Un puente demasiado lejano: servicios de salud mental para migrantes

Moses Tuli y su madre Nossita Maguite Tuli.

Moses Tuli tenía 13 años cuando su madre comenzó a advertir leves cambios en su comportamiento.

“Realmente no recuerdo cuándo fue que se enfermó. Pero comencé a advertirlo cuando se puso agresivo”, dijo su madre, Nossita Maguite Tuli, de 56 años. “Comenzó a arrojarme piedras y a gritarme diciendo que necesitaba dinero”.  

Ahora, Nossita usualmente acompaña a su hijo de 35 años al Centro de Actividades de Stimela en Naas, Nkomazi en Mpumalanga, cerca de la frontera con Mozambique. Aquí, él y otras personas con discapacidades participan de programas de desarrollo a través de diferentes actividades, allí practican el arte de fabricar artesanías como el tejido de alfombras y la realización de cucharas de madera las cuales venden.

Nossita no prestó mucha atención a la agresividad de Moses, pero en su momento los maestros se dieron cuenta que no podía seguir una instrucción básica ni ser capaz de escribir lo que se le preguntaba en el pizarrón. Lo sacaron de la escuela sin poder aprobar el 7° año, tras repetir el año tres veces.

Una de sus boletines de informe decía, en isiZulu: “Akulahwambelekongakufelwa (que más o menos significa que “el hecho de que te haya ocurrido algo malo no significa que haya que perder la esperanza”).

A pesar de eso, Moses fue sacado de la escuela. “No fui yo quien lo retiró, sino que en la escuela dijeron que no lo podían recibir más. Nos dijeron que yo debía llevarlo a otra escuela”, dijo Nossita.

Moses podía vestirse y comer solo pero necesitaba ayuda para bañarse. “El mayor desafío es ver a tu hijo perder la cabeza y  olvidarse de todo. No puede contestar a simples preguntas”, dijo Nossita.

La familia llevó a Moses al Hospital Tonga que está en las cercanías pero allí los doctores no pudieron diagnosticar cuál era el desorden que padecía, dado que lo único que hacen es recetar medicación para las personas con “enfermedades mentales”, de acuerdo con palabras de la propia Nossita. Algo que aceleró la lucha de la familia por acceder a los servicios de salud para Moses fue el hecho de que Nossita y su esposo son de Mozambique. Aunque Moses nació en Sudáfrica, no tiene el acta de nacimiento.

En el lugar donde vive la familia Tuli, y donde dos de los hermanos menores de Moses practican la sanación tradicional, han intentado todo para diagnosticar y tratarlo. Su hermana, Maggie, de 31 años de edad, dijo que su enfermedad era un “castigo de los ancestros”.

“No sabemos qué pudo haber hecho para que sus ancestros se enojaran, pero estoy segura de que eso es lo que ha ocurrido”, dijo a otros cinco hermanos sentados cerca de ella. “Cuando uno hace enojar a los ancestros, a veces alguien de la familia enloquece”.

“Hemos intentado tratarlo un par de veces. Pero no ha mejorado”, dijo Maggie.

Si bien Moses tiene una familia que se preocupa por él y una red de apoyo que lo cuida, muchas otras personas en la zona que deben vivir con desórdenes mentales o psiquiátricos no están tan bien atendidos. Durante el día, a menudo, son dejados deambulando en las cercanías de sus casas, sin recibir ningún tratamiento real y sin que se disponga de servicios para asistirlos.

Moses en su casa con dos de sus hermanos menores Petros (a la izquierda) y Ernest (a la derecha).

Rebecca Walker, una investigadora de posgrado del Centro Africano para la Migración y la Sociedad de la Universidad de Witwatersrand y una de las autoras de un nuevo informe de investigación sobre migrantes con discapacidades, dijo que el sistema de salud pública ofrecía muy poco en términos de acceso a servicios de salud mental.

