Turquía, 16 de mayo de 2022 – ¿Qué hace que las personas escapen de sus hogares? La gente escapa por la guerra, el hambre, la violencia, la pobreza extrema y a veces también por amor o por aventura. Yo me fui del Líbano porque corría peligro real de ser asesinada. Nací en un cuerpo equivocado y quería hablar de eso.
Cuando tenía 9 años, me miraba en un gran espejo y no podía entender por qué mi cuerpo no era el de una chica. Me identificaba con mis cinco hermanas, sentía que yo era una más. Me gustaba jugar con ellas; usaba la ropa de mi mamá cuando jugaba con ellas. Apenas si me juntaba con mis hermanos.
Cuando mi padre me vio así, me empezó a golpear. Me golpeó tan fuerte con un palo que terminé desmayada y hasta me salía sangre de los oídos. Otra vez me clavó un cuchillo en el brazo y aún conservo la cicatriz de ese ataque.
Nunca me aceptó como chica. Lo sabía en ese momento y lo sé hoy. Por más que ahora yo sea padre, no me siento hombre. Me siento atrapado en mi cuerpo, no quiero tener barba. Lo que ustedes ven no es quien yo soy: yo soy Leyla.
La vida no ha sido fácil. Me hostigaban sin compasión en la escuela. Mi padre incluso intentó que me expulsaran. Me sacó a las patadas de mi casa y tuve que trabajar para poder ganarme la vida y terminar la escuela.
Luego llegó la universidad. Tal vez podría pensarse que allí habría una mayor tolerancia. Pero no fue así, sino que la historia volvió a repetirse: hostigamiento y discriminación. Yo sé bien que la educación es clave para lograr éxito y tolerancia. Y la educación era una fruta prohibida para mí. Cuanto más intentaban obstaculizar mi desarrollo, más fuerza tenía yo para perseguir mis metas.
Tras la Universidad, trabajé en los medios periodísticos, pero mantuve en secreto mi identidad. Poco a poco empecé a conocer más personas iguales a mí. Nos comunicábamos por medio de señales secretas durante el día, pero por la noche yo ocultaba mi barba, me ponía una peluca y disfrutaba de la libertad de ser libre, de ser yo misma.
Si bien hubo momentos muy valiosos, la vida seguía siendo complicada. Muy complicada. Me casé con una lesbiana para calmar a mi familia y tuvimos dos hijos maravillosos durante nuestro matrimonio, que duró siete años.
Finalmente, yo decidí dejar de negar quien yo realmente era y comencé a trabajar por nuestros derechos LGBTQI (Lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer e intersex)+. Me conecté con otras personas de estaa comunidad y me convertí en activista, gestionando un sitio de Internet LGBTQI+ en el cual publicaba contenidos.
Así que ahí me encontraba yo. A pesar de las dificultades, la doble vida y los tabúes, mi vida realmente era buena en el Líbano: tenía un hogar, un lindo coche, un buen trabajo, amigos y dos hijos hermosos y maravillosos… pero los problemas acechaban.
Una noche me encontraba en casa cuando escuché gritos desde afuera y supe que unos hombres venían a matarme. A los ojos de estas personas, mi vida era un pecado y yo merecía la muerte. Salté por el balcón y logré escapar. No me pude llevar nada porque lo que quería era evitar que me atraparan y me mataran. Llegué al aeropuerto a las 3:00 a.m., y aterrizaba en Estambul antes del amanecer.
Me sentí inspirada por la libertad de la que gozaban en la sociedad turca los miembros de la comunidad LGBTIQ+. Me daban esperanza de poder llegar a ser la mujer que soy. Hice nuevas amistades y comencé a vestirme con vestidos hermosos, empecé a maquillarme, y me animé a andar por la ciudad con todo eso. Sin embargo, si bien nuestra comunidad era solidaria, en la sociedad en un sentido más amplio, me enfrenté al mismo nivel de discriminación y de discurso de odio al que me había enfrentado en el Líbano.
Entonces ocurrieron dos cosas muy buenas. Primero, unos seis meses atrás, mi ex esposa me ayudó con todos los documentos necesarios para que mis hijos y mi hermana vinieran aquí conmigo, y ahora vivimos juntos. Soy a la vez una mamá y un papá para ellos.
Segundo, me puse en contacto con un centro de migrantes coordinado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), que me ayudó con cuestiones legales como por ejemplo la de hacer que mis hijos fueran a la escuela y acceder a cuidados regulares de salud. Incluso me ayudaron a conseguir un trabajo en un restaurant árabe.
La vida ahora es estable, el pánico ha desaparecido, y yo tengo a mis hijos conmigo. Sin embargo, no es el final de mi viaje. Turquía ha sido buena conmigo y en líneas generales lo que yo quiero es vivir tal como soy y sin tener que preocuparme. Nuevamente, deseo agradecer a la OIM por haberme ayudado a animarme a tomar ese camino.
Me dirigí a la oficina provincial de migraciones para una entrevista ,y después de dos días, me concedieron un estatus condicional de refugiada. No he recibido ninguna otra información acerca del reasentamiento. Estoy esperando. No estoy segura de dónde voy a terminar. Pienso que sería una buena idea trasladarme a un país de habla inglesa o francesa porque esos son los dos idiomas que domino.
Por último, quiero señalar que la discriminación es algo fútil. No reporta beneficios a nadie. No se logra nada discriminando. Lo único que se logra es dañar a las personas y a la sociedad. Me he hecho más fuerte y ahora tengo una nueva segunda familia: la comunidad LGBTIQ+. Pero no es solamente mi comunidad y mi familia. Es mi vida, y es un símbolo de mi identidad. Y de una cosa estoy segura: todos nacemos iguales y todos merecemos ser tratados de esa manera.
La OIM Turquía coordina dos centros de migrantes en seis provincias en ese país como parte de sus programas de Respuesta a Refugiados. Los centros les brindan a los refugiados y a los miembros de la comunidad de acogida educación, servicios sociales, orientación vocacional y legal y apoyo comunitario. Algunos de los centros pueden funcionar gracias al apoyo financiero de la Oficina de Población, Refugiados y Migración (PRM) del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Historia escrita por Leyla AlDarazi, tal como le fuera relatada a Begüm Basaran, Asistente de Comunicaciones de la OIM Turquía.