Caleb Mutombo tenía 12 años cuando descubrió el levantamiento de pesas. Se volvió una especie de obsesión que dominaría la siguiente década de su vida ya que comenzó a entrenar de forma intensiva y eventualmente a participar en competencias de fisicoculturismo.
“Mi hermano y yo estábamos todo el tiempo hablando de nuestros cuerpos y de que queríamos vernos bien y desarrollar nuestros físicos”, dijo Mutombo, sentado sobre una cama en el dormitorio que comparte con su hermana, el esposo de ella y sus dos hijos, en Steenberg, Ciudad del Cabo.
“No teníamos dinero para pagar un gimnasio, así que simplemente levantábamos lo que encontrábamos en casa – la mesa, libros metidos en bolsas, cualquier cosa. Nos habíamos obsesionado con hacerlo”.
En los últimos dos años el fisicoculturismo ha pasado a un segundo plano ya que no ha podido pagar la cuota del gimnasio. Pero a pesar de eso, está en forma, y muestra bíceps tonificados y un abdomen estilo tabla de lavar.
Mutombo, que ahora tiene 23 años, no ajusta exactamente con el estereotipo general de un físico culturista. Nació con una serie de discapacidades de orden físico en sus piernas, hombros, brazos y manos. Un joven y hermoso hombre con una risa fuerte y contagiosa, y cuya imponente presencia supera su estatura física. Mide 1,30 metros y pesa unos 40 kilos, y sabe que siempre llama la atención.
Sin embargo, las discapacidades nunca lo han detenido. Una de las primeras cosas que hizo cuando se mudó a Ciudad del Cabo desde East Rand en Johannesburgo hace dos años fue aprender a nadar, e inmediatamente después aprendió a surfear. Aprendió a mantenerse de pie sobre la tabla de surf en el segundo intento. Dijo con orgullo que: “No elegí mis circunstancias. No le doy vueltas al asunto de que esto o eso no está funcionando”’. Ya he tenido suficiente de todo eso. Simplemente le resto importancia”.
Mutombo y su hermano mayor, Kalala, nacieron ambos con una condición clínica llamada anemia de células falciformes — un desorden hereditario celular de los glóbulos rojos — por el cual no cuentan con suficientes glóbulos rojos sanos para que lleven mayor cantidad de oxígeno a sus cuerpos.
A raíz de su enfermedad, sus padres se fueron de la República Democrática del Congo (RDC) rumbo a Sudáfrica para buscar algún tratamiento para sus dos hijos cuando Caleb tenía apenas dos años. Lo operaron de las piernas, brazos y pecho, y también recibió transfusiones de sangre. Tuvo la suerte de que su hermana mayor, Jemima, tenía el mismo grupo sanguíneo. Pero en el caso de Kalala, los grupos no eran compatibles.
Inmediatamente después de que se practicaran las primeras operaciones médicas a ambos hermanos, sus padres se quedaron sin dinero. “No sé qué fue lo que ocurrió pero hubo una discusión por el tema del dinero. Mis padres decidieron regresar al Congo para trabajar y conseguir más dinero y enviárnoslo aquí”, dijo.
Caleb, Kalala, Jemima y su hermano menor, Jeremy, se quedaron en Sudáfrica con su abuela. Sus padres enviaban dinero cuando podían, pero esa posibilidad se terminó cuando su padre se vio afectado por un recorte.
“Solía sentirme como una carga. Yo con frecuencia pensaba: “Tienen razón, este no es mi país. No tengo dinero, ¿qué estoy haciendo aquí?”
En 2005, cuando Caleb tenía ocho años, su abuelo falleció en la RDC. Entonces su abuela tomó a Jeremy y regresó a la RDC, dejando a tres niños atrás. Una de sus tías vino a cuidarlos, pero Caleb dijo que muy pronto se dieron cuenta de que esa tía realmente “no podía cuidarlos adecuadamente”.
Esto dio origen a una espiral descendente para los niños y eventualmente se convirtieron en una familia a cargo de un menor, antes de que Caleb y Kalala terminaran en un hogar de menores. Arreglándoselas por su cuenta y viviendo en el hogar de menores, Caleb tuvo que aprender a hacerse fuerte. Él y su hermano eran blancos de burlas debido a sus discapacidades, su nivel de pobreza y el hecho de que no eran sudafricanos.
“Chicos más jóvenes que yo se burlaban de mi. Algunos eran realmente desagradables. Yo venía del Congo, pero apenas si conocía mi entorno de origen. A mí no me criaron realmente al estilo congoleño, sino que más bien era un híbrido, un niño mezcla de congoleño y sudafricano. Realmente no sabía dónde encajar”, explicó Caleb.
“Recuerdo que los chicos del vecindario se burlaban de nosotros. Nos llamaban makwerekwere (un término peyorativo generalmente usado para migrantes africanos). En todos lados nos decían que nos iban a golpear”, dijo.
“Hubo incluso un momento en el cual estábamos demasiado atemorizados como para salir de la casa por el hostigamiento de los vecinos”.
Cuando llegó al hogar de menores, vio que una gran cantidad de niños y niñas de otros países africanos y también de Sudáfrica residían allí. Aquí ingresaron a un programa en donde hablaron acerca de la xenofobia y de diferentes nacionalidades, además de mitos muy comunes acerca de los migrantes.
“Yo me sentía como una carga. Pensaba: ‘Tienen razón, este no es mi país. No tengo dinero, ¿qué estoy haciendo aquí?’ No pedí venir hasta aquí y sentirme como una carga por ese motivo señaló”.
A lo largo de la escuela primaria y secundaria, insultos tales como “Regresa al Congo” eran moneda corriente para él. Pero los comentarios xenófobos de otro niño migrante en el hogar para menores lo dejaron muy desconcertado.
