Missirah, 25 de abril de 2022 – A unos 500 kilómetros al sudoeste de Dakar, capital de Senegal, una docena de mujeres riegan plantas y recogen tomates bajo el sol de la mañana. El huerto de Missirah, un pueblo enclavado sobre la ribera del río Casamance, florece con sus vegetales – tomates, cebollas, berenjenas e incluso sésamo – que crecen a lo largo de filas muy prolijas.

El solar no solamente es una fuente de productos frescos, sino que además genera empleo y esto ha servido para cultivar la cohesión social desde 2019, cuando dos de los miembros fundadores regresaron desde Libia. Sus esperanzas de llegar a Europa para asegurar su futuro y el de sus familias quedaron enterradas en el Mediterráneo tras haber fracasado en el cruce. Los dos jóvenes decidieron retornar a su comunidad en 2018 con la asistencia de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

La región de Casamance, famosa por su vegetación tropical, no ha quedado al margen de los efectos del cambio climático. La región de Kolda que rodea a Missirah es muy proclive a las sequías y a patrones pluviales irregulares, y por este motivo la agricultura se ve impactada directamente por la salinización de tierras cultivables y de fuentes subterráneas. Este impacto se deja notar particularmente en las regiones costeras, por la erosión en esa zona y el aumento del nivel de las mareas, y también por el cambio en los patrones pluviales que afectan los acuíferos subterráneas además de incidir sobre la diversidad de plantas.

Las mujeres se encuentran entre las más afectadas: el impacto negativo del cambio climático implica una pérdida de un medio que permite darle a las familias lo necesario. Foto: OIM 2022/Alpha Seydi Ba

Este proyecto de integración comunitaria integra los métodos agroecológicos, ayudando con el racionamiento del agua y con la provisión de energía solar y de otros tipos. Habiendo trabajado en huertos de vegetales mientras se encontraban en Libia, a su retorno Salif Badji y Manding Tacky movilizaron a mujeres y ancianos del pueblo para que se unieran para trabajar en el huerto comunitario. La OIM les dio a los retornados las capacidades técnicas y las herramientas necesarias para comenzar con su propio proyecto agroecológico; ya contaban con el solar, cavaron un pozo y se construyó una cerca en el perímetro del solar.

Los riesgos climáticos impactan de modo negativo sobre los estilos de vida y los medios de subsistencia de las comunidades afectadas. El éxodo rural y la migración irregular son mecanismos de adaptación comunes, sobre todo en el caso de los jóvenes que no vislumbran oportunidades para el progreso. La región sufre un alto nivel de desempleo y Kolda detenta la segunda tasa de desempleo más alta de Senegal (38,8%), después de Matam (54,2%) al noreste, muy por encima del promedio nacional que es del 25,7 %.

El proyecto también brinda a los miembros de la comunidad oportunidades sostenibles de empleo. Unas 40 personas han aprovechado la oportunidad que el proyecto les ha brindado.

El proyecto fortalece la cohesión social y la solidaridad entre la comunidad y los retornados. Foto: OIM 2022/Alpha Seydi Ba

La escasez de agua en zonas proclives a la sequía ha planteado un desafío sobre todo a las mujeres. Mientras trabajan en la agricultura de subsistencia, el impacto negativo del cambio climático sobre la agricultura no solamente implica una pérdida del medio de subsistencia para ellas mismas, sino que también pierden un mecanismo para darle lo necesario a sus familias.

“Ha habido cambios importantes. Podemos llevar a nuestras casas el dinero que hacemos aquí. Podemos vender las cebollas y los tomates a nuestros vecinos; esto realmente ha implicado un cambio en nuestras vidas cotidianas”, dice uno de los ancianos de la aldea llamado Yafafe Sadio.

Fatoumata, madre de cinco niños, se unió al proyecto del huerto un año atrás. Ha estado luchando para poder brindar a su familia lo necesario, en especial desde que su esposo se fue a España tres años atrás. Él no ha podido enviar dinero a su familia, entonces toda la presión de mantener a sus hijos recae en ella. En la hilera que le ha sido asignada, ella cultiva cebollas, berenjenas, y plantas de jamaica. “Puedo comprar artículos que me duran bastante, como por ejemplo jabón para lavar la ropa de mis hijos o calzado para ellos”, explica Fatoumata en referencia al modo en que ese ingreso extra de la venta de lo producido en el huerto comunitario le ha ayudado a paliar las necesidades de su familia.

Fatoumata genera una cantidad de dinero en el huerto que le permite comprar ropa para sus hijos además de artículos necesarios para el grupo familiar. Foto: OIM 2022/Alpha Seydi Ba

Yafafe también encomia el impacto secundario que el proyecto ha tenido en la comunidad. “Hay que obedecer al cielo cuando envía una señal. Los niños fueron y regresaron sin tener éxito pero el hecho de que ellos tenían esa apertura mental como para poder compartir lo que habían aprendido nos ha hecho muy felices; son nuestros hijos e hijas”.

La actividad en el huerto ayudó a mejorar la relación entre la comunidad y los migrantes que retornaban; el sentimiento de fracaso y vergüenza al que los migrantes a menudo se deben enfrentar cuando regresan fue reemplazado por un sentimiento de orgullo compartido. Los hombres generaron oportunidades de empleo para la comunidad toda y esto a su vez ha mejorado la sustentabilidad de su reintegración.

El proyecto ha captado la atención de personas más allá de los límites de la aldea. Mujeres de comunidades aledañas han mostrado interés en unirse al mismo. Debido al limitado acceso al agua, el solar ya ha colmado su capacidad, pero otros asociados locales están vislumbrando oportunidades en otros lugares a fin de intentar replicar el proyecto mucho más allá de los límites de Missirah.

Historia escrita por Kim-Sylvie Winkler y Alpha Seydi Ba

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