Palanca/Chisinau, 23 de enero de 2023 – El camino desde la frontera de Ucrania con la República de Moldova se va desenrollando como si fuera una cuerda gris entre opacas colinas de color marrón, cubiertas de montes escabrosos con árboles tristes y bajo la mirada de un cielo grisáceo que eventualmente lanza ráfagas de nieve que se mezcla con la helada niebla.

Pero al mismo tiempo este silencioso y monótono páramo es sinónimo de seguridad. Significa esperanza, es una pausa de los constantes ataques de artillería, del ulular de sirenas y drones, de corridas hacia los bunkers, del frío, del olor y de toda la suciedad de la guerra. En este lugar es posible dejar a un lado el terror e intentar que la vida empiece nuevamente.

Larysa se acaba de bajar de un autobús que la llevó desde la frontera hasta la estación de autobuses de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en las afueras de la pequeña ciudad de Palanca. Tres días antes ella se había ido de la región de Donetsk y anduvo dando vueltas por la gran vastedad de Ucrania. Primero anduvo por Lviv en la frontera con Polonia y luego regresó al este y al sur, buscando una vía de escape. Un viaje de tres días recorriendo 2.000 kilómetros junto a su hija enferma.

Esta comerciante que conoce muy bien la calle ya está pensando en sus futuros pasos. Su conversación, como la de todos los que han escapado del infierno de la guerra, llega en flujos y reflujos, en torrentes que luego se convierten en silencios, con lágrimas ahogadas seguidas de crudos recuerdos. Incredulidad de a ratos y luego la posibilidad de volver a creer.

Ahora lo que viene es un viaje de diez horas hacia Bucarest, por esos ventosos caminos de Moldova hacia lo que será una nueva vida, mientras el nudo en su garganta producto del miedo va menguando a medida que la noche cae y los kilómetros pasan.

 “Cuando llegue a Bucarest me pondré a buscar empleo. Quiero encontrar un buen trabajo y un lugar para vivir”, dice. “Lo más importante es que aquí no hay enfrentamientos. Es un lugar muy tranquilo y tu hijo se puede ir a dormir sin preguntar: ‘mamá, ¿vamos a despertar mañana’?”.

Después de una comida caliente y de controles médicos gratuitos, quienes escapan de los enfrentamientos en Ucrania viajan en autobús a Rumania. En el camino, acceden a información práctica, alimentos y frazadas entregadas por el personal de la OIM. Foto: Victor Lacken/Lensman.eu

Larysa y su hija son dos de un par de docenas de personas sentadas en torno a una tienda manejada por empleados de la OIM y de otras agencias. Antes de que el autobús se vaya, hay tiempo para una comida caliente, para obtener la información que van a necesitar para los días y semanas que sobrevendrán, para un control de la salud e incluso para una ducha caliente”.

“Cuando llegamos aquí por primera vez en febrero pasado, inmediatamente después de la invasión rusa, el caos en la frontera era total”, recuerda Lars Johan Lonnback, Jefe de Misión de la OIM en Moldova. “Nos quedaba totalmente claro que, junto a la comida, los albergues, los cuidados médicos y el asesoramiento, el transporte era una de las necesidades prioritarias. Llegaban voluntarios con las mejores intenciones, y nos ofrecían llevar a las familias más vulnerables – que, como bien se sabe, dejaron a sus hombres atrás para que lucharan – hacia Portugal, Noruega, Italia. Este proceso estaba totalmente desorganizado y era el escenario soñado de traficantes que suelen aparecer cuando las personas están muy vulnerables”.

Fue muy evidente para Lonnback que la llegada de los miles de personas a través de la frontera iba a ejercer una gran presión sobre los recursos de Moldova, que de por sí eran ya muy limitados, y que todo esto muy pronto generaría una crisis social. La OIM junto a las autoridades de Moldova y al ACNUR con gran rapidez pusieron en marcha un servicio de autobuses especializados que ayudó a descongestionar la zona de frontera, a proteger a los más vulnerables, y que agregó una amplia variedad de servicios adicionales a los grandes esfuerzos en materia de asistencia.

La OIM también ayuda a las personas, sobre todo a las que más lo necesitan (las postradas en una cama, los ancianos, personas con discapacidades) para llegar a los países de la Unión Europea (UE) por vía aérea. En total, cerca de 15.000 personas han ingresado a la UE por autobús y avión con el apoyo de la OIM y Lonnback cree que esto ha ayudado a controlar una situación muy complicada en un país que ya está arruinado por la pobreza y las tensiones sociales.

