"Hope" y "Beauty"

Hope (8 años) y Beauty Ndlovu en el frente de su casa en Yeoville, Johannesburgo.

Beauty Ndlovu ha aprendido a encogerse de hombres ante los ojos inquisidores que suelen posarse sobre ella y sobre Hope, su hermana menor mientras caminan por las calles de Yeoville, el suburbio de Johannesburgo en el cual viven. Pero para la pequeña Hope de 8 años no es tan fácil.

“Los chicos a veces son crueles y se burlan”, dijo Beauty, de 42 años, sentada en los escalones que llevan al hogar en la que las dos viven, una habitación alquilada en uno de los suburbios más antiguos de Johannesburgo, en la zona este de la ciudad.

“Cuando salimos a las calles, los niños que no la conocen, dicen, ‘A esta niña le falta una mano,’ y ella me dice: ‘¿Ves? De nuevo están hablando de mí’. Y se enoja mucho”.

Hope Ndlovu (8 años).

Hope nació sin la mano derecha. Beauty considera que fue un milagro que Hope pudiera sobrevivir, porque su mellizo nació con serias deformidades y murió inmediatamente después del parto.

La vida de Beauty fue ya dura desde antes de esta pérdida. Ella llegó a Johannesburgo en 1996 desde Plumstead en Zimbabwe, a la edad de 18 años, siendo ya madre y buscando empleo. Primero trabajó en una pizzería y luego como trabajadora doméstica hasta que su empleador falleció. Se quedó sin trabajo y tuvo que luchar por muchos años. También contrajo VIH en algún momento de su vida, pero no sabe exactamente cuándo. Esforzándose para poder alimentar a sus dos hijos mayores tras enfermarse de tuberculosis y tras ser abandonada por su marido se encontró a sí misma debiendo hacer trabajo sexual durante un tiempo.

Todos estos desafíos le han enseñado a ser resiliente – una cualidad que espera transmitir a su hija para que pueda llevar una vida lo más normal posible. Es un deseo que surgió de su firme determinación de proteger a Hope. “Lo que no quiero que le pase es que la gente la observe y comente ‘Uy, mira esa niña’. Eso no me gusta para nada y me enoja mucho porque deberían tratarla como una niña normal”, dice Beauty.

“No quiero que le tengan lástima. Si se acercan y me preguntan qué fue lo que le ocurrió, de manera educada, no tengo problema en contarlo. Ella nació así. Es una discapacidad normal. No tengo drama en ir con ellas a todas partes”.

Además de su discapacidad física, Hope padece asimismo una discapacidad intelectual y para el aprendizaje. Uno de los momentos de mayor orgullo que Hope ha vivido fue cuando su hija aprendió a escribir su nombre y a contar hasta 10.

Hope en la escuela con su maestra, Brenda Ben-David.

Hope no puede hablar más que un par de palabras a la vez, pero a pesar de eso adora ir a la escuela, la Forest Town School, en el próspero suburbio del mismo nombre. “Me encanta aprender junto a mis amigos y a mi maestra Brenda”, dijo. “Me gusta jugar y hacer cosas con plastilina”.

La maestra de Hope, Brenda Ben-David, tiene debilidad por la niña. Dos de las actividades escolares favoritas de Hope son dibujar y colorear los dibujos – algo que a otros niños y niñas de la clase le cuesta hacer, de acuerdo con lo que dice Ben-David. Cuando se dibuja a sí misma sobre una hoja de papel, Hope no se da cuenta de lo que es obvio para los demás y se dibuja a sí misma con las dos manos y con 10 dedos.

Si bien Hope disfruta mucho de las actividades creativas, necesita ser estimulada por su maestra Brenda cuando se trata de ejercicios de cuentas.

Todas las actividades en la clase de Ben-David están orientadas a enseñarles a los niños y niñas a ser más independientes. Pero además de eso, Hope es consciente de las necesidades de los demás en la clase y los cuida, por ejemplo, cuando hay una mochila o el cesto de residuos en el camino de su maestra favorita, que padece una discapacidad visual.

Hope tiene la buena fortuna de haber sido aceptada en una escuela en la que se ocupan de sus necesidades.

