Admire y Bhekani, hermanos improbables

Unidos para sobrevivir

Bhekani Ncube (atrás) y Admire Makondo.

La mayor parte de los días, si se encuentra conduciendo por Illovo, un suburbio rico al Norte de Johannesburgo es probable que lo vea sentado en su silla de ruedas en un semáforo en la calle Corlett. Los domingos estará sentado una cuadra más allá, en la rotonda de la calle del Norte.  

Es muy posible también que pase a su lado y apenas le preste atención, tal vez evitando su mirada o fingiendo no haberlo visto. Pero él siempre está allí, sentado bajo el sol o la lluvia, con una sonrisa, siempre listo para saludarlo con la mano.

Para él, el desafío es que el dinero de la jornada le alcance para sobrevivir un día más. Y durante la mayor parte de su vida adulta, eso es exactamente lo que Admire Makondo, de 40 años, ha estado haciendo, sobrevivir.

Algunos días se sienta allí por sus propios medios, en otras ocasiones, un hombre alto y enjuto lo acompaña, velando por él. Se trata del amigo de Makondo, su “hermano” y compañero de cuarto, Bhekani Ncube, de 36. Los dos han sido inseparables desde que se conocieron en la ciudad de Musina en Limpopo hace ya más de una década, cada uno cuidando del otro.

“Yo no puedo trabajar y por eso voy a mendigar en Illovo. Los domingos me siento aquí en la rotonda. Pero en la semana estoy en el semáforo. No voy todos los días, solamente los viernes, sábados, domingos. El lunes no es un buen día, así que casi siempre descanso martes y miércoles”, dice Makondo explicando su rutina.

No puede explicar del todo la naturaleza de sus discapacidades. Tiene un bulto en su espalda que se parece a la cifosis (dolencia que se conoce coloquialmente con el nombre de espalda redonda), y también tiene dolencias en sus manos y piernas. Su brazo izquierdo es visiblemente débil y los movimientos que puede hacer con ese brazo son muy limitados. Tiene grandes callos en las puntas de los pies y rodillas, porque cuando no usa su silla de ruedas debe desplazarse con las manos y rodillas. Así es como él se moviliza en los oscuros corredores del edificio del centro en donde vive. Por otra parte, Makondo sufre de diabetes.

En 2009 decidió mudarse a Sudáfrica debido a las turbulencias políticas en Zimbabwe en aquel momento, y porque le habían diagnosticado diabetes y no podía tener la medicación que necesitaba. “He estado aquí desde 2009 hasta ahora. En 2008 vivía con mi padre. Cuando comenzaron las persecuciones a raíz de las elecciones, decidí venir para aquí porque allá ni siquiera lograba conseguir qué comer. También caía enfermo ya que tengo diabetes. Necesito inyectarme dos veces al día”, dijo Makondo.

Admire en su dormitorio.

Es un hombre alegre, vestido con pantalones cortos negros y una camiseta Proteas de criquet. Suele hacer muecas mientras habla. Los gestos se acentúan a medida que su voz se eleva al momento de contar una historia. “Cuando yo estaba en Zimbabwe y me enfermaba, no tenía medicamentos que tomar. Iba a la clínica y allí me decían que tenía azúcar en la sangre (diabetes) pero allí ellos no podían darme la medicación adecuada. Por eso me fui a Musina y me quedé allí por un año”, cuenta.

Fue en Musina en donde Makondo y Ncube se conocieron y formaron la amistad que se volvería en un vínculo crucial para la supervivencia de ambos hombres. Desde el momento en el que se conocieron, decidieron permanecer juntos y cuidarse mutuamente. Tras un año de haber vivido en Musina, los dos decidieron mudarse a Johannesburgo en donde iban a compartir un cuarto en un edificio de una zona marginal junto a otro hombre.

Su habitación es estrecha, hay una pequeña cama plegada en la esquina y una tina para lavarse empotrada en la pared. Makondo duerme en la cama, en tanto que Ncube y el otro hombre duermen en el piso. Los tres hombres comparten la renta de ZAR 1.600 (105 dólares) por mes.

“Nos conocimos aquí [en Sudáfrica]. Desde aquel momento en Musina, hasta el día de hoy nunca nos hemos separado. Incluso mis parientes, saben que Bhekani se queda conmigo”, dijo Makondo.

Dado que Makondo no puede trabajar y Ncube no encuentra mucho más trabajo que alguna tarea eventual para hacer, los dos hombres permanecen juntos mientras Makondo pide en las calles de Johannesburgo.