Walker dijo que las personas en las zonas urbanas tenían una ventaja sobre las que vivían en zonas rurales. “Cuentan con un mayor acceso en términos de infraestructuras disponibles. Hay lugares a los que se puede recurrir. Dado que es un espacio urbano, se conoce sobre el tema, existe un real debate acerca de las cuestiones de salud mental, más conocimiento de lo que son. Eso podría llegar a ayudar a las personas a que puedan acceder a la asistencia”, dijo.

“Sin embargo, el estigma los sigue a todas partes”.

A pesar de eso, Walker dijo que los problemas de salud mental relacionados con la salud general de los migrantes era un “segmento bastante confuso”, porque es únicamente discutido en el contexto del trauma o del trauma generado por la guerra.

Los problemas de salud mental más acuciantes a los que hacen frente los migrantes estarían relacionadas con las presiones relacionadas con el cómo sobrevivir cada día, por ejemplo el pago de la renta, dijo Walker. “El nivel de ansiedad que esos problemas crean es muy alto. Está muy ligado a sus circunstancias inmediatas y la necesidad de tener cubiertos esos servicios básicos parecerían aliviarlo”.

Esther Bikombo* experimentó muchos eventos traumáticos en su casa en la República Democrática del Congo y durante su viaje a Sudáfrica.

Esther Bikombo*, de 38 años, no solamente ha sufrido el trauma del ataque a su familia en la República Democrática del Congo (RDC), una agresión sexual y el hecho de tener que escapar del conflicto, sino que además carga con la preocupación diaria de cómo va a pagar la renta y cómo podrá cuidar a su hijo discapacitado.

Para ella, la vida en Sudáfrica ha sido una larga lucha y sin cuartel, y la pandemia de COVID-19 y el consiguiente confinamiento han exacerbado sus problemas.

Confinada en una pequeña habitación junto a sus dos hijos, el más joven de los cuales vive con una severa discapacidad física, Bikombo sintió que su salud mental se iba deteriorando con rapidez. Durante el confinamiento, con los militares patrullando las calles de Johannesburgo, no pudo evitar recordar los horrores que había debido soportar en la RDC.

Ella se fue de su país en 2007 tras el ataque a su familia. Miembros de un grupo rebelde abusaron sexualmente de ella y frente a ella mataron a machetazos a su hermano y a su madre.

Esta no fue la única vez que Bikombo fue violada. Cuando ella viajaba a través de muchos países africanos – incluyendo Burundi, Tanzania y Zimbabwe. En Sudáfrica, los hombres que inicialmente le ofrecieron ayuda cuando ella buscaba refugio, en lugar de eso la atacaron sexualmente.

“No he podido dormir. He tenido mucho miedo”, dijo Bikombo mientras el país seguía en un nivel muy estricto de confinamiento. Ella recibe asesoramiento y ayuda financiera de los Servicios Psicológicos de la Comunidad de Sophiatown (SCPS) en Bertrams, Johannesburgo.

“He estado pensando demasiado…muchas preguntas para las cuales no tengo respuesta. Me hace recordar todo lo que me pasó”. Además del trauma que le produjo ver a soldados en las calles nuevamente y tener recuerdos de lo que a ella le pasó, Bikombo, quien se encuentra desempleada, se preocupa por cómo hará para alimentar a sus hijos.

“La vida se vuelve insoportable porque una tiene que trabajar para darle a los hijos lo que necesitan pero no hay manera de que yo pueda hacer eso, alimentarlos y darles lo que necesitan. Y por eso mi vida se ha convertido en un infierno”, dijo.

Esther recibe asesoramiento en los Servicios Psicológicos de la Comunidad de Sophiatown (SCPS, por su sigla en inglés) en Johannesburgo.

Federica Micoli, la oficial legal y de promoción del SCPS dijo que la mayor parte de las 50 familias que han sido migrantes o refugiados a quienes la organización brinda asistencia han tenido que manejar un “nivel de estrés tremendo”.

“Diría que todos ellos están luchando. Tienen un alto grado de estrés porque no tienen alimentos y han recibido amenazas de desalojo porque no pueden pagar la renta”. La situación ha sido exacerbada también por quienes necesitaban medicamentos específicos, pero no tenían acceso a los mismos, dijo.

