Si Joseph Natsitya Tshikanga hubiera estado en su casa el 1° de marzo de 2010, posiblemente hubiera fallecido junto a sus cuatro hermanos a causa de un alud.
En ese día tan fatídico, los tres hermanos y la hermana de Natsitya perdieron la vida al ser sepultados por los escombros en el pueblo de Nametsi, ubicado cerca de Monte Elgon, distrito de Bududa, al este de Uganda.
“El 2 de marzo tuve que volver de la escuela cuando me avisaron que mis hermanos habían fallecido, y sentí también mucho temor de que lo mismo podría haberle ocurrido a mi padre”, recuerda Natsitya.
Los aludes enterraron casas, mercados y una iglesia en tres aldeas, matando a unas 400 personas y desplazando a 5.000.
Natsitya, que en ese momento tenía 13 años, junto las tres hermanas que sobrevivieron y su madre, buscaron refugio en la Escuela Primaria de Tunwasi. A posteriori, se trasladaron a Bulucheke, un campamento para Personas Desplazadas Internamente (IDP), y finalmente fueron reubicados por el gobierno a 374 kilómetros de su hogar en el distrito de Kiryandongo.
Uganda cuenta mayormente con un clima tropical caracterizado por patrones estables de precipitaciones. Sin embargo, los efectos del cambio climático han modificado las estaciones y el país está experimentando lluvias más cortas o largas y sequías más extremas – en especial en la zona este y noreste.
Para Natsitya y su familia, su desplazamiento solamente les trajo adversidades. Su madre se convirtió en el único sostén familiar que ahora debía dedicarse a labores de granja para poder cubrir las necesidades básicas incluyendo el pago de la matrícula escolar de los hijos.
Fue un duro trabajo cotidiano despojado de todo lujo, que hizo que en 2014 Natsitya regresara a Nametsi, un lugar muy proclive a los aludes. Se unió a su padre quien se había resignado a dejar su “riqueza” atrás, en referencia a sus tierras de cultivos.
“En Kiryandongo solíamos traer agua para beber desde la pequeña represa para el ganado; terminamos enfermándonos. Encontrar alimentos y pagar la matrícula escolar era difícil de modo tal que decidí retornar a Nametsi”, dice Natsitya. Se muestra impávido por la regularidad de los aludes. “No voy a regresar nunca a Kiryandongo”.
La situación de Natsitya forma parte de una tendencia cada vez mayor en Uganda y aún más allá. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha emprendido estudios cualitativos y cuantitativos en los distritos de Bududa. Implementados conjuntamente con el Centro de Investigación e Innovaciones sobre Cambio Climático (MUCCRI) de la Universidad de Makerere, el proyecto denominado ‘Datos para el Desarrollo – Entendiendo la Migración Ambiental y por Cambio Climático en Uganda’ tiene como objetivo analizar el vínculo entre la migración y el cambio climático e incorporará un análisis sobre las rutas migratorias, tendencias, la escala de la migración ambiental, y el modo en que la migración puede ser una estrategia de adaptación para mitigar el impacto de la degradación ambiental y el cambio climático.
Aun así, las señales del cambio climático son aparentes en otras partes de Uganda también, brindando patrones de clima extremo que están secando lo que solían ser áreas húmedas y haciendo que las mismas se vuelvan aún más secas.
“La importancia de una evidencia confiable para combatir los desafíos de la sociedad no puede ser sobrestimada”, dice el Jefe de Misión de la OIM Uganda Sanusi Tejan Savage. “Tenemos plena confianza en que este proyecto proveerá datos empíricos que derivarán en planes y programas de acción estratégica para prevenir y mitigar el desplazamiento provocado por el cambio climático y los desastres ambientales”.
A través de las llanuras del distrito de Katakwi, a 188 kilómetro de Bududa, Petua Adongo también ha debido enfrentar los efectos de los desastres inducidos por el cambio climático. En los últimos tres años, esta persona de 23 años ha tenido que reconstruir en dos oportunidades su casa de paja.
Algo trabada por la emoción, recuerda las inundaciones de 2019 que barrieron con su huerto de mandioca y dejó su casa bajo el agua, forzándola a trasladarse a un albergue. Adongo estaba embarazada de su tercer hijo y en ese momento tuvo que ir a compartir espacio con otras 100 familias en tres bloques de aulas de la Escuela Primaria de Amusia.
“No había alimentos porque todo había sido arrasado. Llegar a los mercados en los que se podía comprar comida no era fácil porque también los caminos habían sido barridos”, explica Adongo. Ahora ella depende de sí misma porque su marido se mudó a Kampala, a 370 kilómetros, para poder trabajar.
En Akurao, otro pueblo en el Distrito de Katakwi, Patrick Osia dice que solamente reciben lluvias tres meses por año. A diferencia de Amusia, que es una zona baja que se inunda durante la temporada húmeda, Akurao es más proclive a las sequías y de acuerdo con Osia, muchas familias están yéndose de la aldea hacia distritos cercanos para poder trabajar.
“Las familias se han mudado y siguen haciéndolo porque no pueden manejar la situación [de sequía]. Cuando uno se encuentra en la aldea, la agricultura es la principal fuente de trabajo”, dice Osia. “Si pasa un año y los huertos no producen nada, nos vemos forzados a ir a otros lugares para poder conseguir algo de comer”.
Este hombre de 34 años padre de tres hijos está también considerando mudarse a las vecinas Soroti o Mbale para buscar trabajo. “Simplemente iré al lugar en el que pueda sobrevivir. Me iré solo, luego cuando me estabilice, les enviaré apoyo a ellos [la familia] y si las cosas mejoran, me los llevaré conmigo”, agrega.
En el distrito de Amudat en la subregión noreste de Karamoja, la sequía ha afectado a los pastores y a las comunidades aledañas. La adaptación de la agricultura se ha vuelto aún más complicada.
Nicholas Anamile, de la aldea de Ochorichor dice que el mayor desafío ha sido que las familias puedan encontrar suficiente alimento, además de poder contar con pasturas y agua para el ganado. Las familias pobres deben enfrentar realidades aún más difíciles. Los adultos deben sobrevivir comiendo vegetales, maíz, y tallos de sorgo procedentes de Mbale y de los distritos circundantes, en tanto que la poca leche disponible es reservada para los infantes, los enfermos y los ancianos. Dados que muchos manantiales son estacionales, los residentes se ven forzados a viajar aún mucho más para encontrar agua – no es raro mencionar distancias de hasta 90 kilómetros. Esta tendencia tiene lugar entre diciembre y abril y los pastores solamente regresan a Ochorichor en la temporada de lluvias, que se da generalmente en el mes de junio. Y cuando los cielos se abren, las casas y los huertos cercanos a corrientes de agua desaparecen.
El proyecto de investigación de la OIM en Makerere también cubrirá a los distritos de Katakwi y Amudat localizados en la zona noreste. “Permitamos a los investigadores acceder a esta información para que de tal forma ellos puedan ayudarnos a presionar y planificar”, dice Simon Okello, el Oficial Ambiental de del Distrito de Katakwi. Las aldeas de Palam, Akurao, Amusia, y Usuk se ven afectadas en gran medida por la sequía y las inundaciones pero reciben poca asistencia debido a la falta de evidencia sustancial, agrega Okello.
La OIM brindará apoyo técnico para permitir que las aldeas puedan desarrollar planes de acción para la migración y el desplazamiento ambientales. En un sentido más amplio la OIM trabajará con la Oficina del Primer Ministro para brindar apoyo al gobierno en el desarrollo de un Plan Nacional de Acción.