Chiriquí, 3 de Mayo de 2022 – En la Estación de Recepción de Migrantes (ERM) en Chiriquí, Panamá, cerca de la frontera con Costa Rica, está parada Loutianie Pervilus, una mujer haitiana de 24 años de edad con diferentes experiencias como mujer migrante a lo largo de su vida.  

Ha estado migrando desde que tenía 10, cuando se mudó por primera vez a República Dominicana, el país de origen de su madre, en donde estudió medicina durante un año, conoció a su marido, también haitiano, y tuvo a su primera hija, Laura, que ahora tiene seis años.  

Nina, como sus amigos en el ERM la llaman cariñosamente, habla fluidamente español, portugués, francés y su creole nativo, lengua de Haití. Ella migró con su esposo y su hija a Brasil en 2016, en donde tuvo a su segundo hijo, Neymar, que ahora tiene tres años.  

"Mi madre quería que yo fuera a Brasil para seguir estudiando medicina. “Y así lo hice. Su interés en esta profesión surgió en la niñez cuando su prima sufrió una severa infección. “Fue duro para ella. Pude ver cuánto ella sufría. En ese momento, decidí estudiar ginecología para ayudar a otras mujeres”.  

Además de estudiar en Brasil, trabajó como mucama en un hotel y atendió un salón de belleza. “Sé cómo trabajar con el cabello, sé hacer uñas, sé bien cómo hacer todo eso”, dice con gran entusiasmo. Un par de semanas atrás, les había enseñado a las mujeres migrantes nicaragüenses cómo hacer trenzas con su cabello como parte de las actividades de apoyo psicológico en el ERM en el cual ella se está quedando.  

Con la promesa de un mayor acceso a medicinas y a una mejor educación para sus hijos, ella y su esposo decidieron dejar sus vidas en Brasil y migrar a Canadá. “Para una persona que tiene hijos, es importante criarlos bien”, dice Nina. El 16 de agosto de 2020 la familia se fue de Brasil. Desde ese momento sus hijos no han podido concurrir a la escuela.  

Viajaron en autobuses y en camiones a través de la Guayana Francesa, Bolivia, Perú y Ecuador. En Colombia se subieron a un bote que los condujo a Panamá. Desde allí debieron atravesar el Tapón del Darién que es una de las rutas migratorias más peligrosas de la zona caracterizada por delitos violentos como el abuso sexual de mujeres y jóvenes.  

"Tener que caminar siete días por la selva con niños pequeños es realmente difícil. Los asaltantes nos robaron dinero, alimentos, la leche de Neymar, pañales”. Finalmente llegaron al PRM en Panamá el 7 de octubre de 2021, en donde actualmente están viviendo en una choza con otra familia. Están varados allí puesto que no tienen dinero para poder continuar con el viaje.  

La historia de Nina es compartida por miles de mujeres haitianas que se han visto obligadas a irse de su país por diferentes agentes expulsores tales como la falta de empleo, las crisis políticas, los desastres medioambientales, y la violencia generalizada, sobre todo la basada en género.  

Nina no está considerando la opción de regresar a Haití, al menos no por ahora. Por el contrario, ella quiere encontrar un trabajo en Panamá para ahorrar algo de dinero y poder continuar con su viaje hacia el norte. “No soy pretenciosa. Puedo trabajar en cualquier cosa. Mi marido es mecánico; él puede trabajar también”.  

La regularización destraba el potencial de los migrantes 

Roseni Royal, por otro lado, ha vivido en la República Dominicana por 15 años. A través de la regularización, vislumbró la posibilidad de trabajar y brindar mejores condiciones de vida a su familia.  

Roseni, madre de dos hijos, uno de 18 que sigue viviendo en Haití y otro de 13 que vive con ella en Santo Domingo, logró regularizar su estatus migratorio obteniendo sus documentos tras una década de espera. “Pasé nueve años trabajando aquí. Gracias a dios yo tenía pasaporte, y cuando el plan (Plan Nacional de Regularización de Extranjeros) llegó, gracias a dios y gracias a MUDHA (Organización Civil de Mujeres Dominicanas y Haitianas), ahora tengo mis documentos”.  

Hoy Roseni vende frutas y vegetales casa por casa y aunque no tiene acceso a educación formal, logró hablar español con bastante fluidez, consiguió una casa y puede cuidar a su familia. La regularización de su condición migratoria ha sido vital para ella dado que no solamente le ha permitido trabajar en condiciones de legalidad sino que también ha tenido acceso a los beneficios de la seguridad social y de cuidados de la salud.  

"Cuando uno tiene documentos, puede caminar con algo que identifica la persona que eres, uno vive más feliz sabiendo que por más que te detengan en cualquier lugar [las autoridades dominicanas] mostrando los documentos uno puede seguir quedándose”. 