Es simplemente uno de las docenas, por no decir cientos de migrantes con discapacidades que sobreviven mendigando en las calles de la ciudad. Un reciente informe de investigación emitido por el Centro Africano para la Migración y la Sociedad (ACMS) de la Universidad de Wits señala que es “muy común” que los migrantes con discapacidades recurran a la mendicidad en las calles para poder sobrevivir.

Matthew Wilhelm-Solomon es profesor de antropología en la Universidad de Witwatersrand e investigador asociado del Proyecto sobre Salud y Migración en África del Sur, y como tal ha hecho muchos estudios acerca de los migrantes ciegos y discapacitados que viven en las áreas marginales de Johannesburgo.

Señaló que era muy frecuente que esos migrantes o quienes los ayudaban o asistían, recorrían largas distancias, incluso hasta Lenasia en el sur de Johannesburgo o Springs en East Rand, para venir a mendigar en las calles.

Los migrantes son generalmente excluidos de muchos servicios sociales y de las iniciativas para la creación de empleo, pero Wilhelm-Solomon dijo que los que son ciegos o tienen ciertas discapacidades tienen aún menos oportunidades.

“Muchos migrantes ciegos y con otra discapacidad física que han recibido educación formal, que cuentan con diplomas de la escuela secundaria o de capacitación artesanal e incluso a veces certificaciones de estudios de nivel terciario, y que tienen experiencia por haber trabajado en buenos puestos de trabajo o por haber manejado pequeños negocios en Zimbabwe, se ven obligados a mendigar en la ciudad de Johannesburgo”.

“Es extremadamente complicado renovar los documentos de solicitud de asilo, los cuales permitirían a estas personas trabajaran legalmente.  También es difícil validar los certificaciones de estudios, y cuentan con muy poco apoyo como para poder acceder a empleos formales o desarrollar actividades generadoras de ingresos”, dijo. 

Ncube asume una mayor responsabilidad por el bienestar físico y la seguridad de su amigo y de él mismo, en tanto que Makondo principalmente se ocupa de ambos en lo financiero, compartiendo cualquier suma de dinero que hubiera recibido tras un día de mendicidad.

Bhekani y Admire en la habitación que comparten.

“Es difícil para mí desplazarme por mis propios medios. Por eso es por lo que él me ayuda”, Makondo cuenta señalando a Ncube. “Lo que hago es plegar la silla de ruedas para que quede más chica, y luego me meto en el transporte público. Así es como llegamos hasta allá”.

Relaciones como la que comparten Makondo y Ncube nacen generalmente sobre la base del cuidado mutuo, dijo Wilhelm-Solomon. “Los asistentes son generalmente parientes, sin embargo con frecuencia no lo son. Hay a menudo una relación de asistencia y cuidado mutuo que se desarrolla y los ayudantes también se benefician, porque generalmente el acuerdo es que el dinero es compartido en el caso de la mendicidad. No estoy diciendo que no hay casos de explotación – pero en mi experiencia es muy común que se trate de una relación de reciprocidad”.

Si bien tiene que lugar cada día por mantenerse y así cada mes, Makondo sigue intentado enviar dinero a su familia que se quedó en Zimbabwe. “Si consigo algo, por más pequeño que sea, me quedo con un poco”, dice. “Luego intento ahorrar otro poco y enviárselo a mi familia. Tengo un hermano menor que se encuentra en Mpumalanga, y él también intenta mandar algo. Todos lo intentamos”.

Bhekani Ncube.

Ncube se fue de Zimbabwe en 2008 por la violencia política en el país y porque era muy difícil mantenerse con el magro salario que ganaba como guardia de seguridad. “Sufría mucho. Cuando la situación en tu país es muy mala, recibes una paga y cuando vas a hacer la fila en el almacén [descubres] que tu dinero no te alcanza para mucho. Era muy difícil.

“Cuando uno llega a un nuevo país, las cosas se ponen muy difíciles. Depende de dónde vengas. Algunas personas viven por sus propios medios, pero nosotros nos hicimos amigos y decidimos quedarnos juntos. Es importante cuidarnos mutuamente y asegurarnos de que podremos sobrevivir”, dijo. “Nos esforzamos y compartimos todo”.

Tomando un tono profundo y grave dice: “Nos ayudamos mutuamente. Somos como hermanos”.

Fotografía de James Oatway — Texto de Jan Willem Bornman

El Viaje Interminable

Historias de migración y de coraje. Este proyecto fue realizado en sociedad con el Centro Africano para la Migración y la Sociedad (ACMS) de la Universidad de Wits y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) gracias a fondos recibidos de la Embajada de Irlanda.

SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES
SDG 1 - FIN DE LA POBREZA
SDG 3 - SALUD Y BIENESTAR