“La cuestión más importante es que la comunidad internacional siga ayudando a Moldova de todas las maneras posibles”, señala. “Hemos visto que los ucranianos son orgullosos y resilientes y realmente no quieren irse de sus hogares. Pero a medida que hay más ataques a la infraestructura y más nieve acumulada, la vida se vuelve cada vez más difícil, poder sobrevivir se complica. Hemos establecido un sistema flexible y sensible que nos permitirá aumentar la asistencia si mucha más gente tuviera que escapar nuevamente de Ucrania”.

Un grupo de personas que se ha ido temprano de Ucrania llega el mismo día a una estación de paso en Husi, Rumania, camino hacia la capital, Bucarest. Foto: Victor Lacken/Lensman.eu

Se estima que hasta 800.000 personas han debido escapar de la guerra en Ucrania vía Moldova, y que aproximadamente un 10% decidieron quedarse en el país. Muchas de estas personas son de ciudades como Odesa, a tan solo 40 kilómetros de la frontera, o bien tienen parientes y amigos en Moldova o bien, como muchas personas en cualquier guerra, no quieren estar demasiado lejos de su lugar de origen.

Personas como Svitlana, corredora inmobiliaria de 60 años oriunda de Odesa, es ahora el pilar de cuatro generaciones de mujeres que viven en una pequeña vivienda ubicada a aproximadamente una hora en las afueras de Chisinau. Habla con lentitud, a veces mecánicamente, otras de manera imperceptible, al describir los horrores que ha visto y escuchado. Su madre lee con tranquilidad mientras su hija prepara borscht y su nieta dibuja.

Pero no llora. Uno podría pensar que todas las lágrimas se le han secado, o bien que las ha derramado en silencio sobre una almohada en medio de la oscuridad de la noche. Svitlana da la impresión de que ha tomado la firme decisión de que en su vida no habrá lugar para el dolor. Su marido y sus yernos se encuentran en el frente de guerra y su deber es liderar a la familia en total soledad.

Dice que Moldova les ha brindado una cálida bienvenida, ya sea a través de la ayuda humanitaria o de la simple cortesía. Ella y su hija están aprendiendo rumano para poder competir en el mercado laboral local, usar sus capacidades para beneficio del país de acogida y para ellas mismas. Si bien agradecen la ayuda recibida, quieren comenzar a valerse por sus propios medios.

 “Estamos hablando de sostenibilidad a través de la solidaridad”, dice Margo Baars, Coordinadora de Emergencia de la OIM en Moldova, al describir el enfoque de la OIM. “Brindamos apoyo para medios de subsistencia, subsidios para pequeños emprendimientos, capacitaciones y apoyo para albergues temporales, sobre todo para que las personas puedan sobrellevar el crudo invierno. Una de los servicios principales que brindamos es el de apoyo psicológico puesto que las personas han tenido que atravesar muchas complicaciones y necesitan otras cosas además de la ayuda material”.

Larysa Kirilenko de Donetsk y su hija toman un refrigerio en una estación de paso camino a Bucarest. Foto: Victor Lacken/Lensman.eu

Los hombres mayores también han tenido que irse de Ucrania junto a las abuelas, las madres, y los y las menores. Los jóvenes han tenido que quedarse a luchar. Yurii, de 73 años, recuerda claramente cómo sus padres hablaban de la segunda guerra mundial. Él nunca imaginó que podría llegar a ver semejante nivel de muerte y destrucción en su lugar de origen. “Es horrible”, dice. “Traen víctimas a diario. Todos los días. Hay tantas personas afectadas, tanto dolor y sufrimiento”.

Iván, de cinco meses, está envuelto como si fuera un hermoso paquete. Fue concebido en tiempos de paz, pero nació en tiempos de guerra. Un par de meses atrás, su madre Ksenia, que ya tenía un embarazo avanzado, corrió a través de un campo minado mientras las bombas de racimo iban cayendo. Se cayó pero logró escapar. Y esa caída dejó una marca de nacimiento en Iván. Un recuerdo para siempre del día en el que él y su madre lograron engañar a la muerte.

 “Yo quiero que esta guerra termine para poder disfrutar de mi maternidad al máximo”, dice Ksenia. “Creo que me hubiera vuelto loca con esta guerra sin Iván. Él es el que arrojó algo de luz sobre semejante horror”.

Y en este lugar tan descolorido, en este campo tan frío y miserable, su sonrisa es un rayo de luz.

Esta historia fue escrita por Joe Lowry, Oficial Sénior de Prensa, Oficina Regional de la OIM en Viena, jlowry@iom.int.

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