Selangor, Malasia – Para Ahmad y su familia Kampung Sri Makmur era un lugar al que llamaban su hogar. Desde que tuvieron que escapar de su aldea en el Estado de Rakhine en Myanmar, de donde su comunidad – los rohingya – fue desarraigada, Ahmad y muchos otros han tenido que encontrar un nuevo hogar en algún otro lugar.
“Yo estaba cerrando mi pequeño almacén tras un día de trabajo y de repente escuché disparos de armas de fuego y una explosión. Los gritos y el caos se propagaron como un salvaje incendio y muy pronto todo el mundo estaba corriendo para poder salvar su vida. Mi primer instinto fue irme a casa a ver si mi esposa e hijo de un año estaban bien. Tuve que rescatarlos. Pero hombres armados se dirigieron en dirección al lugar en el que yo estaba y me apuntaron con sus armas. No tuve más opción que irme, dejando atrás a mi familia”, recuerda Ahmad.
El viaje a Malasia
El viaje a Malasia no fue fácil para Ahmad. Además del temor a ser atrapado y deportado se avecinaba una grave amenaza de persecución inminente por pertenecer a la etnia rohingya, lo cual le provocaba insomnio por las noches.
“Ocultándome de las autoridades y caminando por días, llegué a Tailandia de a pie con otros rohingya. Desde allí viajé a Malasia”.
Después de todas las dificultades que tuvo que enfrentar en el camino, Ahmad llegó eventualmente a Selangor en donde encontró algo de tranquilidad. Un compañero rohingya que vivía en Kampung Sri Makmur le ofreció apoyo, ayudándolo a encontrar una casa y a recomponerse. Encontró trabajo como limpiador de calles y alquiló una casa en la misma comunidad. Luego pudo ponerse en contacto con su esposa que estaba viviendo con sus padres en otra ciudad de Myanmar después de haber escapado de la ciudad natal de Ahmad tras la incursión armada.
Una frágil paz en Kampung Sri Makmur
Kampung Sri Makmur en Selangor, Malasia, se convirtió en el hogar de cientos de familias rohingya, un lugar en el que han convivido de manera pacífica con miembros de la comunidad local por décadas. Esta coexistencia se vio interrumpida cuando recibieron un aviso de desalojo a principios de este año ordenándoles que debían abandonar sus hogares pues en ese lugar iba a erigirse un condominio con torres de apartamentos.
“Circulaban algunos rumores, pero yo los ignoraba”, recuerda Ahmad, quien, cuando un día regresaba a su casa desde el trabajo vio un cartel colgado de la puerta con marcas rojas pintadas sobre las paredes, indicando que el lugar sería demolido a la brevedad
“Este aviso hizo que nuestro mundo se desmoronara”.
Cuatro años más tarde, Ahmad pudo reunirse con su esposa e hijo y a partir de allí pudo reconstruir su vida en Malasia. Ahora estos desalojos lo están forzando a él y a su familia a tener que abandonar su hogar. Sin un techo sobre sus cabezas, Ahmad y su familia están viviendo temporalmente con un amigo mientras buscan una nueva vivienda.
La lucha por la supervivencia
Para ayudar a los rohingya como Ahmad a que puedan asegurarse una vivienda tras el desalojo, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha entregado asistencia en efectivo por un monto de MYR 1.000 (más de 200 dólares EE.UU.) a cada familia con necesidades.
“Yo usé la asistencia en efectivo para cancelar la deuda de renta de la casa de la cual fui desalojado. También me permitió pagar este alquiler temporario. Pero sigo intentando encontrar un hogar más estable, y esa tarea es todo un reto. Los dueños de propiedades ya no quieren alquilarles a los rohingyas”, dice, puesto que la información errada y el discurso de odio contra esa comunidad siguen circulando en los medios de comunicación en línea.
Esta información errada y el discurso de odio contra los rohingya no son un fenómeno nuevo. Durante décadas la comunidad ha sido culpada por el influjo de refugiados y migrantes irregulares a Malasia, habiendo sido el peor momento el de la pandemia de COVID-19 durante el cual fueron acusados de propagar el virus.
La lucha paralela de Abdul
A dos cuadras del lugar donde vive Ahmad vive un vecino de nombre Abdul, un compatriota rohingya que tuvo que escapar de Myanmar y buscar refugio en Malasia. Abdul tiene en común con esta persona la pesada carga de tener que encontrar un nuevo lugar para vivir tras el desalojo. Actualmente está viviendo en una casa apiñado junto a otras dos familias.
