Hargeisa, Somalilandia, 5 de junio de 2023 – Año tras año muchos hombres, mujeres y menores se embarcan en peligrosos viajes por el Cuerno de África, atravesando rutas migratorias con la esperanza de llegar a Europa o el Medio Oriente. Estos migrantes pasan por desiertos, mares y regiones controladas por grupos armados, y al hacerlo ponen en riesgo sus vidas para poder escapar de la violencia y la inseguridad o para encontrar medios de subsistencia para ellas y sus familias. Sin embargo, no todos estos migrantes logran irse del continente africano o llegar a los destinos deseados.
Durante las travesías, los migrantes con frecuencia sufren los abusos de tratantes y traficantes que los mantienen cautivos, chantajean a sus seres queridos pidiendo dinero para liberarlos y los torturan. A finales de 2022, al menos unos 600.000 migrantes seguían varados en Libia, y otros 43.000 estaban viviendo en Yemen en condiciones extremadamente difíciles. Muchos de estos migrantes están en el limbo, anhelando regresar a sus comunidades de origen junto a sus seres queridos, incluso si eso implicara renunciar a sus sueños de un futuro mejor. Sin embargo, debido a la falta de recursos financieros, de información y de opciones seguras para migrar no pueden hacerlo de forma independiente y esto lleva a condiciones de explotación laboral y a tener que soportar peligros para sus vidas.
Desde 2017 la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha estado trabajando para asistir a los migrantes de Somalia varados en Libia. Gracias a un programa financiado por la Unión Europea, la OIM ha ayudado a más de 800 migrantes de Somalia para que pudieran regresar a sus comunidades después de que expresaron su deseo de hacerlo. Tras el retorno, a estas personas la OIM les brindó asistencia financiera, terapia y capacitación en diversos rubros para ayudarles a reconstruir sus vidas y sobre todo a abordar las circunstancias subyacentes que los impulsaron a irse.
Este ensayo fotográfico captura las historias de migrantes de Somalia que recibieron el apoyo de la OIM para poder regresar desde Libia en 2021 y 2022.
Este ensayo es una colaboración entre Claudia Rosel y Yonas Tadesse.
Abdijabar: Borama, Somalilandia
Abdijabar se fue de su ciudad natal luego de haber cumplido 17 años junto a cinco amigos, con el propósito de perseguir su sueño de estudiar ingeniería en Europa. Tras haber cruzado Berbera, Yemen, Sudán y Libia, fue torturado, enfrentó hambruna y la pérdida de dos amigos mientras se encontraban en centros de detención en Libia.
“Fui torturado. Los traficantes nos azotaban con un palo de metal y me forzaban a comer comida muy salada. Dos de mis amigos murieron de hambre”, recuerda.
La madre de Abdijabar pagó 12.000 dólares EE.UU. a los traficantes para su liberación, hecho que generó problemas financieros para la familia. “Mi madre pidió un préstamo en un banco que todavía sigue pagando. Esta situación afecta ahora a mi hermano menor puesto que no es posible pagar su educación”, explica.
Tras su retorno con la asistencia de la OIM, Abdijabar recibió un subsidio en efectivo para poder recomenzar. “Ver a mi madre de nuevo y pasar tiempo juntos fue lo mejor de todo”, dice. “Con el dinero que recibí compré un triciclo con motor para ayudar a mi madre a devolver el préstamo. Sin embargo aún no he podido obtener un título universitario”.
Samater: Borama, Somalilandia
Samater, de 20 años, se fue de su casa junto a cuatro amigos, esperando encontrar una mejor vida en Francia. “Algunos amigos me dijeron que iba a conseguir la residencia permanente y un trabajo en Francia. No sabíamos nada, así que nos fuimos a Libia para cruzar el mar”, dice.
“Estuve en detención en Libia por un año. Mi familia tuvo que pagar 9.000 dólares EE.UU. para que me dejaran irme”, cuenta. “Sobreviví de pura suerte. Tres de nuestros amigos fallecieron porque se enfermaron. Tenían 24, 22 y 20 años”.
Samater intentó subirse a un bote para cruzar el Mar Mediterráneo, pero las autoridades evitaron que él y otras personas embarcaran. Se enteró del programa de la OIM y se registró para regresar a su casa. “Gracias al subsidio que me entregó la OIM y de algunas contribuciones financieras de mi familia, pude comprar un pequeño autobús con mi hermano y empezamos con un negocio de transporte. El negocio va bien y podemos vivir de eso”, cuenta.
Desgraciadamente el autobús quedó destruido tras un accidente vehicular, pero en este momento Samater está ahorrando dinero reparando los coches de otras personas para que su propio negocio vuelva a funcionar. A pesar de todos los retos que han tenido que enfrentar, Samater sigue teniendo esperanzas sobre el futuro.
Mohammed: Borama, Somalilandia
Dado que las oportunidades laborales son limitadas, Mohammed tuvo que irse de su ciudad natal sin decirles nada a sus padres. “Yo viajé a Libia en enero de 2021. Quería irme a Suecia para conseguir empleo y mejorar nuestra situación familiar”, cuenta. Mohammed no tenía dinero para solventar su viaje, lo cual inicialmente no fue un problema. Los traficantes saben bien que los migrantes en general no tienen una buena situación financiera y usualmente les ofrecen un aventón gratis hasta Libia. Pero una vez que llegan a ese destino empiezan los problemas para los migrantes.