“Ella siempre sabe si estás triste o si otro chico está triste. Se acercará y te dirá, ‘Señorita Brenda, fulanito o menganita está llorando’. Uno puede ir y preguntarles a muchos de los alumnos, ‘¿Por qué estás triste?’ y no pueden explicarlo. No pueden expresar sus emociones, pero ella sí puede”, dice la maestra de Hope.

Hope se dibuja a sí misma con dos manos.

En los casi dos años en los que Hope ha estado asistiendo a la Forest Town School, ha avanzado mucho más de lo que su madre podría haber imaginado.

Cuando Hope nació, el temor de Beauty fue que ella no pudiera caminar o hablar. Pero Hope ha superado ampliamente las expectativas de su madre.  

El único lugar en el cual Beauty siente que la gente no la observa a Hope es la Iglesia Apostólica Jerusalema en Yeoville, en donde asisten a sermones en una pequeña aula cada domingo. “No la tratan como una niña discapacitada. La adoran y nos sentimos como en casa cuando vamos a esa iglesia”, dijo.

Fue otra institución religiosa, la Fundación de la Hermana Mura en Yeoville, y también el consejero del distrito electoral local quienes ayudaron a Beauty para que llevara a Hope a la escuela que podría brindarle la educación adecuada.

En 2008, cuando aun se encontraba viviendo en el municipio de Diepsloot con quien en aquel momento era su esposo, al norte de Johannesburgo, que Beauty se enfermó, un evento que modificaría la trayectoria de su vida. “Fui al Hospital Helen Joseph y me operaron. Dijeron que era una tuberculosis abdominal.  Tuve que recibir tratamiento durante nueve meses, pero no dijeron nada del VIH. Mi esposo me dijo: ‘No puedo quedarme con alguien que está enfermo. Fue en ese momento que se alejó y me abandonó”.

Beauty estaba desempleada cuando su marido la dejó. Sola y enferma, se fue a vivir con su hermana en un piso en Hillbrow, pero en algunos meses su hermana, también enferma de tuberculosis y VIH, falleció.

“Comencé a vender todo lo que tenía, porque yo tenía dos hijos. Ellos necesitaban ir a la escuela, comer,  y yo necesitaba pagar la renta. Tras tres meses, incluso vendí mi ropa”, dijo Beauty.

“En un momento ya no tuve más nada que vender, no me quedaba nada. Había unas chicas que vivían conmigo [en la misma casa] y que trabajaban en un restaurante. Una se me acercó y me dijo: “Nosotras vamos a Orange Grove y ahí nos prostituimos. Eres una madre que está luchando, tal vez deberías venir con nosotras y ver qué pasa”, dijo Beauty. “Así fue como empecé”.

Beauty sentía aprehensión respecto del trabajo sexual porque aún estaba recuperándose de la tuberculosis. Las mujeres que la habían alentado para ese tipo de trabajo le contaron de una organización en Yeoville que asistía a las mujeres migrantes y trabajadoras sexuales, en la que ella podía obtener ayuda. “Fui a la organización y me hicieron la prueba, diciéndome que el resultado estaría listo en dos semanas”. Y a las dos semanas me confirmaron que mi prueba de HIV era positiva, contó Beauty.

A pesar del diagnóstico, Beauty siguió trabajando. A menudo los clientes le ofrecían pagar más para no usar preservativo. Por eso ella quedó embarazada de las gemelas. “No usamos preservativo porque me ofreció dinero y yo lo necesitaba. Y desgraciadamente, quedé embarazada”, señaló.

No fue un embarazo fácil y fue aún más difícil para Beauty cuando perdió a una de las gemelas.

“Decidí llamar Hope a la otra (“hope” significa “esperanza” en inglés). Porque yo esperaba que sobreviviera y que nada malo le ocurriera. Ojalá tenga un futuro brillante. Y tal vez con ese futuro brillante también nos traiga luz a todos nosotros”.

Hope y Beauty

Fotografía de James Oatway — Texto de Jan Willem Bornman

El Viaje Interminable

Historias de migración y coraje. Este proyecto fue realizado en sociedad con el Centro Africano para la Migración y la Sociedad (ACMS) de la Universidad de Wits y con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) con fondos aportados por la Embajada de Irlanda.

SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES
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