“No son solamente los dueños de propiedades que no quieren alquilar sus casas. Son también los empleadores que no nos quieren dar trabajo y las escuelas que no permiten la inscripción de nuestros hijos e hijas”, dice Abdul. “Gran parte de este rechazo se origina en la información negativa y en las noticias falsas que presentan a los rohingya en los medios como verdaderos delincuentes”. Abdul relata de qué manera la información errada y el discurso de odio impactan sobre el bienestar de su familia y comunidad.
“Hay buenas y malas personas en todas partes. Pero los hechos perpetrados por algunas malas personas no deberían ser usados para definir y caracterizar a la comunidad a la cual pertenecen. No somos delincuentes, somos seres humanos como el resto”.
Soportando las dificultades
Tener que lidiar con el estigma de ser etiquetado como un delincuente le trae recuerdos dolorosos a Abdul. No ha olvidado el espantoso momento en el que su familia fue detenida antes de llegar a Kampung Sri Makmur. Durante siete agotadores meses, soportaron condiciones de hacinamiento, con poca comida y agua además de saneamiento inadecuado.
“A medida que la violencia contra los rohingya en Myanmar aumentaba, el centro estaba más lleno de gente y las condiciones de vida se iban deteriorando”, relata Abdul. “Mis hijos sufrieron mucho y empezamos a perder toda esperanza de que algún día seríamos liberados”.
Sin posibilidad alguna de acceder a cuidados adecuados en estas condiciones tan duras, Abdul y su esposa tomaron una decisión muy difícil y dieron en adopción a su hijita menor, de tan solo un año de edad, a una familia malaya.
“Fue la única manera de que accediera a los cuidados que necesitaba. Dejando de lado el tema de la detención, esa familia iba a poder darle una educación, un hogar seguro y la chance de escapar de esa realidad tan dura. Tendría un futuro por delante y la vida que merecía”.
No hay un solo día en que Abdul y su esposa no extrañen a su hija. Ahora se han quedado con los tres hijos varones y Abdul pasa sus días constantemente preocupado por lo que podría estar esperándoles en el futuro.
Una luz de esperanza
“No podemos inscribir a nuestros hijos en las escuelas. Sin educación adecuada, mis hijos no tendrán los medios como para poder tener una buena vida ni podrán encontrar un trabajo digno”, dice Abdul con los ojos llenos de lágrimas.
Cruzarse con publicaciones xenófobas que describen a los rohingya como delincuentes, además del temor de que sus hijos no tengan la oportunidad de tener una vida mejor le ha pasado factura a la salud mental y al bienestar psicosocial de Abdul.
Las familias de Abdul y de Ahmad se encuentran entre las 31 familias vulnerables que no cuentan con recursos financieros suficientes para reubicarse tras el desalojo y ahora reciben el apoyo de la OIM. Su padecimiento no cesó tras el desalojo.
Durante un mes vivieron sin electricidad ni agua después de que tales servicios fueran cortados tras el aviso de desalojo, en el momento en que ellos estaban buscando un nuevo lugar donde mudarse.
No es un donativo
Human Aid Selangor Society (HASS), una organización no gubernamental que trabaja muy estrechamente con comunidades de refugiados y migrantes, conectó a la OIM con Abdul y Ahmad para brindarle asistencia inmediata y urgente en efectivo.
“La asistencia en efectivo no es un donativo”, explica Kendra Rinas, Jefa de Misión de la OIM Malasia. “Se trata de una cuerda salvavidas vital para los rohingya, de modo tal que puedan asegurarse un techo temporal de manera inmediata, en estos momentos en los que se encuentran en situación de vulnerabilidad. Asimismo, empodera a esas familias para que puedan reconstruir sus vidas y adueñarse de sus destinos”.
“El desalojo es un recordatorio del calvario de las familias rohingya y del costo humano que tiene el desplazamiento. Pone de relieve la necesidad urgente de soluciones a largo plazo para garantizar a la población rohingya y a otras poblaciones desplazadas el acceso a servicios básicos y el ejercicio de derechos fundamentales, además de contar con oportunidades para reconstruir sus vidas con dignidad”, agrega Rinas.
Las historias de Ahmad y Abdul son testimonio de la resiliencia y fortaleza de la comunidad rohingya. A pesar de que deben enfrentar tremendos desafíos, siguen luchando por un futuro mejor para sus familias. El apoyo de organizaciones como la OIM y HASS brinda una luz de esperanza en su continua lucha en pos de la dignidad y la estabilidad.
La asistencia en efectivo de la OIM para el alquiler de la población rohingya que se enfrentaba al desalojo fue posible gracias al apoyo de la Unión Europea.
*Se han cambiado los nombres para proteger la identidad.
Este historia ha sido escrita por Anushma Shrestha, Oficial de Medios y Comunicaciones de la OIM en Tailandia.