El Foro de Derechos Psicosociales, un consorcio de organizaciones no gubernamentales que ofrecen apoyo psicosocial a refugiados y solicitantes de asilo en Sudáfrica dijo que el confinamiento dejó daños muy significativos en la salud mental de muchos de sus clientes.

“Muchos de nuestros clientes manifiestan síntomas – jaquecas permanentes, dolores corporales y presión arterial alta – los cuales pueden relacionarse con la necesidad de una vigilancia constante en sus vidas cotidianas. Durante el confinamiento en sus casas, los recuerdos de la guerra y la persecución, un poco dormidos ya que se imponía la lucha cotidiana para poder sobrevivir, han retornado para perseguir a muchos de nuestros clientes. Esto ha llevado a la sensación de que nunca podrán liberarse de esos fantasmas”, dijeron en el foro.

“Durante todo este tiempo, el sentimiento de no pertenencia y desarraigo también ha empeorado debido a que los migrantes son normalmente excluidos de los programas de distribución de alimentos del Gobierno y de los subsidios sociales”.

Joseph Beya, de 20 años, llegó a Sudáfrica cuando tenía 4, cuando su familia escapó de la RDC. “No sé mucho de todo eso. Pero me han contado historias sobre la guerra y de por qué nos vinimos para acá”, dijo.

Joseph Beya llegó a Sudáfrica cuando tenía cuatro años. Su familia huyó de los enfrentamientos en la RDC.

Como joven refugiado en Sudáfrica, los comentarios xenófobos de sus pares en la escuela eran una realidad. Y en septiembre de 2019, los ataques xenófobos que se dieron en Johannesburgo llegaron hasta la puerta de su casa ubicada en el vecindario de clase trabajadores de Malvern, al este de Johannesburgo.

“Ha sido muy duro. Nunca es fácil imaginar cómo va a actuar la gente, sabiendo que uno es de otro país. Te tratan de otra manera”, dijo.

“He estado viviendo en Malvern durante casi toda mi vida, y el año pasado empezaron a tirar cosas en la casa en la cual vivíamos. Escuché que algunas personas saltaban [la pared] pero la policía llegó antes de que algo pudiera ocurrir. Estaba temblando”, dijo.

Beya, su hermana de 14 años y su madre salieron ilesas y pudieron sobrevivir a este período de violencia xenófoba. Pero su mundo se desplomó cuando uno de sus mejores amigos fue asesinado de un tiro en el frente de su casa, el día de Navidad del año pasado, luego de que él lo visitara.

Por estar encerrado en la pequeña habitación que comparte con su madre y hermana durante el confinamiento, Beya dijo que todos los pensamientos y sentimientos de ese incidente regresaron. “El confinamiento ha sido una experiencia muy dura. Física, emocional e incluso financieramente, ha sido muy agitado. Físicamente, porque el derecho a salir y a ser libres nos ha sido restringido, y yo personalmente pienso que ese es el único derecho que nosotros los extranjeros tenemos en este país – la posibilidad de desplazarnos”, dijo.

“Cuando uno está encerrado piensa en muchas cosas. Eso te afecta emocionalmente y psicológicamente. Con nuestros padres que vienen de lugares en los que hay guerra, podemos ver los efectos. Incluso cuando ven un soldado, ellos se vuelven locos, porque recuerdan lo ocurrido”.

* No es su nombre real.

Partes de esta historia aparecieron originalmente en otra historia sobre problemas de salud mental que los migrantes y refugiados enfrentan en New Frame.

Fotografía de James Oatway — Texto de Jan Willem Bornman

El Viaje Interminable

Historias de migración y de coraje. Este proyecto conjunto entre el Centro Africano para la Migración y la Sociedad (ACMS) de la Universidad de Wits y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) fue posible gracias a los fondos donados por la Embajada de Irlanda.

SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES
SDG 16 - PAZ, JUSTICIA E INSTITUCIONES SÓLIDAS
SDG 3 - SALUD Y BIENESTAR