Tulcán, 30 de enero de 2023 – Alexander Darin aspira profundamente, lleva en su hombro una mochila con sus pertenencias y camina a través del Puente Internacional de Rumichaca, el principal cruce fronterizo entre Colombia y Ecuador en la Cordillera de los Andes.
Empujando el cochecito de su hija Zoe de tres años, Alexander, su esposa Francis, su hija Saemi de 12 años y su cachorro, están haciendo el viaje de 5.000 kilómetros desde Venezuela a Chile, en donde espera poder conseguir empleo como cocinero.
“El viaje ha sido duro, cada día nos sentimos helados y hambrientos. Y es difícil que nos den un aventón”, dice Alexander totalmente exhausto.
Se fueron de Caracas, capital de Venezuela, un mes antes, sin dinero para el transporte. Espera tener éxito junto a su familia en este viaje a Chile, que están haciendo “paso a paso”, vendiendo caramelos en las calles de las ciudades por las que pasan.
Los flujos migratorios mixtos de venezolanos hacia países vecinos no han cesado, si bien no son tan intensos como en otras épocas. Más de un cuarto de millón de personas pasaron por Ecuador en 2022, de acuerdo con las autoridades locales. Desde allí, transitan por América del Sur dirigiéndose al norte y pasando por cruces fronterizos formales.
Los caminantes (así es como se los conoce) viajan miles de kilómetros de a pie, al costado de las autopistas, a través de peligrosos terrenos y en severas condiciones climáticas, corriendo el riesgo de todo tipo de peligros y amenazas, incluyendo las de grupos criminales y traficantes. Los riesgos son especialmente altos para las jóvenes mujeres y las familias con niños pequeños. Muchos hacen esta travesía en ojotas, camisetas y pantalones cortos. Caminan y piden que los lleven durante meses a lo largo de los caminos de montaña que conectan ciudades como Bogotá, Quito y Lima con Santiago de Chile y Buenos Aires.
A más de 3.000 metros por encima del nivel del mar, la ruta entre la frontera colombiana y Tulcán, en Ecuador, está cubierta por una bruma helada y presenta temperaturas extremadamente bajas. Fabio,* un venezolano de 27 años procedente de Valencia, intenta parar a los camiones que pasan con la esperanza de que lo lleven. Le han prometido un empleo en Perú y quieren enviar dinero de regreso a la familia que ha dejado atrás.
“No es posible tener una vida en Venezuela, no hay forma de llegar a fin de mes. Yo estoy buscando simplemente un futuro mejor”, dice Fabio tras haber dormido por semanas en la vereda, debiendo enfrentar las intensas temperaturas nocturnas que suelen bajar hasta alcanzar los 5 grados Celsius.
Los equipos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) conducen una casa rodante humanitaria cada día a lo largo de las rutas que van desde Tulcán hasta la frontera con Colombia y les entregan a los migrantes en tránsito paquetes de alimentos, agua, kits de higiene, un equipo para el invierno e información sobre las rutas por delante. La frontera es bastante permeable; se estima que cerca de 1.500 venezolanos ingresan a Ecuador cada mes a través de puntos de cruce irregulares a la búsqueda de mejores condiciones de vida.
Una cama para la noche
Al final de un largo y peligroso viaje, hay una luz de esperanza. El Hotel Quito, en la ciudad fronteriza de Tulcán, es un albergue temporal que recibe el apoyo de la OIM. Mientras cae la noche, el albergue lentamente se llena de jóvenes parejas, de familias con niños y de caminantes solitarios. Acceden a albergue para pasar la noche, asistencia médica y psicológica y tres comidas calientes por día.
En el albergue, un hombre que parece muy cansado junto a su familia de cuatro integrantes, está parado en el centro de recepción, al lado de otros agotados caminantes. José* tiene una historia de lucha y desesperación y también de fuerte voluntad y determinación.
Fue raptado en la frontera con Colombia y separado de su familia por 24 horas. Ahora, solamente sueñan con empezar una nueva vida en Perú. “Cuando uno escucha que tus hijos te dicen – ‘Papá, tengo hambre’– y no tienes nada para darles, es realmente triste. “Fue también muy duro tener que dejar a mis dos hijos mayores en Venezuela”, dice con un nudo en la garganta.
La esposa de José, María,*se sienta junto a sus hijos en medio de una pila de bolsas que contienen sus pertenencias. Han estado caminando sin parar durante 12 horas.
“Caminar es realmente un sacrificio, pero lo que hacemos es para que nuestros hijos estén mejor. Si uno no se arriesga, no consigue nada”, dice.
Maribel, de 29 años y de Barinas, junto a su hija Victoria de 7 años, pasó un año en Bogotá en donde sobrevivieron vendiendo comida en las calles. Ahora han encontrado refugio en un albergue temporal y esperan poder abrir un puesto callejero de venta de comidas cerca de la frontera, con capital semilla y apoyo para emprendimientos de parte de la OIM. “He sido siempre una gran trabajadora y no me gusta no tener qué darle a mi hija”, cuenta.
Más de 7,1 millones de personas se han ido de Venezuela, en uno de los mayores movimientos poblacionales en la historia de América Latina. Aproximadamente medio millón de venezolanos viven en Ecuador.
Habiendo recuperado fuerzas después de una noche en el albergue, Alexander, Francis, Zoe y Saemi volvieron a partir de a pie hacia Chile, con sus mochilas llenas de ilusiones. En el camino que recorrerán por delante deberán superar formidables obstáculos geográficos y luchar intensamente en su intento por acceder a una mejor vida, un viaje que deberá estar impulsado por la determinación y el coraje. “Lograremos llegar con todo nuestro potencial, esperando que alguien nos brinde esa mano solidaria que necesitaremos para poder progresar”, remarca Alexander mientras se despide.
*Algunos nombres han sido cambiados por motivos de protección.
Esta historia fue escrita por Gema Cortés, Unidad de Prensa de la OIM, Oficina del Enviado Especial para la Respuesta Regional a la Situación en Venezuela.