Óblast de Jalal-Abad, 9 de junio de 2021 – Por sus empinados picos, sus bosques profundos y sus lagos azul refulgente a Kirguistán, país que no tiene salida marítima, se lo llama la “Suiza de Asia Central”. Pero a diferencia de esta montañosa nación europea, Kirguistán está asolado por dificultades económicas que han llevado a que más de quinientos mil de sus 6.5 millones de ciudadanos procuraran un empleo en el exterior, sobre todo en la Federación Rusa y en Turquía.
Un total del 30 % (2.500 millones de dólares) del producto bruto interno de Kirguistán está compuesto por dinero que los migrantes envían a sus hogares. De modo que cuando Kirguistán limitó sus fronteras en marzo de 2020 como parte de la respuesta a la COVID-19, las transferencias monetarias se desplomaron afectando dramáticamente a la economía y exponiendo muchos otros desafíos pre-existentes que tanto los migrantes de Kirguistán como su sociedad en general debían enfrentar.
A mediados de 2020, el Banco Mundial estaba advirtiendo que una baja del 20% en las remesas podría afectar de manera desproporcionada a la zona sur del país – de donde proceden la mayor parte de los migrantes laborales de Kirguistán, que de ninguna manera podían darse el lujo de sufrir un aumento concomitante en sus niveles de pobreza.
En el transcurso de algunos meses, 30.000 de los 100.000 migrantes que según predicciones regresarían, habían retornado, afectando el tejido socioeconómico de la sociedad y aumentando la competencia por los recursos, competencia marcada por un aumento del desempleo y de la pobreza. Las políticas para aliviar la pobreza y un nivel percibido inadecuado de protección social reavivaron las tensiones e injusticias existentes.
La respuesta de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) consistió en concentrarse en la estabilización comunitaria y en la cohesión social. La experiencia ha demostrado que la provisión de información y la oportunidad de trabajar junto a representantes del gobierno son una gran ayuda para abordar las preocupaciones de la comunidad. Tales acciones pueden vincular a las personas vulnerables con los servicios que podrían comenzar a mitigar las necesidades económicas, especialmente en un tiempo en de exclusión socioeconómica e incertidumbre.
De acuerdo con Zulaika Esentaeva de la OIM Kirguistán, “La reintegración especialmente diseñada, brindada en colaboración con las agencias estatales relevantes y combinada con apoyo de base comunitaria, es una forma efectiva de abordar las vulnerabilidades y de mitigar el sentido de abandono y desconfianza de muchos migrantes retornados hacia las autoridades y el gobierno”.
Una de las beneficiarias de los programas contra la COVID-19 de la OIM fue Astra, que tiene 47 años y proviene de Jalal-Abad Oblast, en la zona sudoeste de Kirguistán. Madre de tres hijas y dos hijos, ella ya estaba luchando mucho desde antes que la pandemia comenzara. Ella y su esposo se encontraban desempleados, y se estaban endeudando cada vez más y más para que su hijo pudiera ir a la universidad.
“Traté de conservar la fe, pedí dinero prestado, y compré un boleto a la Federación Rusa”, recuerda. “Llegué al país de destino con la impresión de que se trataba de un lugar en donde es fácil conseguir un empleo bien remunerado, ya que hay una buena cantidad de oportunidades en ese mercado laboral”.
Astra descubrió muy pronto que las oportunidades disponibles para ella como mujer mayor no eran tan buenas como había pensado y se sintió descorazonada cuando el único trabajo que pudo encontrar inicialmente fue como lavaplatos.
Las condiciones laborales eran duras, el horario era arduo, y la paga era baja. Por tan solo 15.000 rublos (poco menos de 200 dólares) por mes, trabajó largas horas en un frío sótano, cuyas condiciones en poco tiempo comenzaron a tener efecto negativo sobre ella. Tan pronto como pudo cancelar la deuda por el pasaje de avión, desarrolló una infección del riñón. Para cubrir el tratamiento, tuvo que pedir dinero y de nuevo volvió a endeudarse.
“A pesar de encontrarme muy enferma, tuve que seguir trabajando para poder contar con un ingreso”, dice. “Me tenía que recuperar sí o sí”.
Cuando su salud mejoró, Astra dejó su trabajo y encontró otro empleo preparando comida para trabajadores de un sitio de construcción, pero nunca le pagaron. Entonces comenzó la crisis de la COVID-19 y como muchos otros migrantes, Astra se vio obligada a elegir entre quedarse en la Federación Rusa o retornar a su hogar.
“Muchos migrantes, habiendo perdido su trabajo y sin poder encontrar otro, decidieron en el mes de marzo regresar a sus países de origen – a pesar de que el valor de los pasajes se había duplicado o triplicado. Y como preocupación adicional, me enteré que debido a que la situación de la pandemia era cada vez peor, tal vez yo ya no podría regresar a mi casa”.
Una reciente encuesta llevada a cabo por el Comité Nacional de Estadísticas de la República de Kirguistán demostró que más de uno sobre cinco hogares tenía al menos un miembro de la familia que había perdido el empleo o había sido forzado a regresar desde el exterior debido a la pérdida de sus ingresos. Otro 5% perdió totalmente sus empleos en el exterior en tanto que un 20% se quedó sin empleo en el lugar de origen.
Cifras frías e impersonales que ocultan historias como la de Astra.
“Me sentí muy feliz de estar de regreso en mi casa”, dice, “pero la lucha siguió e incluso aumentó debido a la enfermedad de parientes no pertenecientes a mi entorno directo, que contrajeron neumonía. Tuve que pagar por sus cuidados, así que pedí prestado más dinero y mi deuda se descontroló”.
En el momento en el que las cosas parecían más desalentadoras que nunca Astra se enteró de un programa de la OIM que había sido diseñado para mejorar la estabilización comunitaria por medio del apoyo a los migrantes retornados. Se postuló para acceder al mismo y muy pronto recibió apoyo de una trabajadora social para desarrollar un plan de negocios que la ayudaría a ella y a su familia a salir de la crisis por deudas por la que estaban atravesando.
De la OIM ella recibió tres máquinas de coser y una plancha, y pudo abrir un pequeño negocio de costura.
“Yo ahora manejo el negocio con mis tres hijas y obtenemos un ingreso cosiendo conjuntos de ropa de cama hechos a medida y también recibimos otros pedidos de los vecinos y otros pobladores vecinos”. Ella ya está pensando en expandir el negocio.
Escrito por Salavat Baktybek Kyzy y Joe Lowry. Fotos por Danil Usmanov.