paciencia a través de la jardinería, y la responsabilidad por medio de tareas compartidas. Estas habilidades los empoderarán sin que importe lo que deban enfrentar en la vida”.
Una excitante nueva vida les espera a los cuatro jóvenes rohingya, ya que muy pronto serán reasentados en Canadá junto a sus familias, con el apoyo de la OIM y del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
“Un objetivo muy importante para nosotros es ser inscriptos en una escuela y poder terminar nuestros estudios”, expresa Ahmed, quien ha tomado la decisión de convertirse en ingeniero eléctrico. “Cada noche practicamos inglés y matemáticas para compensar el tiempo que no vamos a la escuela”.
Si bien están emocionados por un futuro más venturoso en Canadá, los cuatro muchachos siguen compartiendo sentimientos de incertidumbre y de estrés por tener que mudarse al exterior. Se avecina un largo viaje rumbo a lo desconocido y dejar al personal del albergue, que es como su segunda familia, les genera más estrés.
“Practicar deportes y enfocarnos en el juego nos ayuda a olvidar las penas por un rato. Nos ayuda a manejar mejor nuestras preocupaciones y disfrutar de los momentos de felicidad que nos brindan nuestras pequeñas victorias en el juego”, dice Muhammed.
Quiere ser un futbolista profesional algún día. “El deporte es un ancla en nuestras vidas. Nos da esperanza y el coraje de creer que la victoria es posible”.
En el momento en que los muchachos se reúnen tras el partido, el sol finalmente sale. El futuro se ve prometedor y brillante. Dicen que están listos para enfrentarlo con la frente en alto.
*Los nombres han sido cambiados para proteger sus identidades.
La asistencia humanitaria de la OIM a los Rohingya en la región es financiada por la Unión Europea y por la Oficina de Población, Refugiados y Migración (PRM) del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Esta historia fue escrita por Anushma Shrestha, Oficial de Prensa de la OIM Tailandia.