N'Djamena, 12 de diciembre de 2022 – Como muchos otros jóvenes marfileños, Hervé fue muy influenciado por los medios masivos de comunicación. “Nos hicieron creer que la vida era mejor en Europa”, señala.
Con frecuencia los padres intentaban motivar a sus hijos para que estudiaran más en la escuela con la promesa de viajes al exterior. “Mis tíos nos habían dicho que nos llevarían a los Estados Unidos y a Europa si éramos los mejores de nuestra clase”, recuerda.
Sin embargo, Hervé tenía otros planes. “De niño me gustaba animar fiestas – así fue como nació mi pasión por la danza; siempre soñé con irrumpir en la escena artística de Costa de Marfil, siguiendo los pasos de grandes nombres como Serge Beynaud o Marie Rose Guiraud.”
Desgraciadamente para Hervé, ese sueño no tenía cabida en la casa de sus padres, en la que el arte no era una opción viable de carrera, ni tampoco lo era en un país que se encontraba en el pico de una crisis política y económica de larga data.
“Fui criado por mi abuela que me motivó mucho toda su vida, pero luego de su muerte mi propia vida se complicó. Había mucha presión en mi casa para que yo fuera exitoso y por eso terminé colapsado. Mi padre no compartía mi pasión por la danza de modo que no tuve más opción que irme”, cuenta.
En 2010, en medio de tensiones posteriores a los comicios, Hervé se fue de la casa de sus padres y se dirigió a Abidjan. En aquel momento no tenía una sola moneda en el bolsillo. “Para mí, Abidjan era la última frontera – o lo lograba o moría en el intento”.
Con la ayuda de algunos conocidos, se estableció en la ciudad de Dabou, a 45 kilómetros de Abidjan, en donde trabajó como pescador con una familia que lo acogió durante seis meses. Después de haber ahorrado una buena cantidad de dinero, decidió regresar a Abidjan, en donde las tensiones se habían calmado, para inscribirse en la Escuela de Danza e Intercambio Cultural fundada por su ídola de toda la vida, la coreógrafa marfileña Marie Rose Guiraud.
Después de haberse graduado, Hervé actuó regularmente en varios shows en Abidjan, lo cual le permitió irse integrando de a poco en la escena artística de la ciudad, en donde por primera vez escuchó hablar de Chad. “En 2016 mi coreógrafa me contactó para que actuara en Chad”, cuenta. “Fue la oportunidad de unirme a un grupo local de bailarines que se estaban preparando para una gira internacional”.
En ese momento el joven bailarín no sabía nada acerca de Chad y sentía cierta aprehensión de ir a ese lugar. “Hizo una rápida búsqueda en google y solamente vio imágenes de guerra”, recuerda. Y fue ese escepticismo lo que le hizo declinar la oferta.
Cuando la oportunidad volvió a presentarse en 2016, Hervé decidió irse de Abidjan para su primera aventura en Chad. Luego de diez días en la ruta, Hervé y otros dos bailarines llegaron finalmente a N'Djamena. Recuerda que los primeros días no fueron para nada fáciles. El fuerte contraste entre las temperaturas templadas de las lagunas de Costa de Marfil con el clima seco y caluroso de N'Djamena – que es la capital y la mayor ciudad de Chad – le demandó paciencia y capacidad de adaptación.
Al sur de N'Djamena, en el denominado distrito París-Congo en donde él se estableció, Hervé comenzó con su lento proceso de integración a la sociedad de Chad. “Recuerdo haber comido crema de mijo porque no podía digerir los platos de la cocina de Chad”, cuenta riéndose.
Ahora Hervé tiene treinta años y vive todo el tiempo en N'Djamena en donde trabaja como artista, coreógrafo y emprendedor. También se encarga del manejo de la Asociación Inter Mably, un grupo de jóvenes africanos muy apasionados por el arte y por las causas socioculturales.
Es autor de Y qué si me quedara, una representación inspirada en la muerte de uno de sus amigos de la infancia durante su intento por llegar a Europa. “Esa noticia me afectó profundamente y es lo que me llevó a escribir la obra”. La representación tiene como objetivo concientizar a los jóvenes acerca de la migración irregular.
Para él, la representación fue una forma de expresar sus emociones cuando ocurrió esa tragedia que le costó la vida a uno de sus amigos más cercanos. Su brillante sonrisa es testimonio de su propia historia, de la peligrosa aventura que lo llevó hacia África Occidental antes de terminar en Chad.
Más allá de su pasión por el arte, Hervé está comprometido con cambiar la actitud de las personas hacia los migrantes. “La gente cree que los migrantes llegan solamente para tomar algo ajeno, pero quiero dejar en claro que también contribuyen al desarrollo social y económico del país que nos acoge”, señala.
A pesar de tener que enfrentar numerosos desafíos, y si bien las opciones de regresar a Costa de Marfil o ir a otros países se presentaron en varias oportunidades, Hervé decidió quedarse en Chad. A lo largo de los años osciló entre la pasión, la paciencia y la perseverancia, pero logró querer a Chad, país al que ahora llama su segundo hogar.
“En casa decimos que cuando uno llega a un pueblo y te hacen sentar y te ofrecen algo de beber, hay que quedarse, porque seguramente te van a traer comida también. Cuando en Chad me ofrecen algo de beber, me quedo, porque seguro que después me traerán algo más”.
Esta historia fue escrita por François-Xavier Ada Affana, Oficial de Apoyo a Proyectos en la OIM Chad, fadaaffana@iom.int.
El Día Internacional del Migrante (18 de diciembre) es el día designado por las Naciones Unidas a fin de concientizar acerca de los desafíos y las oportunidades presentadas por la migración mundial en todas sus formas, para defender el respeto a los derechos de los migrantes y para incentivar a la comunidad internacional para que trabaje en conjunto para garantizar que la migración sea gestionada de manera segura, ordenada y digna.