Con su gran determinación y su condición regular en la República Dominicana, Roseni Royal ha mejorado mucho las condiciones de su familia en Haití y en su país de acogida. Foto: OIM/Zinnia Martínez 

Abordaje de los obstáculos que los migrantes deben enfrentar en los países de acogida  

La regularización migratoria es uno de los numerosos desafíos que los migrantes deben enfrentar cuando llegan a los países de acogida. Sin embargo, hay también barreras lingüísticas y culturales. Jessica y Jess Valcin lo saben muy bien. Son dos hermanas gemelas de Haití que llegaron a Tijuana, México, en 2017, y que brindaron apoyo al albergue Espacio Migrante desde aquel momento como consejeras de la comunidad de haitianos.  

Estas hermanas, que en la actualidad están estudiando para graduarse en psicología, asisten a otros haitianos en el aprendizaje del español y en el acceso a información sobre cuestiones migratorias y servicios relacionados. También ayudan con la distribución de alimentos y  artículos esenciales. Conocen de primera mano las necesidades y los desafíos que los migrantes, sobre todo las mujeres, deben enfrentar cuando llegan a un nuevo país.  

"Ser una mujer migrante de origen africano es complicado porque ellos te dicen directamente a la cara cosas como: ‘Es la primera vez que veo a alguien con tu color de piel’. Uno se siente incómodo por ser migrante, no te sientes parte de la comunidad”, dice  Jessica. Ambas recuerdan haber sido víctimas de acoso. 

Sus distintas experiencias como mujeres migrantes han motivado a las hermanas Valcin a participar en iniciativas culturales que incluyen el Festival Miradas Fronterizas y la celebración del Día Nacional de Haití en México para compartir información con los migrantes y luchar contra la discriminación.  

Jessica y Jess Valcin son hermanas gemelas nacidas en Haití. Llegaron a Tijuana, México, en 2017 y han estado brindando su apoyo al albergue Espacio Migrante desde ese momento, como líderes de la comunidad haitiana. Foto: OIM/Alejandro Cartagena 

"Lo que hacemos es intentar concientizar acerca de los derechos que las personas tienen como migrantes, el derecho a la educación, a la salud, y a diferentes servicios a los cuales pueden acceder si cuentan con una credencial por motivos humanitarios. Primero los ayudamos con el idioma y a detectar cuáles son sus metas”, dice Jess Valcin. 

El trabajo realizado por estas hermanas haitianas demuestra la importancia de las organizaciones comunitarias y sociales en el proceso de integración de los migrantes en los países de acogida. Además de defender la protección de sus derechos, la creación de redes de apoyo puede guiar a estas personas para que migren en condiciones seguras.  

Por ejemplo, Jess y su hermana Jessica acompañan a los migrantes haitianos que desean cruzar legalmente la frontera entre México y los Estados Unidos. “Cuando ellos quieren cruzar (la frontera rumbo a los Estados Unidos), sabemos que el proceso es totalmente gratuito, y lo que siempre decimos es que hay que estar seguros de que la organización que va a ayudarte a cruzar sea 100% legal para no tener problemas posteriormente. Si me dicen cuál es la organización yo puedo investigar si es confiable o no”, dice Jessica.  

Gepsie Metellus hace un trabajo similar, pero en el Estado de Florida, en los Estados Unidos. Ella migró a ese país en la década del 60 con su familia por la crisis social y política que había en su país. Ahora trabaja para integrar a la comunidad de haitianos al sur de Florida a través de la organización Sant La Haitian Neighborhood Center, que ella conduce. 

Gepsie fue víctima ella misma de discriminación por su estatus de mujer migrante. “Mi familia migró a Nueva York a finales de la década del 60 por la dictadura que había en Haití en ese momento. Recuerdo ese día en la escuela, sufrí discriminación y hostigamiento. Incluso en más de una ocasión sufrí ataques físicos. Le dije a mi madre que no quería volver a la escuela; mis compañeros se burlaban de mí por mi vestimenta, por mi manera de hablar. Solamente tenía 12 años”, dice Gepsie.   

Gepsie Metellus trabaja para la integración de la comunidad de haitianos en el sur de Florida por medio de la organización Sant La Haitian Neighborhood Center, la cual ella preside. Foto: Archivo privado

La discriminación que sufrió inspiró a Gepsie para pasar las últimas dos décadas trabajando en favor de los derechos de las mujeres y de la población migrante de Haití. 

Las historias de vida de Nina, Rosenie, las hermanas Valcin y Gepsie ponen de relieve el poder transformador de las mujeres migrantes. Sus experiencias, con frecuencia atravesadas por la discriminación, el abuso y la violencia, han sido catalizadores para que ellas pudieran soñar, liderar y convertirse en activistas. A través de su trabajo estas mujeres contribuyen a garantizar el pleno ejercicio de los derechos de las mujeres y de los migrantes y la construcción de sociedades más justas e igualitarias.  

Escrito por Carlos Escobar en la oficina regional de la OIM en San José, con la colaboración de Zinnia Martínez (República Dominicana), José Espinosa Bilgray (Panamá), Juan Manuel Ramírez (México) y Lerato Kale (Estados Unidos).

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