“Había un niño en particular que no paraba de traer a colación el hecho de que éramos pobres y que éramos del Congo. Pero él era de Zimbabwe. La situación allí es también muy agitada”, señaló. “Pienso que eran sus inseguridades las que lo llevaban a hacer eso para sentirse mejor él mismo. Es una realidad muy triste de la psicología humana”.
Habiendo crecido en circunstancias tan desventajosas, Caleb sin embargo logró convertirse en una persona positiva y con coraje, y aprendió a que los comentarios y las miradas de los demás no lo hirieran.
En una reciente visita a la playa en Kalk Bay en Ciudad del Cabo, un pequeño niño rubio no podía dejar de mirar a Caleb. Con curiosidad se le acercó y le preguntó: “¿Cómo fue que te quebraste las piernas?”
“Oh, yo ya nací así”, le respondió con una sonrisa y libre de toda hostilidad. “Bueno, cuando se trata de niños, no me molesta”, dijo. “Pero cuando se trata de adolescentes y se ríen de mí, eso sí me hace sentir mal”.
“Algunos niños me preguntan cuál es el problema y cómo me quebré las piernas. Son chiquillos. Yo también tendría la misma curiosidad”, explicó. “Los adultos normalmente preguntan de manera respetuosa. Pero lo que me irrita un poco es que se rían. Pero ellos sin dudas tienen una discapacidad mayor – una discapacidad mental – porque si tienes esa edad y te burlas de alguien estas yendo demasiado lejos”.
Dondequiera que él vaya la gente se queda mirándolo – en el negocio donde venden pescado con papas fritas, en la poza de marea. Los ojos de todas las personas están posados en él. Algunas personas le sonríen, pero otras se quedan boquiabiertas. A Caleb no le importa. Él sigue su camino.
“Yo sé que la gente se queda mirándome. Y hace comentarios”, señaló. “Ha habido gente que se rió de mi porque tengo una cara de persona mayor y un cuerpo de un niño joven. A la gente eso le causa gracia.
“Pero también tiene una parte buena, déjame decírtelo”, dice él con una sonrisa. “A veces camino en medio de la gente y algunos me dan dinero, unos 20 o 40 rands, y dicen: “Eres una verdadera inspiración para todos nosotros. Tengo un hermano, una hermana, una madre y padre, lo que sea, que están sentados en casa en una silla de ruedas.’. Cuando dicen que soy una inspiración, realmente no sé por qué. “Simplemente vivo mi ida, estoy llegando al centro comercial en donde voy a comerme una ensalada”, dijo, riéndose con fuerza.
“Lo único que debo hacer para ser una inspiración es ir al centro comercial. Por momentos recibir atención me encanta pero no cuando estoy comiendo mi ensalada. Me gusta la atención de la gente cuando estoy en competencias de fisicoculturismo y me paro delante de las personas mostrando mi musculatura”.
Hizo bromas y dijo que él era un estudiante universitario quebrado, de modo tal que las donaciones hechas por extraños que pensaban que él era una inspiración lo ayudaban para la próxima comida.
Tras haberse mudado a Ciudad del Cabo, Caleb se inscribió en un curso de TI en el campus de Fish Hoek, de la Universidad TVET de False Bay— y en parte esa es la razón por la cual no pudo pagar la cuota del gimnasio. Estudiar TI significa que pasa mucho tiempo delante de su computadora, y le da el mérito a los videos de YouTube que pudo ver por la fortaleza mental y la resiliencia que ha podido desarrollar hasta el presente.
“Me gusta pensar que soy mentalmente fuerte”, dijo. Los videos que mira— siendo los fisicoculturistas y profesionales del fitness Mike Rashid, Simeon Panda Ulisses Jr algunos de sus favoritos —le han enseñado lecciones sumamente valiosas. “No ser ciegamente positivo. Hay que ser realista. Si uno es demasiado positivo eso te impide hacer una evaluación adecuada de la situación. Es necesario ver las cosas tal como son para poder dar una respuesta adecuada”.
Pero no son solamente los videos. “Yo tenía un hermano que era básicamente igual a mí. Como nuestros padres no estaban cerca, él era la persona más cercana a la cual seguir. Siempre logramos encontrar nuestro camino, así que yo creo que es ahí donde se originó mi resiliencia”, dijo. Perdió a su hermano hace seis años cuando Kalala falleció tras haber contraído meningitis. La pérdida de su hermano que fue su primer modelo a seguir fue simplemente “devastadora”, dijo Caleb.
“No teníamos dinero para pagar la cuota del gimnasio, de modo tal que levantábamos lo que teníamos a mano en casa – la mesa, una bolsa de libros, cualquier cosa”.
Mientras estudia TI sueña con convertirse en inventor, con ideas futuristas que salen directamente de las películas de ciencia ficción que dominan sus pensamientos. “Mientras crecía, la primera cosa que se me ocurrió fue la de ser inventor. Quería inventar cosas – autos voladores fue lo primero, pero obviamente esa es un idea que muchos tienen”. Otra gran idea que Caleb tuvo fue la de una carrera con obstáculos, con sillas de ruedas eléctricas llamadas “sillas motorizadas”.
“Yo quiero inventar sillas de ruedas de alto rendimiento y crear una carrera con obstáculos y correrla como si fuera la Fórmula Uno. Esa es una de mis ideas. Ya encontré una [persona] lo suficientemente loca como para hacerlo. Voy a empezar yo mismo”, dice, riendo nuevamente.
Fotografía de James Oatway — Texto de Jan Willem Bornman
Historias de migración y de coraje. Este proyecto fue realizado en sociedad con el Centro Africano para la Migración y la Sociedad (ACMS) de la Universidad de Wits y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) gracias a fondos recibidos de la Embajada de Irlanda.