“Yo sabía que las personas que me trajeron a Libia me iban a pedir dinero, pero aún así decidí irme. No tenía otras opciones en ese momento”, cuenta Mohammed, que se quedó en Libia por más de un año, viviendo en distintos centros de detención en donde pasó hambre, enfrentó enfermedades y tortura.
Mohammed se enteró del programa de retorno voluntario asistido de la OIM cuando el personal de la Organización visitó el centro en el cual él vivía. Se inscribió y decidió regresar a su hogar. Con el subsidio de reintegración al que accedió abrió un almacén y ahora se auto abastece. “Puedo manejar mi propia vida y ese negocio me sirve mucho”, relata.
Mohammed también está estudiando tecnología de la información y de las comunicaciones (TIC) en la universidad, a tiempo parcial, y el almacén le permite pagar los gastos de sus estudios. “No tengo pensado regresar a Europa. No quiero volver a pasar nuevamente por todo eso”, señala.
Kalthum: Hargeisa, Somalilandia
Kalthum contactó a los traficantes para facilitar su viaje a Italia a la búsqueda de mejores oportunidades laborales y para evitar un matrimonio precoz. Ella tenía solamente 17 años cuando llegó a Libia. “Pasé tres años allí y tuve que enfrentar muchos obstáculos como la tortura y la falta de cuidados médicos. La vida fue muy difícil”, cuenta.
Para proteger la vida de su hija y asegurar su libertad, los padres de Kalthum les pagaron a los traficantes más de 17.000 dólares EE.UU. Sin embargo cuando la liberaron, ella tuvo un accidente de auto en Trípoli y tuvo que ser hospitalizada por casi ocho meses. “Sentía mucho dolor, tenía varias fracturas. También contraje tuberculosis en el hospital”, dice.
Lejos de sus seres queridos, Kalthum se enteró del programa de la OIM que la ayudó a regresar a su hogar en 2021. “Yo abrí este pequeño negocio de ropa en Hargeisa. Espero poder ampliarlo en el futuro. Hay una gran diferencia entre mi vida anterior y la actual. La mayor parte de mis problemas han desaparecido”, dice.
Abdullahu: Borama, Somalilandia
“Muchas personas murieron mientras estaban detenidas y ayudamos con sus entierros”, recuerda Abdullahu, quien también intentó la ruta de Libia para llegar a Europa. “Te torturaban hasta que les dabas dinero. Luego llamaban a mi familia y le decían que iban a matarme”. Sus padres no tuvieron más opción que la de pedir prestados 14.000 dólares EE.UU. a los parientes para poder asegurar la liberación de sus hijos, un esfuerzo financiero del cual aún no se recuperan. “Nos daban solamente una comida al día, normalmente macarrones. Los traficantes ponían combustible en la comida para hacernos sufrir”.
Con la asistencia de la OIM, Abdullahu pudo regresar y comenzar una nueva vida. Usó el subsidio recibido para comprar un triciclo a motor y ahora hace aproximadamente 10 dólares EE.UU. por día, suma que al menos le alcanza para combustible y alimentos. “Mi vida es mejor ahora que cuando me fui”, dice.
Usama: Wajale, Somalilandia
“Me fui de mi ciudad cuando tenía 18, frustrado por la falta de oportunidades laborales para los y las jóvenes, incluso para quienes tenían un diploma”, cuenta Usama. “Pero no tenía idea de lo difícil que el viaje iba a ser. Las personas morían enfrente de mí y muchos de mis amigos se enfermaron de tuberculosis. Los traficantes incluso llamaban a las familias de los que habían fallecido para pedirles dinero por su rescate. Nos trataban como si no fuéramos seres humanos”, dice, reflexionando acerca de su experiencia en Libia.
Ya que extrañaba mucho su hogar y su familia, Usama se registró en el programa de retorno voluntario asistido de la OIM. “Echaba mucho de menos a mis parientes. Aprendí a apreciar mi ciudad natal y estaba muy entusiasmado porque volvería a ver a mis amigos, de modo que cuando me brindaron la oportunidad de regresar a casa, acepté de inmediato. Mi padre murió poco después de mi regreso y pude asistir a su entierro. Fue muy importante para mi poder hacerlo”, dice.
Con el subsidio de reintegración Usama y un socio comercial abrieron un negocio de muebles. “Mis circunstancias actuales no pueden compararse con mi situación anterior. Al menos ahora tengo la capacidad de cambiar mi vida y de tomar mis propias decisiones, todo eso gracias al negocio que tengo. Espero poder expandirlo en el futuro”, dice.
Samater: Borama, Somalilandia
Samater estaba totalmente decidido a concretar su pasión por el fútbol y pensaba que Europa era el mejor lugar para hacerlo. A la edad de 17 se fue de su ciudad natal con algunos amigos y se dirigió a Libia.
“Los traficantes nos torturaban con picanas eléctricas o con plástico caliente. No teníamos libertad de movimiento y a ellos le daba lo mismo si vivíamos o no”, dice, describiendo los horrores que tuvo que soportar. Los padres de Samater no tuvieron más opción que la de enviar 17.000 dólares EE.UU. a los traficantes tras haber recibido amenazas de muerte.
Con la ayuda de la OIM pudo regresar a su casa y usó la asistencia recibida para estudiar salud pública. “Ya he usado todo el dinero pero ahora ayudo a mis padres en el almacén o arreglo los coches de los vecinos para poder ahorrar para mis estudios”, señala.