Antananarivo, 10 de enero de 2022 – En el remoto distrito de Betroka, Madagascar, localizado a más de 700 kilómetros al sur de la capital, la cadena montañosa Andriry que en su mayor parte es inaccesible, domina el paisaje. Es también un refugio para criminales reincidentes, sobre todo para cuatreros.
Los dahalo son poblaciones no violentas que han disfrutado de un reinado casi libre durante décadas pues en algún momento pudieron robar unas dos o tres cabezas de ganado gracias también a no correr mucho riesgo dado que la presencia en materia de seguridad era bastante débil. Los robos en cierta manera se consideraban aceptables.
Originalmente los dahalo eran poblaciones marginalizadas del sur de Madagascar, que vivían en las afueras de las aldeas y no poseían propiedades. Cuando querían casarse, robaban algunos cebúes (ganado con una jiba) de los aldeanos locales, para ofrecérselos a los padres de la novia y de tal modo ganarse una reputación por su coraje.
Tras la Segunda República en 1975, el robo de cebúes asumió una dimensión diferente. Grupos organizados, armados con rifles e incluso con Kalashnikovs, empezaron en un determinado momento a tomar cientos de cabezas de ganado, a menudo combinando el cuatrerismo con secuestros, bloqueos de caminos, robos e incluso asesinato. Estos dahalos comenzaron a ser conocidos con el nombre de malasos.
Por ser los mejores conocedores de las montañas Andriry llevan el ganado robado bien adentro de su territorio, haciendo que para la policía sea imposible rastrear ese ganado robado. Damy Randriamiary, nacido en la comuna rural de Bekorobo, fue uno de los jóvenes aldeanos que se hicieron expertos en las actividades de los malasos.
A la edad de 14, comenzó a trabajar como pastor de cebúes para su padre, pero sus hermanos – que ya eran malasos – lo hicieron contrabandear cebúes robados, a menudo llevándolos hasta una distancia de 25 kilómetros de la escena, hacia las montañas.
En 2009, cuando Damy tenía 22 años, su padre le entregó un revólver para proteger su ganado de pastoreo. Pero Damy descubrió que podia darle otro uso: formó un nuevo grupo malaso junto a sus amigos y se convirtió en su líder.
Su apodo era revolombiby, que significa “pelo de animal” porque se disfrazaba como un animal con piel durante los robos. Damy robó más de 500 cebúes de siete comunas diferentes en las montañas de Andriry. Pero en lugar de riqueza y fortuna, los 16 años de temor de ser arrestado o asesinado si era atrapado por los residentes locales finalmente le pasaron factura. Se detuvo en 2016 cuando casi tenía 30 e intentó en vano recomenzar con su vida en la comunidad.
Los aldeanos lo evitaban pero eso cambió gracias a la intervención de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y a sus asociados en el marco de un Proyecto financiado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Consolidación de la Paz (UNPBF).
En 2019, la OIM organizó un diálogo comunal en Bekorobo y capacitó a los participantes en la gestión de conflictos a fin de desarrollar el plan de seguridad local e identificar las actividades que podrían llegar a servir para el desarrollo de confianza entre la población local y la seguridad estatal y las fuerzas de defensa (SDF). Damy asumió un rol activo y mostró su voluntad de reintegrarse a la comunidad.
Tomando las conclusiones del mencionado diálogo como guía, la OIM organizó un ritual tradicional conocido como titiky – el cual incluía matar un cebú, compartir su carne y hacer un juramento de no inferir daño a la comunidad – para de tal modo fortalecer la relación entre los aldeanos y la policía.
Damy señala que al diálogo y al ritual concurrieron más de 1.000 aldeanos que lo ayudaron a dejar sus conductas delictivas. “Los temas discutidos durante el diálogo describieron mi actitud y mi rutina cotidiana, incluyendo la venganza, el hurto, la agresión, y la falta de cooperación”, dice Damy. “El ritual de paz ha fortalecido mi convicción para abandonar mis malas actitudes. Me ha empujado a querer cambiar mi vida”.
Damy ha sido ahora aceptado por los aldeanos y ha persuadido a otros malasos a que detengan sus actividades delictivas y vuelvan a unirse a la comunidad.
Para contar con un medio de vida lícito, Damy estableció una asociación de granjeros, que ahora se conoce muy bien en las regiones de Androy y de Anosy. La asociación apoya a las comunidades que son vulnerables a la inseguridad alimentaria vendiendo productos a recolectores a gran escala a fin de abastecer a poblaciones con necesidades.
Asimismo Damy y sus amigos comenzaron a colaborar con las fuerzas de seguridad uniéndose a los grupos de defensa de la comunidad para proteger las aldeas.
En el marco del Proyecto “Fortalecimiento de la Autoridad del Estado en el Sur de Madagascar” (RAES), y su segunda fase, “Fortalecimiento de los Mecanismos Institucionales Inclusivos para la Consolidación de la Paz en el Sur” (PROSUD) – financiado por el UNPBF – la OIM junto a otras agencias de las Naciones Unidas ha estado trabajando desde 2017 para consolidar la paz y la cohesión social en torno al macizo de Andriry.
El proyecto busca restaurar la autoridad y la presencia del Estado en Andriry, ayudando a prevenir el desplazamiento forzoso de las poblaciones que migran por temor a perder sus vidas o su bienestar.
A través de las intervenciones de RAES y de PROSUD la OIM le ha brindado su apoyo a la construcción y el equipamiento de cinco puestos fronterizos para la Gendarmería Nacional y está construyendo nuevas instalaciones en otros tres puestos fronterizos.
Para fortalecer la relación entre la población local y las fuerzas de seguridad, la OIM lleva adelante actividades de cohesión social, entre ellas los diálogos comunales, rituales de paz, deportes y eventos culturales. Gracias al proyecto más de 85 actividades han podido concretarse en las 14 comunas de intervención.
Esta historia fue escrita por Daria Kosheleva, correo electrónico: IOMMadagascar@iom.int